El policía acababa de pedirse una cerveza cuando le vio acomodarse en una de las sillas de la terraza de aquel establecimiento de la localidad de Anglet. Apenas le dio tiempo a saborearla. Era mediodía.
Bajo el sol francés de las Landas, acodado en la barra del interior de café Havana, un enclave con una vista privilegiada hacia la playa de Chambre d'Amour, el agente observó cómo a pocos metros de él surgía del interior de un coche uno de los asesinos de Miguel Ángel Blanco. El único que todavía permanecía en libertad.
Francisco Javier García Gaztelu, alias 'Txapote', se cubría con un raído jersey de punto, gastado por el uso, en apariencia sin lavar. No llevaba camiseta interior. La barba dejada, el pelo algo más largo, un hedor sucio pegado al cuerpo. Olía como si llevara cinco días sin ducharse. Este detalle tanto él como sus compañeros no lo supieron hasta un rato después, al abalanzarse sobre el terrorista.
Cerca de las dos de la tarde, el jefe del aparato militar de la banda terrorista ETA echaba a andar hacia la cafetería y su presencia fue advertida por uno de los agentes que llevaban semanas buscándole. No iba solo. A su lado caminaba otra persona, y ambos, ajenos a lo que estaba por llegar, se sentaron en una de las mesas de la terraza, mirando hacia el mar, y se dispusieron a comer.
Aquel agente supo en cuanto le vio llegar quién era aquel tipo. Como el resto de sus compañeros, hacía poco que había tenido entre sus manos una fotografía reciente de uno de los asesinos más buscados por las autoridades españolas. Por eso le reconoció al instante, cuando Txapote y su acompañante acababan de aparcar.
Han pasado exactamente 20 años del mediodía de aquel 22 de febrero del año 2001. La operación, dirigida entre los investigadores de la Comisaría General de Información (CGI) de la Policía Nacional y la Policía Francesa, tuvo como resultado la detención de un sanguinario pistolero cuya imagen permanece de manera trágica en la memoria sentimental de muchos españoles.
Txapote acumula, a día de hoy, un total de 450 años de condena por sus crímenes. Hasta hace unos meses cumplía su condena en el módulo de aislamiento de la prisión de Huelva, de donde se le extrajo el pasado noviembre. Actualmente cumple su pena en esa misma cárcel con el resto de presos comunes.
Entonces, tras la caída de Kantauri en París en 1999, Francisco Javier García Gaztelu era considerado el máximo responsable del aparato militar de ETA. Se trataba de uno de los etarras más sanguinarios, lo que le convirtió en uno de los más buscados por la Policía Nacional.
Fue él quien acabó con la vida del dirigente del PSOE Fernando Múgica, con la de Gregorio Ordóñez, con la de José Luis López de Lacalle, con la de dos guardias civiles en Sallent de Gállego (Huesca). También fue el encargado de apretar el gatillo aquel 12 de julio de 1997. La vida de Miguel Ángel Blanco se extinguió con un par de disparos de su Beretta Long Rifle, calibre 22 .
Dos décadas después de su detención, EL ESPAÑOL revela en exclusiva las imágenes que obtuvieron los investigadores semanas antes de apresarle y que permitieron constatar que le habían encontrado. También la nota de su cuaderno en la que se señalaba la cita en aquel café, así como la reconstrucción del operativo en el que casi una veintena de policías se abalanzaron sobre él cerca de aquella playa del sur de Francia.
Un escondite en las Landas
Cuentan varios altos mandos de la lucha antiterrorista en el seno de la Policía Nacional que una de las claves para llegar a la guarida de Txapote en las Landas se la proporcionó uno de sus colaboradores. Ibon Muñoa, 43 años en aquel entonces, concejal de Herri Batasuna en Éibar (Guipúzcoa), no solo daba cobertura a terroristas en su vivienda desde 1995. También regentaba una tienda de recambios para coches a través de la cual los etarras obtenían matrículas falsas para sus vehículos.
