El 22 de noviembre de 1975, Rodolfo Martín Villa se desplazó a Madrid como gobernador de Barcelona y con algo de recelo. Iba a asistir a la proclamación de Juan Carlos I como Rey de España, a la apertura de una nueva época que, entonces, a saber. “Vine con preocupación de qué iba a suceder y volví mucho más tranquilo”, relata a EL ESPAÑOL quien después ocuparía tres ministerios y ostentaría la vicepresidencia del país bajo el Gobierno de la UCD. “Él dijo que había que construir un consenso de concordia nacional. Era la primera vez que oía esas palabras y volví muy tranquilo. Y así nació un reinado extraordinario de un Rey excepcional, un Rey bueno”.
Hoy, exactamente 45 años después de la proclamación, todo eso está como queriendo saltar por los aires. Ya no hay concordia, hay polarización. Ya no se avanza en el consenso sino que se vota a la contra. Esa icónica fotografía en el Congreso hoy está manchada.
Y ese Rey, que para muchos supuso la única herramienta capaz de traer la democracia que llevaba tanto tiempo muerta como tiempo lleva ahora viva, se parece ya a los héroes de las tragedias clásicas; con su divinidad a sus espaldas pero demasiado humano, demasiado mundano. Y la única pregunta que aflora ahora es ¿qué se puede hacer para salvar a Felipe VI de su padre? Si es que se puede salvar, que hay algunos que ya opinan que mueve la pelota en el tiempo de descuento.
Las noticias que cada semana saltan sobre Juan Carlos I dejan a un emérito emborronado por sus malas compañías y por malas decisiones, que se aprovechó de su cargo para darse la buena vida. Se está ensombreciendo toda su labor y estas sorpresas, materializadas en verdaderas bombas de racimo, aún no han acabado. Habrá más. Porque ya el pasado lunes se conoció que presuntamente recibió 6,5 millones en cuentas suizas provenientes de donantes anónimos. Y con el tiempo se irán conociendo nuevos y nuevos casos que ahondarán en la herida.
Esto, innegablemente, afecta a Felipe VI, sobre cuya cabeza ahora reposa esa corona que parece quererse convertir en una suerte de espada de Damocles. Especialmente cuando en el Gobierno habitan fuerzas abiertamente republicanas que aplaudirían un cambio de régimen. El propio Pablo Iglesias, vicepresidente segundo del Gobierno, ha dejado de seguir en Twitter a la Casa Real, hecho que, desde el prisma de la nueva política, debe ser el equivalente a romper el pacto Ribbentrop-Molotov. No en vano, fuentes de Zarzuela han apuntado a este diario que se están estudiando las fórmulas para alejar aún más al actual monarca de la figura de su padre.
“La cosa pinta tan mal que parece que ya nadie duda de que algo habrá que hacer, algo más. El primer movimiento fue el pasado 15 de marzo, cuando vía carta el propio Felipe VI renunciaba a la herencia de su padre y anunciaba la retirada de su asignación económica procedente de los Presupuestos de la Casa. Fue un gesto del que ya nadie se acuerda y se ha quedado corto”, expresa una persona cercana a Felipe VI.
Pero, ¿qué más puede hacer el Rey? Con motivo del 45 aniversario de la proclamación de Juan Carlos I como Rey, EL ESPAÑOL traslada esta pregunta a personalidades como lo son Rodolfo Martín Villa, José Manuel Otero Novas -ministro de Presidencia y Educación con Adolfo Suárez- y Julián García Vargas -ministro de Defensa y de Sanidad durante las dos legislaturas de Felipe González-, para que valoren las posibles opciones que tiene Felipe VI. A ellos se suman Narciso Michavilla, sociólogo y presidente de GAD3, y el politólogo e investigador Pablo Simón; ambos conocedores del pulso de la sociedad actual. Resulta llamativo que en el aniversario de un nuevo comienzo, la pregunta ahora verse sobre cómo lograr que no acabe.
El resultado de la conversación a cinco bandas deja una salida casi innegociable: cuanto más se aleje Felipe VI de la figura de su padre, mejor. Cabe revisar la inviolabilidad del Rey emérito, decidir si debe dejar de ser Familia Real para ser familia del Rey. Quizás Felipe VI deba quedarse donde está o todo pende de la mano de Juan Carlos I y debe pedir perdón, como ya ha hecho antes, para resarcir a los españoles que ha herido. Incluso cabe revisar si hay que convertirlo en el ciudadano Juan Carlos de Borbón, como le llama Alberto Garzón, dejar de ser Rey. Aunque todo, con cautela y sin adelantarse a las resoluciones judiciales.
