Justo el día que España roza los dos millones de casos detectados (1.982.544 para ser exactos), que se añaden casi 24.000 nuevos casos al acumulado -la cifra más alta para un martes de toda la serie histórica- y que la positividad se dispara al 13%, resulta que este día de Reyes será un nuevo día festivo sin datos nacionales y con nuevo bajón de tests realizados.
Hay en la burocracia una parte comprensible: la gente necesita descanso, los sanitarios tienen familias con las que pasar sus días festivos y los gestores de datos de las distintas consejerías y ministerios merecen librar como todos los demás. Otra cosa es hasta qué punto esta situación debiera depender de la burocracia, es decir, si estamos en un estado de emergencia de verdad o solo nominal.
Que la situación es crítica no se le escapa a nadie. Que la mayoría de comunidades, con la aquiescencia del Gobierno -con un ministro de Sanidad que compagina su cargo con la candidatura a presidente de la Generalitat de Cataluña-, han decidido pese a todo permitir excepciones para el día de la Epifanía -aunque algunas han anunciado medidas más estrictas que entrarán en vigor al día siguiente, 7 de enero, y otras como Castilla y León proponen confinamientos estrictos de dos semanas-, también.
Sube la incidencia acumulada
Lo peor no son los dos millones detectados cuando iban a ser uno o dos casos (como mucho). Lo peor es que no tenemos ni idea de cuántos contagios ha habido en realidad (no se hacían tests suficientes en los primeros meses) ni cuántos muertos llevamos ni exactamente cuál es la situación actual.
Las incidencias están muy alteradas por la conjunción de festivos y laborables, en los que la diferencia es enorme. Este martes, Sanidad da 296,3 casos por 100.000 habitantes cada 14 días. Creo que la mejor manera de poner en contexto esta cifra es compararla con la del pasado martes (255,6), lo que supone una subida en el total del país del 16%, con picos por encima del 30% en Aragón, Cantabria, Castilla y León, Ceuta, Extremadura, Murcia y La Rioja.
Lo peor, con diferencia, está en el corto plazo, es decir, en la incidencia acumulada a 7 días, probablemente la más fiable en este contexto aunque normalmente sea la más voluble.
Si entendemos que la acumulación de este martes tras tres festivos es equiparable a la de la semana pasada en la misma circunstancia, ver un aumento del 36% en siete días es dramático.
Baleares, Castilla La Mancha, Madrid y La Rioja se sitúan por encima de los 200 casos semanales por 100.000 habitantes (1 de cada 500). Extremadura directamente se dispara por encima de los 400. Cataluña tiene la incidencia ligeramente afectada a la baja en el PDF del ministerio por retrasos de comunicación, algo parecido a lo que pasa en la Comunidad Valencina. Las consolidaciones de la Generalitat nos dan cifras por encima de los 200 en este indicador desde hace días.
Pese a no saber exactamente la magnitud de la escalada, pese a no tener datos fiables en los que apoyarnos y pese a intuir que lo que se viene puede ser escandaloso, las medidas se siguen anunciando con retraso y casi siempre para cuando las fiestas terminen.
Valencia adelantará desde este jueves el toque de queda a las diez de la noche y el cierre de la hostelería a las cinco de la tarde. Extremadura cerrará la hostelería, los comercios y el ocio en 15 localidades, incluyendo Cáceres. Pero todas las medidas entrarán en vigor a las 0 horas del día 7 de enero, después de Reyes. Será tarde. Ya es tarde, de hecho.
El “efecto Nochebuena” probablemente ya se esté reflejando en las cifras del Ministerio, pero recordemos que aún nos queda el “efecto Nochevieja” y que muchos de los que se han ido contagiando a lo largo de estos días aún tienen que recoger los regalos de Reyes en casa de los abuelos este miércoles.
Tienen permiso de las autoridades para ello, excepciones que en estas circunstancias nadie entiende cómo se pueden mantener en tantos sitios. La subida de la positividad al 13% (estaba por debajo del 10% la semana pasada) indica que se está infradetectando y que la situación explotará en breve.
Campaña de vacunación
La única esperanza sería, pues, la vacunación, pero sobre la vacunación sabemos poco. Nadie quiere mojarse. No basta con decir “tenemos un plan” y que el plan consista en la obviedad de vacunar primero a los grupos de riesgo. Necesitamos saber nombres y apellidos, fechas y horas, lugares exactos, profesionales encargados de inyectar la dosis… Llevamos desde abril esperando este momento y parece mentira que nos haya pillado tan por sorpresa.
Las comunidades van anunciando sus progresos con retrasos e inconsistencias. Del Gobierno central nada o casi nada se sabe. El ministro está de precampaña electoral y el portavoz veía una estabilidad generalizada el 28 de diciembre cuando todos los demás veíamos una situación peligrosísima.
El número de dosis recibido es escaso, el inyectado es más escaso aún, no hay planificación más allá de sanitarios y residencias en demasiados sitios y en cualquier caso, la vacuna tarda unos diez días en generar inmunidad -que además es incompleta hasta la segunda dosis-, una ventana preciosa en esta situación.
Según los datos conocidos este martes, España ha administrado el 18,7% de las vacunas contra la Covid-19. Asturias y Ceuta lideraban la vacunación, pero las cifras cambian por momentos.
Esto ya no va a pararse en enero. El número de casos crecerá y crecerá porque es invierno, hace frío, nos encerraremos en interiores continuamente, venimos de días mezclándonos con distintas unidades familiares… el virus está en todas partes y probablemente las variantes más contagiosas ya estén en nuestro país campando a sus anchas.
La sensación de falta de protección entre la ciudadanía es enorme. En Madrid, por ejemplo, el número de nuevos ingresos ha subido un 36% en planta y un 41% en UCI, según los datos de su informe diario, de una semana a otra. Los casos suben un 43% y la prevalencia en planta, un 23%. Con esas cifras, mañana sólo estarán confinadas perimetralmente 18 zonas básicas de salud y se permite una movilidad absoluta por toda la región. Es difícil de entender. Salga como salga, es difícil de entender.
En el horizonte, tenemos el confinamiento total que ha anunciado Boris Johnson para Reino Unido, coincidiendo con el máximo histórico de ocupación hospitalaria en el país. La situación allí está descontrolada pero no es algo de ahora. Lleva descontrolada tres semanas, y de Londres (13.500 casos de media al día) se está expandiendo al resto del país.
¿Nos tiene que pasar exactamente lo mismo a nosotros? Hay dos opciones: que no nos pase, por lo que sea, vaya usted a saber, que igual que nuestra segunda ola fue más suave que la europea pase lo mismo con la tercera… o que sí pase, que la variante que se descubrió en Gran Bretaña también se haga predominante aquí, que las celebraciones aumenten la transmisión y que nos veamos en unas incidencias salvajes en tres semanas con todos metidos en casa y el sistema sanitario achicando agua como puede mientras se le exige que vaya vacunando a millones de personas deprisa y corriendo.
En este segundo caso, la conclusión es que somos tontos. No hay otra posible. Dos millones de contagiados después y tras diez meses de pelea, somos incapaces de ver una ola formarse y hacer algo para detenerla a tiempo. Seguimos creyendo en el pensamiento mágico. En el “a mí no puede pasarme” del ciudadano y el “ya lo arreglaré en su momento” del gestor.
Los primeros días de la pandemia en Europa, cuando el virus empezaba a cebarse con Italia, se puso de moda la expresión tutto andrà bene (todo irá bien). Lo impresionante es que 75.000 muertos después sigamos creyéndonoslo.