Zulema estuvo destinada durante algo más de un año, entre 2004 y 2005, como soldado profesional en un hospital de campaña situado a las afueras de Kabul. Hoy siente "rabia e impotencia" al contemplar los rostros de desesperación de cientos de afganos, que se agolpan en torno al aeropuerto de la capital de Afganistán intentando huir del país.
En la actualidad, Zulema es guardia civil, pero cuando participó en la misión internacional del Ejército "tenía 23 años, era una cría, con esa edad no estás preparada para lo que vas a vivir allí".
Durante aquella etapa, conoció de cerca la violencia de los talibanes: "Cuando cometían un atentado, acudíamos a recoger a los militares y civiles heridos. También atendimos a muchos adultos y niños mutilados por las minas antipersona, que los talibanes sembraban en las carreteras. Me tocó hacer de enfermera, realizar analíticas, curas..."
Zulema asegura que no suele hablar de estos recuerdos con su familia ni sus amistades, pero ahora que Kabul ha caído en manos de los talibanes, tras la precipitada salida de las tropas internacionales, opina que la gente debe conocer la realidad del país y el futuro que espera a los afganos.
Mujeres en el maletero
"Tras la misión", afirma en declaraciones a EL ESPAÑOL, "vuelves a casa con la satisfacción de haber ayudado a la gente. Pero ahora parece que el sacrificio de muchos compañeros no ha servido para nada. No es justo, hemos vuelto a la casilla de salida".
Algunas experiencias no se olvidan nunca. Quizás ésta es la más dura. "Una chica afgana menor de edad", relata, fue repudiada por sus padres porque había sido violada, algo que es un deshonor para toda la familia. Como no tenía donde ir, se vertió aceite por todo el cuerpo y se pegó fuego. Cuando fuimos a atenderla, tenía todo el cuerpo abrasado y ya no podía hablar".
La joven fue trasladada al hospital de campaña, pero el personal español no pudo hacer nada por salvarle la vida. Murió al cabo de tres días. El padre de la chica se limitó a comentar a su mujer: "Al menos, ha tenido la dignidad de quitarse la vida".
"En aquella cultura la religión condiciona todos los aspectos de la vida", señala Zulema, "las mujeres no tienen ningún valor en aquel país, son cosas. A veces veías pasar un coche conducido por un hombre, con todos los asientos vacíos. Las mujeres iban metidas en el maletero, asomando la cabeza, como si fueran carga".
"Son asesinos y pederastas"
En el hospital de campaña la soldado española también tuvo que atender a otra mujer afgana, embarazada, a la que su marido había pegado fuego: "Ella no dejaba de repetir que lo único que quería es que su bebé fuera un niño", explica Zulema. "Antes de morir, su cuerpo quemado se llenó de infecciones y parásitos, porque el clima tan desértico del país hace que las heridas cicatricen muy mal".
Zulema estuvo asistida en Kabul por la intérprete Bahere, quien hoy tiene la condición de refugiada política en España: nació en Irán, pero en 1984 huyó a Pakistán junto a su familia porque pertenece a la minoría religiosa bahai, perseguida por el régimen de los ayatolas.
Durante su labor en Afganistán como intérprete del Ejército español, Bahere encontró un país destruido y empobrecido por décadas de guerra: primero por la invasión soviética (entre 1978 y 1992) y durante los últimos 19 años por la intervención internacional que tampoco ha logrado doblegar a los talibanes.
"Los talibanes dicen ahora que se han moderado", explica Bahere, "pero es mentira. Son asesinos y pederastas como los mulás iraníes, que se casan con niñas de 12 años y abusan sexualmente de los niños".
En declaraciones a EL ESPAÑOL, Bahere insiste en que los talibanes "intentan transmitir ahora una imagen que es mentira. Han dicho que respetarán los derechos de las mujeres dentro de la Sharia", añade, "eso supone que la mujer no puede ir a la Universidad, no puede pintarse las uñas ni llevar tacones porque eso provoca al hombre... No tienen ningún derecho. La Sharia justifica que el marido golpee a la mujer, porque es de su propiedad".
Bahere sirvió durante cuatro meses en el mismo hospital de campaña de Kabul que Zulema, y luego trabajó para el Ejército español durante un año en la ciudad de Herat, al oeste del país.
Abandonados a su suerte
José M., quien sirvió en tres etapas distintas (entre 2005 y 2010) en aquel país como piloto de helicópteros del Ejército español en misiones de salvamento y rescate, lamenta la salida de las tropas occidentales y la victoria talibán. "Les hemos fallado, hemos abandonado a los afganos a su suerte".
Cuando pisó el país por primera vez sólo tenía 23 años, era "muy joven e inexperto, pero con mucha ilusión y corazón. Ahora tienes la tristeza de pensar que lo que Afganistán hicimos no ha servido de nada".
En conversación con este diario, José admite que "Afganistán es un país muy complejo, formado por muchas etnias distintas. Los talibanes no tienen armamento muy sofisticado, pero controlan bien el tiempo y el territorio. Nosotros éramos conscientes de que no se trataba de entrar allí con potencia, sino con resistencia. Era necesario reconstruir zonas rurales, facilitar a la población alternativas al cultivo del opio..."
Como piloto de helicóptero, participó en misiones de rescate de alto riesgo. "Los informes de inteligencia nos advertían que los insurgentes usaban artefactos explosivos contra los convoyes militares y misiles portátiles contra las aeronaves", explica a este diario.
En estas misiones de salvamento, los helicópteros volaban en pareja: el primero descendía con equipo médico para atender a los heridos, mientras el segundo sobrevolaba la zona como escolta para darle cobertura aérea.
"En una ocasión", relata este piloto del Ejército español, "mientras el primer helicóptero bajaba a recoger a los heridos vimos que un vehículo se acercaba por la carretera a gran velocidad. Tuve que realizar un vuelo rasante y colocarme delante del coche, para obligarle a detenerse. Los compañeros italianos que estaban en tierra consiguieron interceptarle. En caso contrario, se habría lanzado como un coche bomba contra el primer helicóptero que estaba sobre el terreno".