A las puertas de que finalice el año más negro para la Monarquía desde su restauración, la posición de Felipe VI ahora recuerda a cuando en las batallas navales un cañón derribaba el mástil y caía sobre el agua. Daba igual que agarrados a la cofa aún flotaran uno o dos marineros, había que cortar las amarras a cuenta de que no se hundiera el barco. Quizás la Monarquía debe dejar ir, dolorosamente, a un marinero para que no arrastre la embarcación al fondo.
"Se está planteando la opción de que renuncie de una vez por todas al título de Rey, lo que sería un tremendo disgusto tanto para el padre como para el hijo. Pero cada vez se está poniendo más difícil, el equipo tiene que conseguir anticiparse a los acontecimientos", expone la fuente de Zarzuela. Quedan sólo unas semanas para que Felipe VI se enfrente al discurso de Nochebuena y a ver qué regalo le tiene el Rey padre.
Juzgarlo como uno más
Ya en 2012 se popularizó una portada de la revista satírica Mongolia en la que ponía -muy a brocha gorda- el titular de El Rey podría violarte, ante un subtítulo que rezaba (Y no pasaría nada porque el artículo 56.3 de la Constitución lo declara inimputable), para dar paso a un especial de 100 cosas que el Rey puede hacer y tú no. Al margen del carácter efectista de la publicación, las últimas informaciones sobre el emérito, en las que proliferan amigos mexicanos que pagan gastos familiares y fundaciones en paraísos fiscales a nombre del monarca, el debate vuelve a estar encima de la mesa.
“No habría mayor bomba de relojería para la Corona que el hecho de que la inviolabilidad no permita juzgar al Rey emérito”, opina Pablo Simón. “Es mejor que se demuestre que la Justicia funciona igual para todos”, añade. Pero no es tan fácil. Aquí entra en juego la interpretación del Tribunal Constitucional de ese artículo que señalaban los de Mongolia y, en última instancia, la consideración de si tocar o no la Constitución es lo más adecuado.
“Merecería la pena pensar la cuestión de la inviolabilidad, aunque no se puede modificar a posteriori”, apunta José Manuel Otero Novas. “A mí la inviolabilidad no me gusta, pero para suprimirla hay que pensarlo mucho desde el punto de vista constitucional. Si un poder del Estado puede juzgar al jefe del Estado… mal asunto. Porque el equilibrio de las instituciones no quedaría nada bien parado”, añade.
A finales de 2018, antes de que existiera el Gobierno de coalición y que siquiera se vislumbrara la pandemia que sacude hoy en día -es decir, antes de que existiera el mundo conocido ahora-, Pedro Sánchez ya manifestó que la inviolabilidad del Rey que recoge la Constitución se había quedado vieja. Volvió a retomar el asunto el pasado mes de julio e instó a reflexionar de nuevo sobre ello, en un ejercicio que se entendió claramente como un intento de levantar un muro que separe a Felipe VI de Juan Carlos I y, con ello, no hacer que peligre la Monarquía.
Sin embargo, hay un problema. Para modificar su inviolabilidad o incluso para quitar el nombre de Juan Carlos I de la Carta Magna -el suyo es el único nombre propio que aparece en la norma-, hace falta eso, una reforma de la Constitución. “No hay consenso para esos grandes temas”, remarca Pablo Simón. “A mi juicio, desgraciadamente, para esos grandes temas hace falta un consenso político que ahora no existe. A pesar de que debería primar el sentido de Estado, no lo hay”, apunta el exministro Rodolfo Martín Villa.
“Hace falta una precisión de cuál es el alcance jurídico de la figura de la inviolabilidad”, explica Martín Villa. “Hay que ver si abarca a todos los actos que el jefe del Estado realiza o sólo a los que le corresponden en el desempeño de la jefatura del Estado. Yo creo que es un tema que hay que abordar. Aunque no sabría cómo. Sólo espero que se haga desde el sentido común”, añade Villa, quien consiguió llevar parte del franquismo al que pertenecía a la democracia que luego desempeñó bajo el ala de Adolfo Suárez.
Así, todos los interlocutores coinciden, aunque algunos con más cautela que otros, en que abordar la cuestión de la inviolabilidad supondría una medida efectiva para convertir a Juan Carlos I en más ciudadano y menos monarca y, con ello, levantar muros que le separen de Felipe VI. El problema es la política actual, más de trincheras y más navajera. Si no hay consenso para hacer frente a la Covid-19, difícilmente lo va a haber para una cuestión tan ideologizada como reformar la Constitución.
