-Señora Grau, ¿ya se lo ha pensado bien, esto de dejar el periodismo por la política?
-¿Dejar el periodismo, yo? Oiga, no se equivoque: si yo no fuera periodista, no me metería en política. Que hemos llegado a un punto en el que, para defender la libertad, de prensa y de la otra, hay que mojarse…
Hace sólo unos meses, tuve el honor de que la Revista de Libros, cabecera de referencia de toda la vida intelectual de este país, me publicara un artículo donde contaba casi paso a paso mi doloroso tránsito de un catalanismo más o menos plácido, tierno y feliz a la agonía en que el Procés ha convertido desde hace años (bastantes más de los que parece…) el día a día de más de la mitad de los catalanes. Me recuerdo escribiendo con aparente ironía esta frase, en realidad sacada de las tripas hechas corazón: “Es una pena que quienes ahora "te dejan" ser independentista sin necesidad de ser catalán, no te consideren catalán si no eres antiespañol”.
No es fácil salirse de la tribu que has transitado desde la infancia familiar, social y profesional. Es un desgarro íntimo que deja cicatrices de por vida. No puedes culpar demasiado a nadie por no querer líos, porque prefiera tener la festa en pau, que decimos en Cataluña… Vivir y dejar vivir, y, sobre todo, sobre todo, no meterte en política. Es lo que funcionaba con Franco y es lo que funciona ahora si quieres tener una cierta tranquilidad laboral en Cataluña. No digamos si, rizando ya el rizo de la temeridad, te ha dado por ser… ¡periodista!
Me viene ahora mismo a la mente una escena vivida cuando en el pujolismo no se ponía el sol. Corría el mes de octubre de 1994 -sólo dos años después del gran sueño olímpico- cuando visitaron oficialmente España por primera vez los emperadores de Japón. Estuvieron en Madrid, estuvieron en Salamanca -lugar predilecto de los japoneses para el estudio del español- y estuvieron en el Palau de la Generalitat, donde Jordi Pujol y Marta Ferrusola les ofrecieron un almuerzo.
En paralelo, el cónsul japonés en Barcelona nos invitó a cenar a todos los periodistas que “cubríamos” habitualmente la información del gobierno catalán. Este señor cónsul, una persona educadísima, escuchó bastante más que habló durante toda la cena. En realidad, yo sólo recuerdo que nos llegara a preguntar una cosa:
-Distinguidos representantes de la prensa: el emperador ha mostrado interés por un gran escritor de su país. ¿Serían tan amables de ayudarme, por favor? ¿Qué me pueden contar de don Gonzalo Torrente Ballester y de su obra?
Tsunami de silencio. No creo que me equivoque mucho si lanzo la hipótesis de que, en toda aquella mesa, yo fuese la única que se había leído entera una novela de Torrente Ballester… Por si acaso, no levanté la mano la primera, no vaya a ser que… ¿les he contado que una vez fui jovencita y muy tímida?
Justo enfrente de mí se sentaba otro periodista que tampoco creo que me sacara demasiadas primaveras. Ni demasiadas lecturas, como en seguida pude comprobar:
-¡Torrente Ballester es un fascista, un falangista y un franquista, que está en contra de que nos devuelvan a Cataluña unos papeles nuestros que están en los Archivos de Salamanca y que…
Taconazo de aguja por debajo de la mesa. De mí a él. Flojito, lo justo para dejarle atónito y poder tomar la palabra yo. Y decir en voz alta con mi mejor sonrisa:
-Estimado señor cónsul, don Gonzalo Torrente Ballester es uno de los mayores novelistas en español de este siglo, y es para nosotros un inmenso honor que el emperador del Japón le conozca y se interese por su obra.
Sin dejar de sonreír, y sin apartar mi tacón de aguja del tobillo del hiperventilado, le mascullé en un aparte:
-¿Y a ti no te da vergüenza hablar así de lo que evidentemente no conoces, delante de un cónsul extranjero, además? Ya me habría gustado verte a ti en 1962, cuando Torrente Ballester firmó un manifiesto en defensa de los mineros asturianos en huelga, le purgaron de todos los trabajos que tenía y tuvo que volverse primero a Galicia y que largarse después a Estados Unidos…
Es sólo un ejemplo de la sensacional frivolidad con que hace décadas que se administran en Cataluña epítetos como “fascista”, “franquista”… O, más modernamente, “puta”, “borracha”, “mentirosa”, “enemiga de Cataluña”… Suerte que tenemos ministerio de Igualdad, no quiero ni pensar si viviéramos en uno de esos tristes países donde el machismo campa incontrolado a sus anchas…
Odio
¿De dónde sale tanto odio, tanta pasión de escarnio? Seguramente la respuesta en profundidad a esa pregunta la encontrarán mejor leyendo a Hannah Arendt que leyéndome a mí. Sin pretender asomarnos ahora y aquí a los abismos de lo patológico, baste señalar que hace tiempo que en Cataluña el debate no es ni siquiera, como de lejos pudiera parecer, independencia sí o no. Es derechos civiles sí o no. Convivencia sí o no. Libertad sí o no. Libertad de todo tipo. Muy especialmente, libertad de prensa.
