Mis cuatro días de marzo / Memoria incompleta de la investigación del 11-M (I)
"Madrid era en ese momento un pandemonio con las sirenas ululando entre el llanto de las víctimas y la indignación generalizada".
8 marzo, 2024 02:47Coincidiendo con el XX aniversario del 11-M, el director de EL ESPAÑOL reconstruye sus vivencias al frente de 'El Mundo'. Es la historia de la investigación periodística en pos de la verdad sobre la masacre terrorista que cambió el rumbo de España. Son en total 7 entregas. Las dos primeras están basadas en 'Palabra de Director', primer tomo de las Memorias de Pedro J. Ramírez publicadas en 2021 por Planeta. El resto de los capítulos son fragmentos inéditos del borrador del segundo tomo que Planeta tiene previsto publicar en 2025.
Salía de casa hacia la COPE cuando estallaron las bombas en los trenes. Al llegar a la emisora imperaba una gran confusión, aunque todos los indicios y primeras reacciones apuntaban a que ETA había cometido una gran masacre en Madrid tres días antes de las elecciones.
Yo iba a participar, como cada jueves, en el programa de Federico Jiménez Losantos, con la particularidad de que había convencido a Zapatero de que acudiera ese día a ser entrevistado en directo, en la recta final de la campaña.
Aquel a quien llamaban Bambi había endurecido su labor de oposición, tras la guerra de Irak, hasta desembocar en una áspera campaña electoral contra el PP.
Federico le había convertido en su punching ball matutino, como no podía ser de otra forma dentro de su universo maniqueo —la izquierda es mala, la derecha es tonta—, tratándose de un socialista. Pero, aprovechando la entrevista de cierre de campaña para El Mundo, yo le hice ver a Zapatero que era una oportunidad para demostrar su ya proverbial buen talante.
Dábamos por hecho que Zapatero cancelaría la intervención en la COPE cuando llamó para decirme que mantenía el compromiso, pero entraría en antena desde casa.
Madrid era en ese momento un pandemonio con las sirenas ululando entre el llanto de las víctimas y la indignación generalizada. En medio de las conexiones con las unidades móviles destacadas en las estaciones de las que se evacuaban dramáticamente los cadáveres, emergió el emotivo testimonio de la redactora jefe de El Mundo, Lucía Méndez, testigo presencial de los hechos, desde el balcón de su domicilio, en un piso alto de la calle Téllez, a quinientos metros de Atocha, justo enfrente de uno de los focos de las explosiones.
— Estaba haciendo el desayuno a mis hijos cuando oí unas explosiones secas y metálicas, como el sonido de un tiro. Las camas vibraron. El patio estaba lleno de humo, olía a azufre. Me asomé a la ventana y vi varios vagones de trenes reventados, con grandes boquetes en el centro. Había gente saliendo de los trenes, curiosamente en silencio, no se oía ni un grito, tal vez porque la explosión había dañado sus oídos. Algunos ayudaban a los heridos, ponían sus mochilas bajo sus cabezas. Al lado de las vías había un gran número de cadáveres.
La voz de Zapatero sonó en antena con serena consternación. Él tampoco tenía dudas sobre la autoría de la masacre.
— Está clarísimo que ETA ha intentado intervenir en la campaña. Yo pediría a todos los ciudadanos que el domingo hubiera una participación masiva en las urnas como respuesta a ETA.
Minutos después, Ibarretxe iba mucho más lejos en una comparecencia pública, ante un atril, en la que se trastabilló al pronunciar la palabra más dura jamás empleada por un lehendakari nacionalista contra la banda terrorista.
— Qué monstruosidad... Cada vez que ETA atenta se rompe en mil pedazos el corazón de los vascos... Por favor, que no se hable nunca más de terrorismo vasco, el terrorismo es de ETA... No son vascos quienes cometen estas atrocidades, son simplemente alimeñas (sic)..., alimañas. Son simplemente asesinos. ETA, estoy absolutamente convencido, está escribiendo su final... Las atrocidades que está cometiendo nos repugnan a todos los vascos y vascas... ETA está escribiendo sus últimas páginas. Terribles, desgraciadas, pero sus últimas páginas.
A partir de esa declaración, casi simultánea a la del portavoz del Gobierno Eduardo Zaplana, culpando también a ETA, todas las fuerzas políticas se reafirmaron en la atribución de la responsabilidad de la masacre.
Al llegar a la redacción de El Mundo, hicimos una reunión de emergencia en la pequeña sala de la primera planta de nuestra sede de la calle Pradillo. Había que lanzar cuanto antes una edición extra y no había margen para las vacilaciones.
Pese a mi costumbre de primero escuchar, luego debatir y finalmente decidir, aquel era un momento para el ordeno y mando, pues estábamos ya en el fragor de una batalla cuya dimensión nos sobrepasaba. Opté por dividir el despliegue informativo en cuatro grandes bloques —los hechos, las víctimas, los autores, las reacciones— y asignar cada parcela a un equipo con su correspondiente responsable.
Pronto la colmena comenzó a zumbar con frenesí. A las 12.30 me llamó Zapatero. Estaba desolado. Hundido como ser humano y más hundido aún como aspirante a la Moncloa. Daba por hecho que sus posibilidades de victoria se habían esfumado. Era la voz misma del abatimiento:
— Bueno..., nunca sabes lo que te puede deparar el destino sobre los acontecimientos inmediatos.