Dejar de ser Rey
“No soy un experto en la materia y no creo que Felipe VI me llame. Pero si lo hiciera le aconsejaría, desde luego, establecer las distancias pertinentes respecto a las situaciones de su padre”, asegura Julián García Vargas, que fue ministro durante dos legislaturas de Felipe González. El expresidente sí que aconsejó a Juan Carlos I durante el proceso de abdicación de 2014. “No sé qué más podría hacer en ese sentido, pero todo lo que haga será en beneficio de la institución, de la Monarquía”, añade.
Para Pablo Simón la Corona española es una institución peculiar porque España es el único país de Europa que restauró la democracia y la Monarquía al mismo tiempo. “Y ahora no podemos disociar a la persona del cargo. En otro tipo de sistema podemos reemplazar a un presidente de la República o a un político votando a otro, pero el Rey es Rey hasta que se muere”, comenta el politólogo. “El pseudoexilio de Juan Carlos I es insuficiente porque no nos permite disociar la figura del padre de la del hijo”, añade. “Su salida no se explicó bien”, coincide García Vargas.
“Para alejarse de esa herencia hay dos soluciones”, ve Simón. “La primera es un incremento de la transparencia, una Ley Orgánica que regule realmente el funcionamiento transparente de la Monarquía y sus actividades, la publicidad de sus agendas. La segunda es cortar amarras, que es donde no se han dado los pasos necesarios. Una opción es la retirada del título de Rey, como ya ocurrió con la infanta Cristina, y con eso se corta cualquier ligamen de Juan Carlos I con la persona de Felipe VI”, añade.
La abdicación de Juan Carlos I se llevó a cabo con un consenso político que no se ha vuelto a ver desde entonces. No sólo le tocó a Mariano Rajoy marcar la marcha a través de Soraya Sáenz de Santamaría, sino que también desempeñaron un papel fundamental, por supuesto, la Casa del Rey, Felipe González como asesor en la intimidad y Alfredo Pérez Rubalcaba como líder de la oposición que retrasó su salida del PSOE para garantizar una transición pacífica. Sin embargo, para que siguiera manteniendo el título de Rey bastó con un Real Decreto.
Fue el Real Decreto 470/2014 que se publicó en el BOE el 13 de junio del año de la abdicación el que estableció que tanto Juan Carlos I como la reina Sofía siguieran ostentando el “título de Rey, con tratamiento de Majestad y honores análogos a los establecidos para el Heredero de la Corona”. En realidad, ahora podría valer con un Real Decreto similar pero dictado en la dirección contraria para que Juan Carlos I dejara de ser Rey.
Pero para que esto llegue a materializarse hay dos matices muy importantes a tener en cuenta. La primera es la presunción de inocencia, que también emana de la Constitución. Todos los interlocutores coinciden en que medidas tan drásticas como estas no se podrían llevar a cabo hasta que se demuestre su culpabilidad, por eso señalan el acotar la inviolabilidad como primer peldaño. La segunda es que el Decreto Real iría firmado por el rey Felipe VI. “Es doloroso porque tiene un componente familiar complejo”, comenta Simón.
También coinciden, especialmente los ministros de UCD y Felipe González, que el hecho de que Juan Carlos I deje de ser Rey no puede llevar a que en España deje de haber Rey. “Juan Carlos I respondía a lo que necesitábamos y ahora Felipe VI responde a lo que necesitamos”, dice Otero Novas. “Merece la pena hacer sacrificios por mantenerla (la Monarquía), porque cambiar el régimen en España podría tener cierto sentido revolucionario y las revoluciones, siempre, se sabe cómo empiezan, pero nunca se sabe cómo van a acabar. Siempre”, añade.
Ser familia del Rey
En la abdicación de Juan Carlos I, al margen de la apertura de un episodio nuevo para Felipe VI, se dio una circunstancia que afectó directamente a sus hermanas, las infantas Elena y Cristina. Ambas dejaron de ser Familia Real y pasaron a ser directamente familia del Rey. Esto implicó que ya no podían heredar el trono, que ya no podían representar a la Corona en actos oficiales y que pasaran a ser personajes públicos. De manera paralela, sirvió además para alejar a la Monarquía del ruido que generaba la figura de la infanta Cristina, ya imputada en el Caso Nóos.
