El macrobrote de Mallorca, del que ya se conocen al menos 500 casos positivos en varias comunidades autónomas, demuestra que el Estado de Alarma y las restricciones de movilidad no eran un capricho. Tampoco, por supuesto, una necesidad eterna, pero la desgracia nos ayuda a entender varias cosas.
De entrada, en vez de tener un brote localizado en una sola ciudad, lo hemos extendido por toda España con los riesgos que eso supone. Aparte, es difícil ubicar exactamente cada caso y saber su origen, puesto que hablamos de chicos que han estado del 18 al 20 de junio fuera y han empezado a dar positivo el mismo día 21, lo que no descarta que en algunos casos ya fueran a la isla contagiados.
En cualquier caso, este brote es la punta de un iceberg en forma de cambio de tendencia. Lo llamativo de un proceso que ha empezado esta semana y que no sabemos cuándo acabará, sobre todo viendo lo que está pasando en Portugal y Reino Unido, que siguen aumentando sus incidencias después de cuatro semanas.
El "timing" no puede ser peor: parece claro que el brote se asocia a las Islas Baleares justo la semana que Gran Bretaña decidía incluir este destino turístico entre sus "zonas verdes", es decir, aquellas que no exigían una cuarentena a la vuelta de vacaciones.
Por otra parte, tanto el brote como el cambio de tendencia coinciden con la desaparición hoy mismo de la obligatoriedad del uso de mascarillas en exteriores. Hemos tenido un más que plácido mes de junio, ideal para retirar esta medida y hemos ido a hacerlo justo cuando parece que la cosa se va a complicar, lo cual servirá a muchos sin duda para relacionar una cosa con la otra. En ese sentido, conviene monitorizar desde la paciencia.
La incidencia sigue siendo baja y solo repitiendo la progresión vista en Reino Unido, donde los casos se cuadriplicaron en cuatro semanas, empezaríamos a entrar en aguas pantanosas. Las posibilidades de contagiarse al aire libre respetando unas normas mínimas de sentido común siguen siendo muy escasas. La mascarilla como factor de protección individual sigue teniendo sentido. Como necesidad de protección social, no tanto.
Lo sucedido en Mallorca nos ayuda también a entender el nuevo perfil de contagiado que nos vamos a encontrar a lo largo del verano: básicamente, gente muy joven. Esto se debe obviamente al avance en la vacunación. Tras una semana de récords, en la que se han administrado 3.396.350 nuevas dosis, en España ya han recibido la pauta completa el 33,5% de los ciudadanos.
El desglose por edades dibuja una situación dispar: ya están inmunizados o a días de estarlo el 100% de los mayores de 80 años, el 96,5% de los que tienen entre 70 y 79, el 65,6% entre 50 y 59 y el 37,5% entre 60 y 69 por la penosa gestión de la crisis de AstraZeneca.
Ahora bien, entre los adultos menores de 49 años encontramos que solo seis millones y medio se han puesto una dosis sobre una población acumulada de casi treinta millones. No llegamos al 25%. Hay más de veinte millones de españoles sin protección alguna contra el virus más allá de la que les conceda su propio sistema inmunitario.
Tener brotes entre franjas de edad que en principio no son de riesgo lleva aparejada una escasa hospitalización y muy pocos fallecimientos. La famosa variante delta o “cepa india” es tremendamente contagiosa -no es predominante, por cierto, en el brote balear- pero las vacunas funcionan estupendamente bien a la hora de protegernos.
Según datos del NHS británico, la eficacia de la vacuna con una sola dosis a la hora de evitar que el contagiado entre en un hospital es del 80%. Con dos dosis, sube al 96%. Por supuesto, habrá excepciones y harán mucho ruido, pero, como sociedad, es decisivo proteger cuanto antes al mayor número de personas. Básicamente, porque funciona.
De momento, lo que queda es ir mirando las cifras que da Sanidad. Como siempre, nos fijaremos en la incidencia, pero insisto en que una incidencia que no suponga un aumento excesivo de presión asistencial es una incidencia que nos dice poco de la posible gravedad de la situación.
El cambio de tendencia parece observarse en el hecho de que suban los casos tanto en el acumulado a catorce días como en el acumulado a siete. El primero se sitúa en 95,03 casos por 100.000 habitantes y el segundo, en 46,30 cuando el pasado viernes eran 43,60. Es decir, no hablamos ya de crecimientos puntuales sino de aumentos en la media semanal. Esta semana, los positivos confirmados han crecido un 6,19% respecto a la anterior.
En cuanto a los nuevos ingresos, sin embargo, sigue el descenso: de lunes a viernes se han notificado 1.310 por 1.600 de los mismos días de la semana pasada y la ocupación total ha pasado en una semana de 2.856 a 2.366 (-17,15%) con una evolución similar en UCI, que pasa de 793 a 641 (-19,16%). La media de fallecidos en la última semana consolidada es de 14,28. Confiemos en que así siga o incluso baje independientemente de la subida de algún indicador.
El problema llega en el análisis de las comunidades con más peligro: las subidas semanales son más grandes en Baleares, Canarias, Asturias, Cantabria, Cataluña y Comunidad Valenciana. ¿Qué tienen todas ellas en común? Son de las que mayor atractivo turístico tienen en nuestro país.
Aquí, lo económico entra de lleno en el análisis de la situación. No es solo la decisión interna que tomemos en cuanto a aperturas de lugares de ocio y reuniones masivas, que puede llegar un momento en el que vuelva a ser materia de debate. El verdadero problema sería llegar a mediados de julio con una incidencia, y sobre todo una tendencia, que invite a otros países a imponer medidas que restrinjan los viajes a España.
De este modo se perdería buena parte del turismo extranjero, vital cada verano para el sector. En Portugal llevan tiempo temiéndoselo y hoy presentan una incidencia de 140,6 casos por 100.000 habitantes cuando hace tres semanas eran 71,1. Doblan casos cada tres semanas. Recordemos que Portugal y Reino Unido han seguido una evolución temporal en materia de brotes y "olas" muy parecida a la nuestra.
En definitiva, el cambio de tendencia no es un problema solo español y tiene que ver directamente con los experimentos a la hora de imponer límites. Ya sabemos que si nos quedamos en casa no se contagia nadie. El asunto es cómo convivir con el virus y más ahora que tenemos un ejército bien armado dentro de nuestros organismos.
La Eurocopa de fútbol, por ejemplo, con sus numerosos positivos entre los jugadores de distintos equipos, es un ejemplo de que el virus sigue vivo y coleando. Recientemente, se ha detectado un brote de unos cien casos entre aficionados finlandeses.
Animar a tu equipo en la grada, sin la distancia adecuada y a pleno pulmón, a menudo sin mascarilla, ya supone un riesgo, pero este se multiplica cuando todos entran a un bar o a una discoteca a celebrar la victoria o intentar olvidar la derrota. El verano se da mucho a contextos de este equipo. La vida social se multiplica y los grupos de convivencia se mezclan. Queda, ante esto, la única solución de vigilar atentamente y trazar contactos antes de que la cosa se complique demasiado.
Eso o volver a soluciones extremas, algo que anímicamente sería un desastre para la sociedad, más allá de cualquier daño económico. Puede que vengan días algo duros y puede que no. Nos alegraremos de lo segundo, pero, si lo que toca es lo primero, será clave mantener la calma: seguimos con una positividad muy baja y con una ocupación hospitalaria por debajo del 2%. En resumen, hay margen. Ni hagamos como si esto hubiera acabado ni sobreactuemos. No será fácil pero será necesario.