En medio de la tragedia, a mí solo me quedaba consolarle como si fuera una víctima más:
—Es una lástima después de la buena campaña que has hecho y lo mucho que te ha ayudado Sonsoles.
—Que sepas que estábamos en empate técnico —se lamentó Zapatero—. No te voy a engañar, empate técnico. Y el domingo podía pasar todo. Ahora ya estamos en un escenario distinto…
Yo no veía el empate técnico por ningún lado. Nuestro último sondeo, publicado el domingo, daba al PP una ventaja de 4,5 puntos y al menos treinta escaños más que al PSOE. Pero tampoco quise desanimarle más.
—Claro, ahora todo queda ya distorsionado. Cualquiera que sea el resultado, nadie podrá responsabilizarte…
—Desde luego. Se está preparando una manifestación unitaria. Aznar me ha dicho que la va a convocar el Gobierno... En fin, como a él le parezca..., no voy a poner pegas. Pero que sepas que estábamos en empate técnico.
La conversación terminó en ese bucle y tras una pausa un tanto enigmática, Zapatero se despidió. Tuve la sensación de que me había llamado para contarme algo, además de lo del empate técnico, y de que se había arrepentido sobre la marcha.
Media hora después me llamó Aznar. Acababa de terminar una reunión de su gabinete de crisis y quería comentar la declaración que había hecho Otegi desvinculando a ETA de la masacre.
No habíamos vuelto a vernos desde que me invitó a cenar en la Moncloa el 13 de octubre anterior, aunque se mantenía la cordialidad restablecida aquella noche tras mis críticas a la guerra de Irak. Podía imaginar su angustia, pero él no dejaba traslucirla. Aquel día su voz era como un punzón en contacto con el hielo. Su propósito era que yo tuviera claro lo ocurrido.
— El Gobierno no tiene ninguna duda sobre la autoría —me dijo taxativamente Aznar.
— ¿Y el desmentido de Batasuna?
— Ya has oído a Ibarretxe, pero además quiero que sepas que esos bulos e intoxicaciones son fruto de un movimiento que hemos detectado en el propio entorno de ETA…
Un estrecho colaborador de Aznar me explicó después que el CNI había interceptado esa mañana una conversación entre Otegi y el también líder abertzale Joseba Permach y había informado inmediatamente al Gobierno.
El servicio de inteligencia interpretaba que el diálogo entre ambos, descartando que ETA hubiera perpetrado la masacre, era una maniobra de distracción por parte de quienes se sabían escuchados. Así lo entendía, desde luego, Aznar.
— Para mí no hay ninguna duda sobre la autoría. Lo llevaban intentando desde hace tiempo. Lo hemos evitado tres veces, pero ahora lo han conseguido.
Se refería a la detención de dos etarras con dos maletas cargadas de explosivos, preparadas para estallar en la estación de Chamartín a las cuatro de la tarde de la última Nochebuena, y a la interceptación en fecha tan reciente como el 29 de febrero, en la provincia de Cuenca, de la llamada caravana de la muerte, formada por dos furgonetas que transportaban hacia Madrid más de quinientos kilos de dinamita.
Yo no era consciente de cuál era la tercera vez de la que hablaba, pero tampoco quise interrumpirle. Lo que me importaba era lo que pensaba de lo ocurrido esa mañana.
— ... Ya te digo: nos consta de manera expresa que son ellos mismos los que están en el origen de estas maniobras de intoxicación. Pero para nosotros no hay ninguna duda. Te llamo para que estés seguro.
— Qué tragedia tan horrorosa, qué espanto. Y en tus últimos días de gobierno, antes de estar en funciones.
— Así es. Pero ya sabes que yo mismo no soy ajeno a esa experiencia.
— Sí, claro, el atentado del 95... Creo que estáis preparando una manifestación con todos los partidos...
La voz del presidente adquirió un tono aún más asertivo. No me era difícil imaginarlo con el ceño fruncido y la mirada férrea de las situaciones límites.
— La manifestación la convoca el Gobierno. Y el lema lo pongo yo. Ya se les ha comunicado a los partidos... Ahora hablará Acebes y luego saldré yo...
El ministro del Interior compareció, en efecto, apenas colgamos el teléfono. Con su habitual aire de chico bueno, incapaz de romper nunca un plato, Acebes aseguró que la investigación apuntaba "a ETA sin ninguna duda".
A continuación, el presidente corroboró esa versión, pero en forma de perífrasis, sin llamar nunca a la organización terrorista por su nombre. Eso terminó de encender mis alarmas y de despertar al ángel de la cautela que me ha protegido siempre de lanzarme a una piscina sin estar seguro de que tiene agua.
En ese momento, el redactor jefe, John Müller, me trajo la prueba de la portada de la edición extra. "Más de ciento treinta muertos en la mayor masacre terrorista de ETA", rezaba el gran titular en dos líneas, bajo una foto horizontal de uno de los convoyes reventados.
— Espera, no mandes esa portada a la imprenta. Vamos a quitar la palabra "ETA" del título.
— Ah, bueno... ¿La quieres en el antetítulo?
— No, tampoco. Pongamos "Más de ciento treinta muertos en la mayor masacre terrorista de nuestra historia".
— Pero ¿tienes alguna duda?
— No lo sé... No estoy seguro.
