Hace aproximadamente dos meses, en abril, bien entrada la primavera, llegaba una llamada a la dirección del Museo del Prado con una sugerente idea. Al otro lado del teléfono, un interlocutor del Palacio de la Moncloa muy cercano a Pedro Sánchez lanzaba esta propuesta: una gran cena en el interior de la pinacoteca como guinda a la Cumbre de la OTAN.
Así lo revelan a EL ESPAÑOL fuentes próximas a la organización del evento. La iniciativa provenía del presidente, de su equipo más cercano, conformado por nombres como Óscar López, director del Gabinete de la Presidencia del Gobierno; por Fran Martín, secretario general de Presidencia; o por Francesc Vallès, secretario de Estado de Comunicación.
Al tratarse de una cumbre histórica –razonaron ya en conversación con los dirigentes del museo–, era preciso crear alrededor momentos nunca antes vividos en eventos similares.
El Prado aceptó la propuesta y, a partir de ahí, comenzó una cuenta atrás de dos meses para salvar todos los obstáculos posibles. Visitas de servicios secretos, de delegaciones, de embajadas, de montajes nocturnos con el fin de lograr que la noche del 29 de junio de 2022 el poder de Occidente, representado en los 30 líderes de la Alianza Atlántica, pudiera reunirse en ese edificio histórico con total naturalidad y sin mayores sobresaltos.
El museo nunca había sido escenario de un evento de tales características. Mientras que en IFEMA –prosiguen las fuentes consultadas– el espacio se amolda al evento que acoge, en un edificio como el Prado es el acontecimiento el que ha de adaptarse al espacio.
Los servicios secretos
A lo largo de dos meses, los servicios secretos de todos los países participantes acudieron a la pinacoteca para preparar el terreno. Las delegaciones la visitaron de forma constante, trabajando en comunión con la seguridad de Moncloa y el Ministerio del Interior.
Nadie, eso sí, visitó el Prado tantas veces como los servicios de inteligencia estadounidenses. "Es la delegación que más veces ha ido, y la que contaba con más medios propios. Si a las reuniones con países europeos venían seis o siete personas, los de Estados Unidos llevaban a 35", explican fuentes conocedoras de los preparativos.
Querían conocer el museo como la palma de su mano. Preguntaban por cada detalle. Revisaban la perspectiva de cada una de las ventanas, los accesos, los puntos ciegos en el recorrido de los líderes en cada sala, la perspectiva desde el exterior.
El equipo de seguridad de la Casa Blanca quería saber por dónde iba a entrar el presidente Biden, la forma de cada estancia, las salidas del edificio. Buscaban securizar al milímetro y acotar incluso el tiempo que iba a permanecer el presidente dentro del museo.
Se trasladaba, de ese modo, la burbuja y el fortín blindado en el que se mueve el mandatario norteamericano al interior de una de las galerías más importantes del mundo.
Todo ello, además, con la dificultad de conseguir el efecto que finalmente se logró: que pareciera que los líderes de la OTAN iban a pasar una tarde distendida disfrutando todos juntos de esa gran colección de arte barroco. Con absoluta y total normalidad.
La cocina y la plataforma
La primera premisa que se le comunicó a Moncloa es que la cena no podía tener lugar en una de las salas de exposición. "La conservación de los cuadros no convive bien con los alimentos o con el trabajo de los camareros. Entonces teníamos que ahormar la idea, ajustarla al espacio que teníamos".
Fue entonces cuando se pensó en el patio de los Jerónimos, reformado por Rafael Moneo. Pero había un obstáculo que salvar: el lucernario cuadrado enmarcado en el centro de la sala.
En ese espacio, explicaban desde Moncloa, había que sentar a unas cuarenta personas. Tenía que ser una mesa cuadrada, pero sin la posibilidad de tapar el lucernario. Desde el museo encontraron la solución: una plataforma elevada para salvar esa altura y, en el hueco central, la correspondiente iluminación.
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Todo el montaje, como el Prado no cerró ni cesó ningún día su actividad hasta que empezó la cumbre, se tuvo que realizar por las noches. El resultado se ha podido comprobar en las imágenes ya distribuidas de todos los mandatarios disfrutando del banquete.
Con la invasión rusa de Ucrania sobrevolando y marcando el espíritu de la cumbre, los organizadores pensaron que era preciso evocar, de algún modo, al país que dirige Zelenski. De ahí las dos piezas interpretadas en la Galería Central del Prado por la Orquesta Sinfónica de Kiev (que acudió tras la gestión del Ministerio de Exteriores).
Por eso el cocinero y autor del menú que degustarían los líderes de la Alianza no podía ser otro que José Andrés. Español, aclamado en Estados Unidos y cuya labor humanitaria en Ucrania ha quedado constatada.
En la Moncloa entendieron que no se podía pervertir la naturaleza del museo para organizar la actividad. Sobre la idea inicial, durante dos meses se fue trabajando en esos tres espacios: la cocina del museo, el lugar del banquete y la Galería Central y la sala 12, la de Las Meninas.
Había que salvar dos problemas. Que las cocinas de la pinacoteca no son especialmente grandes. Tampoco se encuentran cerca de la estancia en la que cenaron los mandatarios. Así, varias veces en las semanas anteriores a la cumbre, los cocineros del equipo de José Andrés y el equipo de camareros visitaron los fogones del museo para adaptarse al espacio, a los utensilios, a las posibilidades a la hora de confeccionar el menú y transportarlo al claustro de los Jerónimos.
Moncloa y el Prado ultimaron cada detalle. Si unos pedían una habitación para el presidente, por si recibía alguna llamada, los otros buscaban la estancia más oportuna, dependiendo del momento de la tarde o de la noche.
Las Meninas
Había, sin duda, otro elemento crucial. "No tenía sentido hacer todo esto si luego el Prado no tenía protagonismo. Es decir, si vas al Prado tienes que ver el Prado", aseguran fuentes conocedoras de los preparativos. Se convocó a los líderes a las siete. Se citó también a los jefes de cada una de las escuelas de conservación del museo, por si alguno de los mandatarios pudiera tener alguna inquietud sobre alguna obra, como así finalmente ocurrió.
Todas las piezas encajaban. Faltaba, claro, esbozar el papel de la joya de la corona. La sala 12, con la colección de retratos de la corte de Felipe IV, entre ellas la obra más emblemática de Velázquez, Las Meninas.
Ese fue el lugar escogido para la tradicional foto de familia de la OTAN. Durante días, se produjeron múltiples ensayos con la sala vacía con el fin de escoger la mejor perspectiva, salvando el obstáculo de incluir a todos los mandatarios en ese espacio.
Ninguno de ellos debía tapar el cuadro y, a su vez, era importante que la instantánea conservara la majestuosidad de la estancia y del evento. El resultado es el que ya todo el mundo conoce.
El museo cerró tanto el día 28 como el 29 de junio. La noche anterior a la cena, un equipo trabajó sin descanso para montar las nueve cámaras y el dispositivo con el que se emitió en directo la recepción en la Galería Central y en la sala de Las Meninas.
Al día siguiente, este jueves 30, el Prado volvió a abrir como si nada hubiera ocurrido allí dentro, como si no se hubiera convertido en un fortín defendido por espías y agentes de todo el mundo. Como si se hubiera terminado un hechizo.