El día 3 de marzo de 1996, España dio muestras de la fortaleza del sistema democrático: la derecha ganaba las elecciones a la izquierda con plena normalidad. Se producía la alternancia.
Hace 25 años nadie rodeó el Congreso de los Diputados para impedirlo: antes de la llegada de los populismos de ultraizquierda y ultraderecha, España era una democracia plena.
José María Aznar derrotó a un Felipe González al que le sobraron los últimos tres años en el poder, llenos de escándalos y de crisis social y económica. A tanto llegó el desgobierno, que Aznar no tuvo dinero para pagar las primeras nóminas de los funcionarios.
Fueron momentos de zozobra: el equipo de jóvenes que representaban los Aznar, Cascos, Rato, Rajoy, Loyola, Esperanza, Jaime, Arenas o Tocino se habían ganado la calle, pero faltaba mucho para que los centros de poder y las embajadas confiaran en ellos.
Matutes, Serra, Romay y Rafa Arias daban el punto de experiencia que se exige a un gobierno llamado a hacer grandes reformas, pero también había desconocidos en política nacional como Margarita, Piqué, Aparicio y el mismo Posadas.
Digamos que el nivel de confianza en ese equipo era más bien insuficiente. Una España gobernada por el carismático González durante 14 años, que transformó y modernizó el país en muchos aspectos, daba el relevo a un Partido Popular que había dado el paso al centro político solo seis años antes, pero sobre el que sobrevolaba la sospecha de si de verdad sería un partido de libertades o de autoritarismo. Llegaron a dudar hasta de si se iban a seguir pagando las pensiones...
José María Aznar ha sido el gran líder del centro-derecha español, pues llevó al PP a la victoria desde cero bajo cero y demostró el talento y la convicción de los dirigentes que saben lo que quieren para su país y lo demuestran en cada paso que dan, en cada declaración y en cada decisión. Eso la izquierda nunca se lo va a perdonar.
A veces, hasta el mismo PP se olvida de agradecérselo.
La campaña electoral fue apasionante. Solo tres años antes, en 1993, hubo encuestas que dieron al PP vencedor, pero aún no estaba España preparada para dar la confianza a la derecha, a pesar de la victoria apabullante de Aznar en el primer debate televisado entre dos candidatos a la Presidencia del gobierno.
El atentado fallido contra él, en 1995, hizo crecer la admiración por su figura y despejó las dudas de que el PSOE había terminado su primera fase de gobierno en España. ¡Quién iba a decir que hoy echaríamos de menos a aquellos políticos socialistas!
Así pues, el PP vivió una campaña maravillosa: orgullo de partido, ánimo, vítores, plazas de toros llenas, mensajes de libertad, de reformismo, anticorrupción y bajada de impuestos que entraban como un cuchillo caliente en un pedazo de mantequilla.
Aznar recorrió España en un avión en el que, al final de la jornada, había un plato de jamón y un vaso de vino tinto para comentar las excelencias del día y agradecer cómo se volcaron los militantes y simpatizantes en cada ciudad, cómo se organizaron los actos, cómo olía a victoria de un partido que se había convertido en una maquinaria electoral.
Las encuestas llegaron a dar 14 puntos a Aznar por delante de González. Los socialistas nunca dieron la campaña por perdida y sacaron todo el armamento que tenían: desde aquel asqueroso vídeo del dóberman -donde llegaban decir “la derecha no cree en este país” y “no es la solución, es el problema”-, hasta sacar pidiendo el voto al PSOE a Antonio Banderas, a Marsillach, a Chus Lampreave, a Imanol Arias, a Ramoncín, a Concha Velasco...
Y les rentó...
A las siete y media de la tarde del domingo 3 de marzo, subió al despacho del presidente del PP, en la séptima planta de Génova-13, el equipo de Electoral para llevar un mensaje: “Vamos a perder”.
Aznar respondió: “¿Cómo es posible que las encuestas nos dieran ayer ocho puntos de ventaja y ahora me digáis que vamos a perder?”. Y fue casi cierto: ganó por solo 1,16 puntos y 15 diputados.
Felipe González declaró después: “Nos ha faltado una semana de campaña”.
Pero Aznar ganó. La gente en la calle gritaba “Pujol, enano, habla castellano” sin saber que habría que negociar con CiU, un partido cuya única ideología era preguntar “¿y yo qué me llevo de esto?”.
Sin la habilidad de Rato en la negociación con los catalanistas, de Cascos con el PNV y de Rajoy con los canarios quizá nunca se hubiera llegado al poder. Hay gente que echa en cara a Aznar haber llegado a acuerdos con ellos, pero esa gente ¿qué quería? ¿Preferirían la cerrazón de no gobernar al diálogo para conseguirlo?
En la historia de la llegada al poder del PP se suele olvidar la firmeza en sus planteamientos de Julio Anguita, líder de Izquierda Unida, el de “programa, programa, programa”: si se hubiera desdicho de su promesa de no pactar con el socialismo de la corrupción, González podría haber gobernado con él, CiU y PNV. Pero su negativa solo dejó la puerta abierta a la Presidencia de Aznar...
Si Anguita hubiera traicionado sus palabras, nunca se sabe si se hubiera abierto la enésima crisis en la derecha y se hubiera empezado a buscar otro líder.
A partir del 5 de mayo, cuando Aznar jura ante Juan Carlos I y entra en la Moncloa con Ana Botella con ese vestido verde pistacho inolvidable, el PP vivió los mejores años de su historia porque alcanzó lo imposible.
Después, el PP ha disfrutado de otras magníficas mayorías, pero la sensación de victoria, de reformas que nadie creía posibles, de cambio absoluto de los socios internacionales, de apuestas liberales, de transformación social se hizo en esos años. Y aún los críticos dicen que Aznar debió hacer más: ya te digo...
El miércoles se cumplen 25 años de la primera victoria del PP para llegar a la Moncloa: tiempos felices que hoy esperan recuperar en las manos de Pablo Casado y otros jóvenes de los que desconfían tanto como cuando Aznar empezó la carrera a la victoria.
*** Miguel Ángel Rodríguez fue secretario de Estado de Comunicación y portavoz del primer Gobierno de José María Aznar.