Entre tanto, en El País tenía lugar el proceso inverso. Las cámaras de Antena 3 filmaron una prueba de portada en la que el titular decía "Matanza terrorista en Madrid". Entonces, el director, Jesús Ceberio, recibió una llamada de Aznar, en los mismos términos que había empleado conmigo. Cuando la edición llegó a los quioscos, el enorme título decía "Matanza de ETA en Madrid".
El Mundo fue el único gran diario que aquel mediodía no mencionó a ETA en los títulos de su edición especial. No fue una simple cuestión de prudencia, sino una especie de pálpito, a modo de sexto sentido. Palabra arriba, palabra abajo, Aznar nos había dicho lo mismo a todos los directores, pero yo lo conocía mucho mejor que mis colegas. Eran los dividendos intangibles de los partidos de pádel o del balcón de Carabaña.
Aznar creía a pies juntillas lo que nos había dicho. Estaba convencido de la autoría de ETA. En una situación así, él no nos mentiría. Y menos proactivamente. Pero me había sorprendido que el único argumento que me hubiera trasladado fuera el contenido de una conversación interceptada. Y encima para interpretarlo en sentido contrario a su literalidad. Algo así como "puesto que ellos dicen que no han sido, pudiendo imaginar que los estábamos escuchando, he ahí la prueba de que han sido". Nada más que eso. Ninguna referencia ni a los explosivos, ni a los testigos oculares ni a alguna reivindicación. Si hubiera tenido algo de eso, al menos me lo habría contado a mí, con la petición expresa de no publicarlo.
Todos creíamos que había sido ETA. ¿Pero dónde estaban las pruebas? ¿No estaría siendo Aznar víctima de The Fog of War, de la Niebla de la Guerra, como rezaba el título del documental que el exsecretario de Defensa McNamara acababa de estrenar, pocos meses antes, sobre el autoengaño que generó la escalada en el conflicto de Vietnam?
***
La tarde fue avanzando entre la conmoción y el espanto. Mientras los familiares de las víctimas se agolpaban en la improvisada morgue de un pabellón de Ifema, el Ministerio de Asuntos Exteriores envió una nota reservada a las embajadas insistiendo en la autoría etarra. El propio Consejo de Seguridad de la ONU, a instancias de la canciller Ana Palacio, hizo una declaración de repulsa mencionando a la banda terrorista vasca. Pasadas las siete, el ministro portavoz Zaplana me avisó enigmático.
— Oye..., que sepas que te va a llamar el presidente. Luego hablamos.
Yo pensé que se trataba de una confusión.
— No, ya hablé con él antes de comer. Me llamó sobre la una.
— Pues que sepas que te va a llamar otra vez.
Tardó una hora en hacerlo. Entre tanto, escuché al periodista Javier Álvarez, en el informativo de las 20.00 horas, en la Cadena SER: "Tengo sus nueve fotografías delante, las fotografías de los nueve presuntos miembros de ETA que han podido intervenir en este macabro atentado".
Miré el reloj cuando me pasaron la llamada de la Moncloa. Se me quedó grabado que eran las 20.20. La voz de Aznar sonó mucho menos firme que por la mañana, como con serenidad forzada.
— Oye, que como habíamos hablado esta mañana te quiero corroborar que todo apunta a los de arriba... Pero quiero que sepas también que la Policía ha encontrado en Alcalá de Henares una furgoneta con unos detonadores y una casete con unos versos del Corán. Pero nada más que eso.
— A mí ya me había llamado la atención que tú no mencionaste a ETA en tu comparecencia...
— Yo nunca suelo mencionar a los grupos terroristas por su nombre.
— Pero estos datos son nuevos...
— Tenemos informaciones de que puede haber grupos autónomos de ETA dispuestos a emprender estrategias suicidas. En todo caso, el sistema de mochilas, la dinamita..., no se puede desvincular de lo que encontramos en los anteriores intentos.
— Supongo que la Policía tendrá ya las pruebas.
— Nosotros seguimos creyendo que ha sido ETA, pero quería que supieras todo lo que sabemos. El ministro del Interior va a hacer una comparecencia. No queremos ocultar nada.
No quise transmitirle la menor sombra de duda sobre su conducta, pero tampoco callarme lo que sentía.
— Bueno, es que no tenéis otra opción que decir la verdad. No tenéis otra opción…
— Ni otra voluntad —remachó Aznar.
A las 21.00 me llamó Acebes. Estaba con el vicedirector Casimiro García-Abadillo y puse el manos libres para tomar notas y compartir con él la conversación. Aunque acababa de comparecer para dar cuenta del hallazgo de la furgoneta, el ministro del Interior seguía en sus trece.
— Todo apunta hacia ETA —me dijo Acebes—. Es el mismo modo de operar que el día de Nochebuena. Tres mochilas, tres vagones. Sabíamos que ETA estaba preparando un gran atentado.
— ¿Y la furgoneta de Alcalá de Henares con los versos del Corán?
— Tenía siete detonadores de fabricación española.
— ¿Eran los mismos que los incautados entonces a ETA?
— No, pero eso no quiere decir nada.
— ¿La furgoneta estaba escondida o a la vista?
— Bastante visible. Muy cerca de la estación de Alcalá.
— ¿Y el contenido del casete?, ¿qué dicen vuestros expertos?
— Son versos del Corán, pero no grabados expresamente. No hablan de nada que tenga que ver... Son versos sobre la enseñanza. Es una casete de las que se usan en las escuelas coránicas.