Con todas las informaciones que están saliendo sobre el emérito, hay quien apunta a que, además de dejar de ser Rey, una posible solución sería que pasara a ser familia del Rey en vez de Familia Real. Así, se levantaría un eficiente cortafuegos para separar a Felipe VI de su padre. Ya durante el confinamiento, el actual monarca forzó un comunicado -especialmente frío- en el que renunciaba a la herencia de su padre y le retiraba la asignación pública prevista en los Presupuestos de la Casa del Rey. Pero hay a quien esa medida le pareció insuficiente.
“Yo creo que cuando renunció a la herencia no renunció a nada”, explica Otero Novas. “El Código Civil dice que sobre la herencia futura no caben pactos. Pero sí que se comprometió a no recibir dinero de esas fundaciones opacas que afloran y se distanció. Está bien que lo haga. Bien no, muy bien. Aunque no sea una rotura con la herencia”, añade.
En esa dirección, en la de romper algo más de lo que ya rompió, el pasar a Juan Carlos I como familia del Rey necesita una serie de reformas más complejas. Por un lado habría que corregir el Real Decreto que le hace aún Rey y, por otro, cambiar el Registro Civil de la Familia Real, regulado en el Real Decreto 2917/1981, de 27 de noviembre. Este registro depende del ministro de Justicia y las certificaciones pueden expedirse a petición del Rey, del presidente del Gobierno o del presidente (en la actualidad, presidenta) del Congreso.
De nuevo, acabaría siendo Felipe VI el que llevaría la voz cantante sobre este doloroso acontecimiento. Aunque, según Narciso Michavila, sociólogo y presidente de la consultora de investigación social GAD3, que Felipe VI se cebe demasiado en el ámbito familiar con Juan Carlos I podría acabar repercutiendo negativamente contra él.
“Creo que la gente entiende que está haciendo el máximo que puede hacer”, explica Michavila. “En cuanto a sacar a Juan Carlos I de la Familia Real, hay que tomar como ejemplo a la madre de Felipe VI, la reina Sofía. La gente la valora muy positivamente porque es una profesional, porque ha antepuesto la obligación del cargo a sus intereses particulares pero aún así no se ha olvidado de ser madre, suegra, etcétera”, añade. “Cuando lo políticamente correcto era separarse de la infanta Cristina y de Iñaki Urdangarin, ella siguió ejerciendo su faceta familiar. Creo que Felipe VI tiene que soltar lastre pero tampoco centrarse en cortar cabezas. La gente no lo entendería”, comenta.
Y de nuevo Otero Novas señala algo fundamental: “Una medida de ese calado sin una condena… no lo concibo. Hay una cosa que nos estamos cargando, el respeto a las personas, y ya no hablo sólo del Rey. El fin no justifica los medios y el fin de hacer algo ejemplar no puede justificar sacrificar a personas”, comenta el exministro.
Quedarse donde está
Durante su etapa al frente del Gobierno, Mariano Rajoy acuñó una forma de hacer política que desesperaba a ambas bandas del hemiciclo y que, sin embargo, se acabó mostrando como una medida efectiva: desarrolló y ejerció la virtud -o no- de la espera. Rajoy esperaba. Y mucho. Parecía que no se movía, que no reaccionaba ante los frentes que se le abrían y, a pesar de ello, la mayoría de las veces el círculo se acababa cuadrando sólo y de la forma que él quería. Hay quien ahora recomienda ese temple para Felipe VI.
-Si le llama el Rey, señor Otero Novas, ¿qué le recomendaría?
-Lo que debe hacer es mantenerse en la posición en la que está. Está en una posición ejemplar y esa es la línea que debe seguir. No tiene que hacer otra cosa.
Rodolfo Martín Villa opina similar. “Tuvimos la suerte de tener un rey excepcional para un momento excepcional, eso fue Juan Carlos I. Ahora tenemos la suerte de tener un rey excepcional para un momento ordinario como es el de ahora. Y confío en que la fortaleza de la Constitución y de la Monarquía dentro de la misma aguante esto”, explica quien fue vicepresidente. “Sobre todo, hacer cualquier movimiento antes de que haya algún tipo de pronunciamiento desde el punto de vista judicial, sería algo político y sería un despropósito”, añade.
En ese sentido, los barómetros avalan a Felipe VI. La agencia de investigación sociológica 40dB, liderada por la expresidenta del CIS Belén Barreiro, ha realizado recientemente una encuesta sobre la Monarquía debido a que el CIS ya no pregunta por ella.
