Los excesos de los primeros días, aquellas semanas de febrero y marzo de 2020 en las que todo era un continuo "laissez faire", han hecho que nuestra perspectiva de lo que se puede hacer y lo que no se puede hacer en una pandemia haya quedado completamente alterada.
Entre eso y la nula pedagogía por parte de las autoridades, cuyo entusiasmo o pesimismo depende de quién proponga tal medida más que de su validez en sí, es normal que vivamos un poco en el límite continuo del miedo, el escándalo y la indignación.
Por eso, no sorprende a nadie que, si ya nos echamos las manos a la cabeza cuando se permitió a los niños salir una hora al día, cada nuevo hito de apertura y riesgo sea recibido con un ruido considerable. Así fue, por ejemplo, el pasado 9 de mayo, hace ya quince días, cuando varios grupos de jóvenes salieron a la calle a celebrar el fin del estado de alarma y sus correspondientes toques de queda.
Estos jóvenes, en su mayoría, habían cumplido estrictamente con las normativas durante meses, y que veían una pequeña esperanza de cara a recuperar algo parecido a la normalidad. Las imágenes de gente divirtiéndose provocaron una reacción masiva. Hasta dónde podríamos llegar.
Hay algo en el imaginario colectivo común que nos costará quitarnos de encima y que viene a asociar cualquier imagen de diversión con un supuesto confinamiento posterior. Justos por pecadores.
Afortunadamente, y aunque siempre se puede y se debe ser más prudente de lo que vimos aquella noche, los actos de celebración puntual -algunas plazas en Madrid, otras en Barcelona o Palma de Mallorca- no han provocado ni el regreso del estado de alarma -la oposición lo pidió y el Gobierno estuvo a punto de ceder al estrépito- ni mucho menos a ninguna clase de confinamiento.
De hecho, este lunes, el ministerio de Sanidad ha publicado los mejores datos en nueve meses para la gran mayoría de los indicadores. Con una positividad que ya está por debajo del 5%, es decir, dentro de los límites de control establecidos por la OMS, la incidencia a 14 días se sitúa para empezar la semana en 129,41 casos por 100.000 habitantes.
En otras palabras, durante las dos últimas semanas, las más peligrosas en términos de un posible "efecto fin del estado de alarma" se han detectado 61.407 positivos. Son muchos, sin duda, 4.386 al día. Pero son exactamente un 31,51% menos que los que se detectaron las dos semanas anteriores.
No solo no hay ninguna comunidad autónoma en riesgo extremo (250 casos por 100.000 habitantes) sino que solo cinco (País Vasco, Madrid, Melilla, Aragón y Andalucía) están en situación de riesgo alto (150) y todas ellas con tendencia a la baja.
Es más, por primera vez desde la imposición del citado segundo estado de alarma a finales de octubre, se ha conseguido el objetivo para el que fue creado: bajar de los 25 casos por 100.000 habitantes en al menos alguna comunidad/ciudad autónoma, en este caso Ceuta. De seguir la tendencia que nos marca la incidencia a 7 días, es posible que Comunidad Valenciana y Baleares se unan en breve a este club.
Sigue bajando también, como se puede apreciar en el gráfico superior, el número de camas ocupadas en planta y en UCI. La proporción queda ahora mismo en dos pacientes críticos por cada cinco en vigilancia normal. La razón de esta ratio tan alta es simplemente que los casos más graves, los que llevan más tiempo, siguen en unidades de cuidados intensivos.
Mientras, las plantas se van vaciando porque no entran apenas casos nuevos, lo cual, obviamente, tiene mucho que ver con el hecho de que hasta 16,71 millones de españoles hayan recibido al menos una dosis de alguna de las vacunas disponibles. En el último fin de semana, en concreto, se han administrado 571.696 dosis.
El Ministerio añade al total acumulado otras 91 defunciones desde el viernes, lo que hace un total de 279 semanales, justo menos de 40 al día. Son las cifras semanales más bajas desde mediados de agosto, es decir, hace nueve meses. Un larguísimo y tortuoso embarazo.
También hay que remontarse a agosto para encontrar un número tan bajo de nuevos casos en un fin de semana (11.067, cifra algo inflada por un retraso de datos de la contabilidad de Cataluña) y una ocupación total tan baja (no se veía algo parecido desde el 24 de agosto de 2020).
Con el reto de las UCI aún por solventar y sin poder descartar, porque no sería sensato, un posible repunte producto de la evidente relajación que se observa a lo largo y ancho de la sociedad, lo cierto es que cada día es un día que nos acerca más al verano pasado y a aquella tregua de días sin un solo fallecido e incidencias ridículas.
Es cierto que ahora no alcanzaremos esas incidencias, porque detectamos más y mejor. Es cierto también que el camino hacia los cero muertos nos llevará más allá de junio, o eso parece lo más probable. Pero la buena noticia es que no se espera un repunte como el que hubo en agosto, septiembre y octubre gracias a la campaña de vacunación.
¿Qué cabe esperar después? Aún no lo sabe nadie. Si habrá que hacer una segunda ronda de vacunación, si los anticuerpos cederán antes de lo previsto o si seguirán defendiéndonos más allá de lo esperado, es aún materia de especulación.
Basta con ver la situación en Sudamérica, donde se acerca el invierno y el grado de vacunación -excepto en Chile- sigue siendo deficiente para darse cuenta de que el virus sigue esperando cualquier oportunidad para meterse de nuevo en el partido. Si somos rápidos en nuestras reacciones, lo evitaremos. Para ello, hay, primero, que saber medirlas y reservar el escándalo para lo verdaderamente escandaloso.
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