— ¿Pero incluye alguna amenaza, alguna referencia a España?
— No, nada. Ninguna referencia expresa. Nada que tenga que ver con terrorismo ni con violencia.
Alguien entró en ese momento en el despacho con un teletipo en la mano. Vi el titular y se lo mostré a Casimiro.
— Perdona, Ángel, acaba de reivindicarlo Al Qaeda a través del diario árabe Al-Quds...
— ¿Ah, sí? No sabía nada.
— Es un teletipo de Reuters.
***
A las 22.00 me llamó Zapatero. Su tono era completamente diferente al de por la mañana.
— Vaya, menudo vuelco ha dado esto.
— Desde luego.
— Y lo peor es que el Gobierno lo sabe desde primera hora de la tarde y está ocultando información.
— ¿Qué quieres decir?
— Me ha llamado Aznar a media tarde para contarme lo de la furgoneta...
— A mí también.
— Mira, menudo personaje. Me alegro de no haber sido amigo suyo. Menudo personaje, no es una buena persona. Mira, la llamada que me ha hecho por la mañana... Ya te lo contaré, porque no es para hablarlo por teléfono...
Me di cuenta de que aludía a eso que yo ya había intuido que quería contarme en su llamada anterior. No hizo falta tirar mucho de la lengua para que el "ya te lo contaré" se materializara sobre la marcha.
— ¿Pero tan grave ha sido…?
— Me ha llegado a decir con todo su retintín: "Bueno, espero que nadie dude de que esto ha sido un atentado".
— Supongo que se referiría al comentario de Rodríguez Ibarra de hace unos días sugiriendo que lo de la "caravana de la muerte" de Cuenca podía ser un montaje de la Guardia Civil...
— Chico, cuando hay doscientos cadáveres..., ¿cómo se puede hablar así?
— Desde luego no es el tono más apropiado. Pero lo de Ibarra fue infumable.
— Yo no sé si tú has sido amigo de Aznar...
— No, yo sigo siendo amigo de Aznar. Lo que ya no sé es en qué medida Aznar sigue siendo amigo mío. Y cuánto tienes tú que ver en ello.
Zapatero hizo caso omiso a mi ironía y fue subiendo la voz, algo ciertamente inusual en él:
— Saben desde hace horas que ha sido Al Qaeda, pero no lo quieren reconocer... Mira, yo sé por distintas fuentes que puede haber restos de suicidas.
— ¿Restos de suicidas?
— Hazme caso. Es gente que sabe lo que dice.
Luego me contarían en la redacción que mientras yo hablaba con Zapatero, la radio de Polanco precisaba la misma noticia por boca de Ana Terradillos: "Tres fuentes distintas de la lucha antiterrorista han confirmado a la Cadena SER que en el primer vagón del tren que explotaba antes de llegar a Atocha iba un terrorista suicida".
¡Caray!, pensé cuando me lo dijeron, quién tuviera siempre "tres fuentes distintas" para corroborar una noticia tan importante...
Pero Zapatero también me quería hablar del otro asunto que apenas había esbozado, con resignación, en nuestra conversación de diez horas antes. De la otra parte de su diálogo con Aznar.
— Me dijo que la manifestación de mañana la convocaba el Gobierno y que el lema era ese: "Con las víctimas, con la Constitución, contra el terrorismo"...
— Un poco largo para una pancarta, ¿no?
— Chico, yo no me iba a poner a discutir eso. ¿Qué le vas a decir? Pero lo lógico es que la manifestación la hubiéramos convocado los partidos. ¿No te parece que lo normal es que hubiera habido una reunión en la Moncloa de todos los partidos?
— En eso te doy la razón.
— O por lo menos del Pacto Antiterrorista...
— Desde luego. El Mundo va a decir eso mismo.
— Hemos tenido contacto con alguien del entorno de John Kerry. Y claro, los demócratas tienen topos en la Casa Blanca. Les han dicho que es cosa de Al Qaeda. Están convencidos de eso, aunque avalen la versión del Gobierno sobre la autoría de ETA.
— Qué cosa tan rara... ¿Y si hubiera varios autores?
— Esa es la tesis de Felipe...
— ¿Qué dice Felipe?
— Felipe sostiene la tesis de que ha sido un trabajo por encargo de ETA. Sería la primera vez que pasa algo así...
— O sea, una faena a medias. Una especie de joint venture...
— Sí, eso..., una joint venture.
Todas las hipótesis zumbaban sobre mi cabeza como las paletas del rotor de un helicóptero. Ese jueves me fui a dormir con espanto, amargura y frustración, tras haber revisado una portada cartel titulada "El día de la infamia". Uno de los subtítulos decía: "El Gobierno halla una furgoneta con detonadores y versículos del Corán tras acusar 'sin ninguna duda' a ETA".
También incluíamos la reivindicación de Al Qaeda y un poema de Víctor Manuel titulado Horror: "¿Qué hacen, con quién viven / quiénes son sus amigos? / ¿Tienen hijos, padre, madre / los causantes de tanto horror?".
Esa noche apareció la mochila de Vallecas con la supuesta bomba que no estalló. Un artificiero llamado Pedro procedía a desactivarla en el parque Azorín, con máximas medidas de seguridad, cuando comprobó que los cables que deberían haber unido la dinamita con el móvil, cuya alarma tenía que activar el detonador, estaban desconectados. Lisa y llanamente, sueltos. Al artificiero le llamó la atención el contraste entre lo sofisticado del mecanismo y lo burdo de su ensamblaje.