A pesar de que el 71,9% de los encuestados están a favor de una reforma constitucional, sólo el 47,8% están a favor de un referéndum sobre la Monarquía -el no se sitúa en 36,1%-. Y dentro de todos los miembros de la Casa Real, Felipe VI es el que segunda mejor nota recibe (un 5,8) sólo superado por la reina Sofía (con un 5,9). Por supuesto, el peor parado es Juan Carlos I con la valoración más baja, un 3,3. Además, la institución de la Monarquía despierta más confianza que el propio Parlamento.
“Cuando en España se debate sobre Monarquía o República la respuesta generalizada es el pragmatismo”, explica Michavila. “España fue juancarlista y ahora es felipista, opinan que sería el mejor presidente de la República. Pero la opinión pública demuestra que tampoco tiene mucho más margen para hacer más cosas de las que está haciendo. Además, con la crisis que está cayendo, la gente se preocupa por la Covid y el empleo y, mientras, el monarca funciona. No quieren abrir debates porque tampoco hay una alternativa, porque ahora se elige y se vota a la contra”, añade.
¿Y pedir perdón?
José Manuel Otero Novas tiene una experiencia personal con Juan Carlos I que resume a la perfección lo que era y lo que ha llegado a ser. “Cuando yo estaba en Presidencia (en 1979) me entero por Adolfo (Suárez) que habían regalado un yate al Rey sus hermanos del Oriente Medio. Le dije a Adolfo que esperaba que no lo pusiera a su nombre y el presidente me preguntó que si se lo diría. Juan Carlos I me recibió y le dije que tenía que ir a nombre de Patrimonio Nacional y le hice algunas cosideraciones. No me puso la más mínima objeción y al día siguiente el yate era de Patrimonio Nacional. En ese sentido, la opinión que tengo no es mala, es muy buena”, comenta.
Pero luego… “No ha tenido a su lado personas que le aconsejaran elegantemente”, añade Julián García Vargas. “Desde que se fue Sabino (Fernández Campo), no ha tenido un consejero que evitara errores y los gobiernos no le han cuidado. Ni Zapatero ni Rajoy estuvieron atentos a sus errores y amistades. Me consta que estaban al tanto y no se atrevían. Por pereza o por temor a su reacción. Juan Carlos I habría reaccionado mal a sus comentarios, seguro, habría gritado, pero luego habría entrado en razón”, dice García Vargas.
Y así, poco a poco, Juan Carlos I ha ido enterrando sus propios logros, diluyendo lo que un día fue para crear un personaje demasiado mundano, demasiado representativo de los vicios que desde siempre achacan a España. Y así ha ido decepcionando a sus ciudadanos españoles.
El propio García Vargas es uno de los decepcionados. “Yo soy un sorprendido y una persona dolida por los hechos que se están conociendo supuestamente cometidos por él. Sobre todo porque afectan a su figura. Él tuvo un papel fundamental y se ha dejado, ha perjudicado esa imagen con conductas que parecen impropias”, cuenta.
¿Y si la respuesta no pasa necesariamente por Felipe VI? ¿Y si es el propio Juan Carlos I el que tiene que hacer un movimiento para no arrastrar la Monarquía consigo? ¿Valdría de algo?... ¿Y si pide perdón? Ya lo hizo una vez, al salir del hospital tras un accidente de caza en Botsuana, en abril de 2012, mientras que los españoles se desangraban en una crisis económica sin precedentes que ahora se ha visto superada por la pandemia. Ese fue el principio de todo esto. ¿Y si está en su mano ponerle fin?
¿Está a tiempo?
A las 12.32 horas del 22 de noviembre de 1975, don Juan Carlos entraba en el salón de Plenos del Congreso de los Diputados acompañado de la que, unos minutos despúes, sería su Consorte, doña Sofía. Como bien ha señalado Rodolfo Martín Villas, el ambiente era de incertidumbre, de miedo. Pero un miedo positivo. Se avecinaba un cambio. Las miles de personas congregadas en la Carrera de San Jerónimo, las luces de un Parlamento abarrotado y las caras que se le quedaron a los falangistas fueron la puesta en escena de un tiempo nuevo. Hoy, exactamente 45 años después, ese miedo ya no es positivo. Hoy hay miedo para que no se hunda el barco, para evitar esas revoluciones que, como dice Otero Novas, se sabe como empiezan pero no cómo acaban.