Durante décadas he procurado llevar con paciencia -no sé si ejemplar, pero paciencia- los terribles, dolorosos costes de mi progresivo distanciamiento del establishment político y mediático del Procés. No confundir por favor Procés con Cataluña, ni siquiera con catalanismo: la extensa e intensa red clientelar, la apabullante mafia institucional y social del Procés, no sólo no ha buscado jamás el bien de Cataluña, sino que se ha erigido en su mayor amenaza. Ha puesto en fuga empresas, talento, familias. No es sólo que la república catalana no exista (que no existe). Es que estamos a un paso del autogobierno de la nada. De la autonomía fallida.
Llámenme hipersensible, pero es muy duro ver actuar como orcos a aquellos que creciste pensando que eran los buenos de la película. El 10 de noviembre de 2019 vi estremecida por televisión las imágenes de una Inés Arrimadas embarazada yendo a votar en Cataluña, bajo un chorreo atroz de insultos y de acoso. No le perdonaban, supongo, haber conseguido la primera victoria histórica para un partido constitucionalista en unas elecciones catalanas el 21 de diciembre de 2017.
Pues sepan que yo, personalmente, decidí afiliarme el 11 de noviembre de 2019, con las retinas llenas de Inés, pero también porque me dio la gana apostar no a caballo ganador o perdedor, sino al que yo creía que tenía razón. Cuando has sufrido la intolerancia de los extremismos en tus propias carnes, más te vale que exista un centro. Todo lo vilipendiado y sufrido que se quiera en un momento dado, pero centro, centro. Una palanca desde la que intentar mover el mundo hacia la serenidad y la libertad.
Me afilié tan sigilosamente que cuando me propusieron sumarme a las listas de Ciudadanos para las próximas elecciones catalanas, ni ellos sabían que yo llevaba 14 meses pagando mi cuota sin decirle nada a nadie. Y, probablemente, nadie habría llegado a enterarse, nunca, de no haberse dado el caso de que mi participación el 23 de noviembre de 2020 en un debate de TVE defendiendo el bilingüismo -y dando datos objetivos de las actividades de espionaje lingüístico en las escuelas, comprobadas y denunciadas desde hace tiempo en varios medios, incluido EL ESPAÑOL- desatara una tormenta de insultos, amedrentamiento y acoso que definitivamente desbordó toda la medida. Fue la gota que colmó el vaso.
Aviso a navegantes: cuando presentadores de TV3, exdiputados al Congreso y al Parlament y notorios oportunistas políticos ya ni siquiera se esconden detrás de una legión de bots y de trolls para atacar a quien les desmiente, cuando ya se creen que el modelo catalán -antaño oasis, ahora gulag más bien…- es exportable al resto de España, tomen nota y agárrense los machos. No digan luego que no se les avisó.
Así lo entendieron, y yo mucho lo agradezco, la APM, la FAPE y el grupo de periodistas Pi i Margall, que me ampararon con un valiente comunicado que me consta que muchos colegas de profesión han leído con secreto alivio y esperanza. Debo agradecer también a David Pérez que me defendiera desde la tribuna del Parlamento catalán.
Pero los diputados catalanes de Ciudadanos fueron los primeros en saltar al ruedo. Inés Arrimadas, la primera líder nacional que me llamó para reconfortarme. No sé si ustedes se imaginan lo que es llevar largo tiempo aguantando patadas en el hígado tú sola y de repente atreverte a soñar con que puedas tener un equipo. Yo me afilié a Ciudadanos en uno de sus peores momentos. Y ellos me han abierto un hueco en su familia y en sus listas en un momento delicado para mí también. Definitivamente, debemos ser tal para cual.
En resumen, como catalana, como española, como periodista, como mujer, se lo pido: haga como yo, métase más en política cuánto más le intenten echar de ella. Que por algo será.