Avanzaba la mañana del viernes 12 y aún no conocíamos la noticia del hallazgo. Al filo de las 10.30 recibí la primera llamada importante del día. Volvía a ser Zapatero y transmitía la misma firmeza de la noche anterior.
— He dormido francamente mal. Me temo que esto va a ser un largo insomnio.
— ¿Pero tenéis más información sobre los autores?
— Parece que hay datos de varios terroristas suicidas.
— Me han dicho que la SER ha comentado esta mañana que uno de ellos "llevaba tres capas de ropa interior y estaba muy afeitado"...
— Cree lo que te digo.
— ¿Y por qué el Gobierno lo desmiente? Supongo que eso se sabría en las autopsias...
— Ayer cuando se reunió el comité de crisis, el Gobierno ya sabía que habían sido los islamistas.
— Bueno, informaron de la furgoneta Kangoo con los versículos del Corán...
— Porque supieron que nos habíamos enterado nosotros, por nuestras fuentes en la Policía. No tuvieron más remedio que decirlo ante el riesgo de que se montara un buen lío.
A esa hora volvía a reunirse el Consejo de Ministros. A su término, Aznar compareció ante la prensa, aseguró que el Gobierno estaba actuando con transparencia y que había varias líneas de investigación abiertas. Pero insistió en apuntar a ETA, con circunloquios parecidos a los de la víspera: "Ante un atentado como el de ayer, después de treinta años de terrorismo, un Gobierno con dos dedos de frente tiene que pensar en la banda bien conocida en nuestro país".
Apenas terminó de hablar el presidente, Zapatero me llamó de nuevo, con lacónica indignación, como si se tratara de un turno de réplica y mi oído fuera el recinto del debate.
— Aznar ya sabe que la verdad no es esa.
— ¿Y por qué estás tan seguro?
— Garzón tiene una buena pista y va en la otra dirección.
Cuando colgamos me pregunté qué palo tocaba Garzón en el asunto, si el juez de guardia que había abierto el sumario era su colega de la Audiencia Juan del Olmo.
La principal noticia que produjo aquel viernes fue, en todo caso, la movilización de millones de españoles contra el terrorismo, en grandes manifestaciones celebradas en todas las capitales españolas. Aunque dominaron el homenaje a las víctimas y las muestras de indignación y dolor, las dudas sobre la autoría convirtieron también lo que pretendía ser una muestra de unidad en una plataforma de inquisición al Gobierno.
En la manifestación de Madrid se coreó el eslogan "¿Quién ha sido?" en las inmediaciones de la cabecera presidida por Aznar, el príncipe Felipe y varios mandatarios europeos.
Peor aún fue lo ocurrido en Barcelona, cuando las cosas fueron a mayores y el vicepresidente Rato y el líder del PP catalán Piqué debieron refugiarse a la carrera en un aparcamiento, con sus escoltas, para evitar ser agredidos por manifestantes furibundos que los llamaban "¡asesinos!".
Junto a la información de estas movilizaciones, lo más destacado en la edición del sábado 13 eran las pesquisas policiales, fruto del hallazgo y "desactivación" —todavía no se sabía que los cables estaban sueltos— de la mochila de Vallecas.
El ministro del Interior me había llamado poco antes de la medianoche para contármelo. La Policía investigaba contra reloj la tarjeta prepago del teléfono, encontrada en la bolsa de deportes, depositada en esa comisaría de barrio. El hecho era tan singular que todos los medios pusimos el foco durante horas y horas en esa mochila, ese teléfono y esa tarjeta. Acebes me dijo que estaba "convencido de que las nuevas pruebas confirmarán la autoría de ETA" y así lo pusimos en el titular.
***
Después de escribir mi Carta del día siguiente, titulada "Cualquiera que sea el resultado", con la tesis de que la excepcionalidad de la situación requería de un gran pacto de Estado, llegué a la redacción el sábado 13 al filo de la una. Como en los dos días anteriores, la primera llamada que recibí fue de Zapatero, con el mismo mensaje de la víspera.
— Hace veinticuatro horas que el Gobierno sabe que lo ocurrido no tiene nada que ver con ETA. No te voy a decir "créeme", como si fuera Aznar. Pero nosotros tenemos gente que nos cuenta. En la Policía, en la investigación. Oye, hemos gobernado durante trece años…
— ¿Qué impresión tuviste en la manifestación? ¿Hubo tanta tensión como contamos?
— La manifestación fue un caos absoluto. Sentí vergüenza por la organización. Hubo momentos en que corrió peligro la seguridad del Príncipe y de los primeros ministros extranjeros...
— ¿Y el Gobierno? ¿Hablaste con Aznar?
— El Gobierno estaba desbordado. No, casi no hablamos. Yo le vi medio grogui.
— Qué dura puede ser la vida política. No merecía terminar así...
— Hubo algunos gritos, pero la mayoría de la gente no decía nada. Eso sí, se notaba la angustia. La mitad quería creer que había sido ETA y la otra mitad que había sido Al Qaeda.
— Igual que los políticos.
— No exactamente. Bueno, ¿tú qué crees que va a pasar mañana?