En enero del 2000, un año antes de cazar al jefe militar de la banda, la Policía Nacional localiza en un piso franco del comando Vizcaya una serie de placas de automóvil. Los investigadores fijan entonces su atención en la compañía de Muñoa. Uno de los indicios que les llevó a pensar en él fue que Eman Consulting, la compañía en la que había trabajado Miguel Ángel Blanco, era la que le llevaba la contabilidad a aquel negocio.
Como jefe de ETA, Kantauri, el predecesor de Txapote, dio la orden a sus comandos de que debían 'levantar' a un concejal del PP e Ibon Muñoa tenía milimétricamente controlado a uno de ellos.
Según quedó constatado en el juicio, del cual salió condenado, jugó un papel esencial como 'chivato': entregó su coche para que los secuestradores dispusieran de él. También les entregó las llaves de su piso, en el centro de Eibar, y una libreta en la cual había anotado las rutinas y los horarios del edil.
Uno de los inspectores jefe al mando de la operación acudió entonces a su tienda. Adquirió allí una placa. El cotejo de datos arrojó luz al asunto: eran las mismas que habían encontrado en aquel piso meses atrás. Para octubre Muñoa ya estaba detenido y empezó a cantar algunas de las cosa que sabía. Una de las más importantes, la cita que había tenido con Txapote el año anterior en su escondrijo de las Landas.
Empezaban, entonces, cuatro meses de dispositivos de vigilancia en el paraíso surfero de los franceses.
Una imagen inédita
Txapote tenía 35 años cuando lo detuvieron. Sin embargo, los agentes que llevaban tiempo persiguiendo sus huellas -era uno de sus principales objetivos- no contaban con una sola imagen con la que pudieran identificarle por su aspecto.
La única prueba gráfica en su poder, explican fuentes de la lucha antiterrorista, procedía de una de sus primeras detenciones, cuando Txapote era uno de los perros callejeros de la izquierda abertzale. Su labor no era otra que la de incendiar las calles del País Vasco. Su aspecto podía haber cambiado enormemente.
Era esencial, por tanto, obtener una imagen del asesino. La clave de todo llegó después de localizar un vehículo que había sido robado en uno de los lugares que Muñoa había señalado en su declaración. La Policía Francesa y la Comisaría General de Información de la Policía Nacional se pusieron manos a la obra. Colocaron discretamente una baliza en el vehículo y se sentaron a esperar.
"No teníamos 400 cámaras, de las que sí disponen ahora", explica uno de los mandos presentes en aquel operativo. Pero un día, tras largas jornadas de espera, la búsqueda dio sus frutos. "Es una imagen de él andando por la calle, dirigiéndose al coche. Si la comparas con la que teníamos en aquel entonces de él, no resultaba tan sencillo de identificar".
En la foto se aprecia a un Txapote expectante, ataviado con una chaqueta marrón, con las gafas de sol en la cabeza y los brazos cruzados. Pronto se dieron cuenta de la importancia del hallazgo. Enviaron a revelar las imágenes a la comisaría de Bayona. "Se parecía como un huevo a una castaña". Pero al final llegan a la conclusión de que solo podía ser él.
A lo largo de las siguientes semanas los agentes iniciaron una serie de intensos seguimientos sobre el líder militar de la banda. Algunos incluso en viajes hasta Lyon.
"A raíz de eso incrementamos y reforzamos el dispositivo y localizamos uno de los sitios en los que realiza sus citas", explican los investigadores. El dispositivo clave tiene lugar esa semana de febrero anterior a su caza. Había que andar con cuidado. Txapote ya se había esfumado varias veces de las manos de los policías franceses.
Almuerzo en el café La Havana
El 22 de febrero de 2001, cuatro de los agentes del operativo quedaron para comer en la terraza de esa cafetería desde donde las vistas al mar resultaban inmejorables. Uno de ellos llegó antes que el resto. Desde el interior del local, mientras se pedía una cerveza, vio llegar al asesino. Iba acompañado. "Daba la impresión de que se conocían de antes. Exhibían una cierta soltura entre ambos. Hablaban amistosamente, no era la primera vez que se veían".