— No lo sé. Tengo claro lo que me gustaría que pasara. Solo te voy a leer una frase del artículo que acabo de escribir: "Cualquiera que sea el resultado, Rajoy y Zapatero tendrán que ponerse mañana mismo manos a la obra para definir un marco de colaboración política estable cuyo primer peldaño debe ser el desarrollo del Pacto Antiterrorista, pero en el que debe estar incluso previsto alcanzar el escalón de un Gobierno de coalición, si una determinada situación límite o una envenenada aritmética electoral así lo hace imprescindible".
— Estoy de acuerdo. Con Rajoy eso será posible. En cuanto se vaya Aznar...
— Sigma Dos nos dice que el margen está estrechándose, pero que ganaría el PP por uno o dos puntos.
— La situación favorece al PP, porque ante la duda, en medio del pánico, la gente se refugia en lo que hay.
— Sí, como cuando alguien en peligro se mete en una iglesia, por si acaso.
— Pero yo tengo el pálpito de que va a ganar el PSOE. Es una intuición, oye. Claro, sería la de Dios. Y tengo que reconocer que siento el vértigo y la responsabilidad que eso supondría para mí. Pero sería bueno para España.
Me di cuenta de la transfiguración que se había producido en cuarenta y ocho horas entre aquel hombre abatido que veía desmoronarse el jueves hasta las expectativas de una derrota digna que le permitiera seguir al frente del PSOE y este espíritu optimista que el sábado por la mañana creía estar asomado ya al balcón de un triunfo inesperado. Le dije lo que pensaba.
— Que tú ganaras supondría la consumación de una catarsis para España. Tendría ventajas e inconvenientes. Bueno..., a mí no me importaría. Sabes que no te voy a votar y menos si está tan reñido, je, je. Pero me alegraría por ti y no creo que eso pusiera en peligro nada esencial.
Volviendo a comer a casa, escuché en la SER que "fuentes del CNI" aseguraban que "todos sus agentes" trabajaban ya "con un 99% de posibilidades" en la hipótesis de que la masacre hubiera sido obra de "un grupo islamista radical de entre diez y quince individuos que pueden estar ya fuera del país, que colocaron las mochilas e inmediatamente después huyeron". Los terroristas suicidas, con tres capas de ropa interior y la piel afeitada, habían desaparecido en apenas veinticuatro horas; pero también los vínculos con ETA.
Cuando la Agencia EFE precisó, un par de horas después, que el CNI desmentía esa versión de la SER, pedí a mi secretaria que me pusiera con Jorge Dezcallar. Hablé con él a las 17.40 y me dijo dos cosas contradictorias:
— El teléfono y la tarjeta de Vallecas nos conducen a ciudadanos árabes y en las próximas horas va a haber novedades, tal vez detenciones. Pero también hay otras pistas y sabemos que Josu Ternera ha dicho que Aznar no se iría de la Moncloa con la sensación de haber derrotado a ETA.
Apenas había colgado cuando me llamó Rajoy, desde su despacho de la calle Génova, para comentarme que cientos de personas se estaban concentrando amenazadoramente ante la sede. Algo me habían anticipado en la redacción y aunque empleaba el mismo léxico flemático de siempre, su tono era claramente de alarma.
— Aquí hay un cristo de la puñeta. Y en otras ciudades también. En todas partes tenemos bronca en las sedes.
— Sí, me dicen que tenéis un par de cientos en Génova.
— Un par de cientos, no. Por lo menos cuatrocientos. Y van a más.
— Pero ¿es algo espontáneo? ¿Llevan pancartas? ¿Qué dicen?
— Son cosas para no repetirlas. Está siendo muy duro. Y está todo preparado... Todo preparado.
— ¿Por qué estás tan seguro?
— Mira, en la manifestación de ayer estuvieron mis hermanos y mi cuñado, y no escucharon nada... En cambio, los que estábamos en la cabecera nos encontramos con que había unos tíos colocados y tuvimos que escuchar una ensalada de insultos de una fauna que para qué te quiero contar.
— Por no hablar de lo de Barcelona.
— Por no hablar de lo de Barcelona, claro. Bueno..., es que lo de Cataluña es la gran vergüenza. La gran vergüenza. Y en Pamplona hay un pifostio de aquí te espero...
En la capital navarra había ocurrido, en efecto, una tragedia particular dentro de la tragedia general. En la redacción nos habíamos quedado atónitos.
— Sí, por lo del policía que ha matado al panadero porque se negaba a colocar un cartel en el que se culpaba a ETA de la masacre...
— Es que la gente pierde la cabeza. Oye, la mujer baja a comprar el pan, discuten, y luego va el tío y le pega un tiro...
— Un tiro, no. Cuatro.
— Bueno, cuatro, me da igual.
— ¿Y tienes algún dato nuevo sobre la autoría? ¿Qué es lo último que sabéis?
— No lo sé, el Gobierno no descarta nada. He oído ya ochenta versiones y no sé con cuál quedarme.
— Pero en la entrevista de hoy dices que tienes "la convicción moral de que ha sido ETA"...
— Oye, es que esto es muy complicado. Esto cambia cada hora...
— Dezcallar acaba de decirme que el teléfono y la tarjeta llevan a ciudadanos árabes y que puede haber detenciones inminentes. ¿No te ha dicho nada Ángel?
— Esas cosas se las cuentan siempre al ministro horas después de que se sepan.
— ¿En una situación como esta?
— Mira, como ministro del Interior me hinché a dar ruedas de prensa sobre algo que había pasado, sin enterarme hasta después de lo que de verdad había ocurrido... En todo caso, a mí lo que me conviene es decir la verdad y que se diga la verdad.