El agente les observa bajar de coche, caminar hacia el local y sentarse en la terraza. Rápidamente llama por teléfono a sus responsables de la policía francesa.
- Llama y le dicen, oye, estoy aquí y acaba de llegar este tío (Txapote), y está sentado con una segunda persona que no sé quién es.
Los jefes de la policía en Francia se ponen en contacto con la Comisaría General de Información. Todo ocurre muy rápido, en apenas cinco minutos. Basta ese espacio de tiempo para que todo el mundo se ponga en guardia.
La orden europea de detención que pesaba sobre el líder militar de ETA facilitaba enormemente las cosas. No era preciso pillarle in fraganti. Por eso los responsables del operativo de ambos países se pusieron de acuerdo en cuestión de minutos. "Se llamaron unos a otros y dijeron: tenemos a este tío, está aquí. ¿Procedemos a la detención? Procedemos", recuerda uno de los integrantes de aquel operativo.
Al agente que había realizado la llamada desde el bar solo le quedaba esperar a que llegasen los refuerzos. Tanto él como sus otros colegas, con los que había quedado para comer, se dirigieron a la terraza, y escogieron para sentarse una de las mesas ubicadas unos metros por detrás del asesino. Txapote departía tranquilo con su interlocutor, de espaldas a ellos, con las sillas orientadas hacia el mar. Ya habían comenzado a comer.
Pocos minutos después, una quincena de agentes se plantan en el café Havana. Participan en la detención hasta veinte personas. Para no llamar la atención, entran por la puerta de la cocina, acceden de ella al salón y del salón a la terraza. Sus compañeros les ven llegar y se ponen de pie.
La detención y la libreta
En apenas segundos se abalanzan por la espalda sobre Txapote y su acompañante, que no es otro que Stephan Robidart, quien ya había sido detenido en 1993 por proporcionar logística e infraestructura a la banda terrorista.
Al advertir que se le tiran encima, Txapote se lleva la mano al cinturón e intenta desenfundar su pistola. La lleva cargada con diez balas, además del proyectil de la recámara. No le da tiempo a efectuar un solo disparo. Para cuando se quiere dar cuenta, los agentes franceses ya le han conseguido inmovilizar.
Además de charlar sobre el contenido del menú del día, en esa reunión Robidart y Txapote intercambian información sobre el impuesto revolucionario. En el cacheo, los agentes encuentran una serie de recibos dentro de un sobre que atestiguaban los pagos realizado por diversas empresas vascas a ETA.
Txapote solo llevaba encima las llaves de un Audi, 12.000 francos (unas 300.000 pesetas al cambio) y su preciada agenda. En un lenguaje cifrado, medio en euskera medio en metáforas y términos escogidos para que nadie más que él pudiera comprenderlos, figuraban anotadas todas las reuniones que había mantenido hasta la fecha. También otras que había concertado y a las que tenía previsto asistir.
En ella figuraban los nombres de los comandos, los encuentros que había ido manteniendo en la zona. Incluso estaba anotada esa misma reunión en la que se le dio caza. Dicen los investigadores que gracias a este material lograron más tarde, en otros importantes operativos, detener a diversos miembos de la banda.
Tras la detención, Txapote "se quedó bastante desorientado, abatido", explican las mismas fuentes. El aspecto que presentaba era el de un vulgar delincuente. El de alguien cuyo olor revelaba que podía haber pernoctado los dos o tres últimos días en el asiento trasero de su coche.
Horas después, ya en comisaría, sí que se comportó como el Txapote al que todos conocemos de las imágenes chulescas y amenazantes que protagonizó años después en algunos de los juicios por sus crímenes en la Audiencia Nacional. Dio rienda suelta a su insolencia. No colaboró. No reconoció su nombre cuando se lo preguntaron. No les quiso decir ni una sola palabra.
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