— ¿Y qué últimas estimaciones tienes de intención de voto?
— Está pasando algo que yo no había visto nunca. El tracking del miércoles nos daba siete puntos arriba. Oye, siete puntos. En el tracking de ayer, el 45% no declaraba el voto y el resto daba un empate.
Cuando colgamos, pensé que el vuelco era posible, mucho más posible de lo que me había parecido después de hablar con Zapatero. Si la del líder socialista era la voz del optimismo antropológico, la del candidato popular, asediado en su fortín, reflejaba la angustia de una calamidad sobrevenida.
A las 19.45 anunciamos en la web que había dos hindúes y tres árabes detenidos. Los primeros habían vendido a los segundos el lote de tarjetas prepago al que pertenecía la de la mochila de Vallecas. Los árabes regentaban un locutorio en Lavapiés cuyo dueño, un tal Jamal Zougam, estaba entre los detenidos. A las 20.10 compareció Acebes en televisión para confirmar la noticia y a continuación volvió a llamarme.
— Menos mal que hablamos anoche...
— Pero tú me dijiste que estabas convencido de que esa pista os iba a conducir a ETA.
— Es verdad, pensábamos que nos llevaría al País Vasco o a Francia. Pero también te dije que no descartábamos ninguna otra opción, que no íbamos a ocultar nada, que daríamos toda la información que nos diera la Policía...
— ¿Y lo de la joint venture que Zapatero me ha dicho que sostiene Felipe...una especie de trabajo a medias?
— Sinceramente, yo no veo una colaboración entre dos terrorismos tan distintos. Me cuentan que un periódico de Guadalajara va a publicar que dos parejas de vascos hicieron noche en un hotel con una furgoneta como la que apareció en Alcalá.
— ¿La de los versos coránicos?
— Sí, pero yo a eso no le doy credibilidad... Luego está el comentario de Josu Ternera que ha detectado el CNI.
— Ya me lo ha contado Jorge. Supongo que eres consciente de que estas detenciones llegan en el peor momento para vosotros.
— Desde luego. Cada vez hay más gente cercando las sedes. Pero nos comprometimos a contar todo lo que supiéramos y lo estamos haciendo.
Era la primera protesta de la historia convocada sobre la marcha a través de los teléfonos móviles. Decenas de miles de personas que habían recibido un SMS con la consigna "pásalo"», formando así una cadena exponencial, se agolpaban en toda España ante las sedes del PP coreando pareados con las sílabas bien abiertas como "¡Aznar, fascista, tú eres el terrorista!" o "¡Mañana se va a notar, a la hora de votar!".
La aparición en una papelera, junto a la mezquita de la M-30, de un vídeo en el que un supuesto portavoz de Al Qaeda reivindicaba el atentado terminó de encrespar a la multitud. Rajoy compareció a las 21.15 para denunciar "hechos gravemente antidemocráticos", encaminados a "coaccionar al electorado en el día de reflexión", y para reclamar el apoyo del resto de las fuerzas políticas para poner fin a la intimidación.
En lugar de secundar ese llamamiento, Rubalcaba leyó una breve declaración desde la sede de Ferraz asegurando que "el PSOE conocía las líneas de trabajo de las fuerzas y cuerpos de seguridad» —era lo mismo que me había ido contando Zapatero—, pero había guardado silencio "por respeto a las víctimas y sentido de Estado".
Ahora que la verdad afloraba, solo le quedaba por añadir que "España necesita un Gobierno que no mienta". Era la última consigna para acudir a votar bajo el shock del vuelco en la atribución del atentado..
"Las primeras detenciones vinculan la masacre con el terrorismo islámico", rezaba el gran titular de nuestra portada del domingo. "Embarazosa situación del Gobierno a las pocas horas de la votación", añadía la segunda historia, a modo de crónica política.
Una idea rondaba mi caletre desde que abrí los ojos esa anómala mañana electoral: ¿por qué si desde el viernes por la noche, o como muy tarde el sábado por la mañana, todos los medios habíamos informado a bombo y platillo de que la Policía seguía la pista de la tarjeta prepago, hallada en el teléfono de la mochila de Vallecas, sus presuntos suministradores habían permanecido impávidos en el locutorio de Lavapiés esperando a que los detuvieran?
***
El domingo 14, por cuarta mañana consecutiva, Zapatero me llamó a las 12.30. Su voz sonaba más jovial que nunca. Él ya había votado y yo iba camino de mi colegio electoral.
— ¿Llego a tiempo de pedirte el voto?
— Ya te dije que conmigo lo tienes difícil. Pero mi hijo Tristán acaba de decirme que si pudiera te votaría. Lástima que solo tenga diecisiete años.
— Eso demuestra que es inteligente. Bueno, dile que él también se merece una España mejor.
— Han sido unas horas terribles... Las detenciones anunciadas por el Gobierno, las concentraciones ante las sedes del PP...
— A mí me parece que Mariano exageró anoche saliendo en la tele...
— Hombre, había miles de energúmenos llamándolos "asesinos" en la jornada de reflexión.
— ¿Y de quién es la culpa, o al menos la responsabilidad...? Pues del Gobierno que ha estado ocultando información.
— Creo que fue un error que sacarais a Rubalcaba. No porque me caiga mal o porque tuviera que ver con el felipismo, sino porque da mal en la tele... De todos los que tienes es el que da peor.
— Era el que quedaba en la sede. Les había dicho a los demás que se fueran para casa. Y había que contestar a Mariano.
— Y al decir que "España necesita un Gobierno que no mienta" estaba dando una sensación de complicidad con los que coaccionaban al PP ante sus sedes.
— No exageres.
— Incluso lo que tú acabas de decir al votar de que "el pueblo español ha estado sensacional movilizándose contra el terrorismo y exigiendo información", también puede dar esa impresión.
— Es que el Gobierno ha ocultado información. Desde la una del mediodía, yo sabía ayer que se iban a producir las detenciones. Y por la tarde estuvieron a punto de tener un plante de comisarios. Por eso soltaron la información.
— Sí, pero tú también me has estado hablando primero de un kamikaze, luego de dos e incluso de tres. Y de eso, nada de nada...
— Bueno, al tiempo... Eso ya lo sabremos.
— En fin, lo que te decía ayer. La vida política puede ser terrible. No sé si sabes que Ana Botella ha estado todo el rato llorando en el colegio electoral porque les han llamado "asesinos" al ir a votar.
— No lo sabía.
A las tres de la tarde me llamó el portavoz del Gobierno, Eduardo Zaplana. Tenía los resultados de las últimas israelitas.
— Por la mañana, las encuestas a pie de urna nos daban muy mal. De hecho, iba ganando el PSOE. Ahora ya estamos por delante. Pero en esto, ya sabes... Ni me creía lo uno, ni me creo lo otro.
A las 18.30 recibí la segunda llamada de Zapatero.
— Voy a ser muy cauto. Nunca he creído en las israelitas. Siempre son muy poco certeras, porque la gente no dice la verdad de lo que vota. Y especialmente esta vez hay que cogerlas con pinzas. Lo que sí te digo es que vamos a tener un gran resultado. Escucha bien lo que te digo: un gran resultado.
— Entiendo que, si sacas un escaño más que el PP, tu gente no apoyaría el Gobierno de coalición que he propuesto esta mañana en mi carta.
— Imposible, vamos a tener una gran fuerza, una gran legitimidad, con este alto nivel de participación.
— ¿Pero cómo podrías gobernar?
— Solos y sin problemas. Todos los demás van a ser muy pequeños. No tendrán más cojones que darnos su apoyo a cambio de nada.
— ¿Y qué haces ahora?
— Nada, estoy en la sede saludando a algunos amigos, esperando a que lleguen mi padre y mi hermano... Estoy preparando mi intervención, lo primero que haré será rendir homenaje a las víctimas.
A las 20.00, al cierre de los colegios, las televisiones difundieron que las encuestas a pie de urna anticipaban ya el vuelco. Cuando, una hora después, comenzó el recuento oficial, nuestro redactor jefe Fernando Garea recibió un lacónico mensaje de móvil de Gabriel Elorriaga, hombre clave del equipo de Rajoy y presunto vicepresidente si ganaba el PP: "Muy mal". Garea me lo enseñó y yo le insté a que le pidiera concreción: "¿Pero tanto como para perder?". La respuesta de Elorriaga no dejaba margen de duda: "Sí, seguro".
Entonces me pareció que me tocaba a mí llamar a Zapatero.
— Felicidades.
— Voy a ganar por unos veinte escaños.
— El Gobierno y el PP ya dan por hecho que habéis ganado...
— Y eso que la derecha tenía "al candidato mejor preparado de la Democracia", je, je, je.
— Eso es un golpe bajo.
— ¿No es eso lo que has venido diciendo de Rajoy durante toda la campaña?
— Bueno, ejem... ¿Y tú qué sientes ahora?
— Que estoy preparado para responder a la confianza de los españoles. Oye, el vuelco es espectacular.
— Bueno, se ha cumplido tu profecía.
— Para que veas. Ni tú ni casi nadie me creía cuando os lo decía...
— ¿De verdad crees que estás preparado para gobernar?
— Por lo menos igual que el que había hasta ahora... O mejor.
— Si te refieres a igual que cuando él llegó, sí.
— Nuestra legitimidad va a ser terrible.
A mí me llamó la atención que usara ese adjetivo.
— Lo que es cierto es que va a ser la primera vez en Democracia que alguien llega a la Moncloa desde la oposición al primer intento...
— Es evidente, es algo sin precedentes... Te prometo que gobernaré con prudencia y humildad.
— Y la primera vez que un partido pasa de la mayoría absoluta a la oposición.
— Soy consciente de que mi talante ha sido una de las claves para que ocurran las dos cosas. Verás cómo soy un liberal en lo político y cómo mi política tendrá una carga social. Prudencia y humildad, esas serán mis señas de identidad.
El PSOE no ganó al PP por veinte escaños, sino por dieciséis. Pero, en efecto, "todos los demás" eran "muy pequeños". CiU era la tercera fuerza con solo diez escaños, y luego venían media docena de minorías, que permitirían completar los 164 escaños socialistas hasta formar una cómoda mayoría.
Intenté que el gran titular del día siguiente estuviera a la altura de la ocasión: "España castiga al PP y da su confianza a Zapatero". El destino había sido cruel con Aznar. Había tenido un terrible final para lo que, en conjunto, había sido una gran labor de gobierno.
* Mañana, segunda entrega: 'Fulgor y muerte de la comisión del 11-M'.