Arias-Salgado, confidente de la dimisión de Suárez: "Sánchez pagará un precio muy alto si se queda"
“Ha habido cierta dosis de imprudencia en el proceder de Begoña Gómez. La mujer del presidente no debe hacer ciertas cosas” / “Sánchez tendría una despedida honorable si llamara a Feijóo y le dijera: vamos a elecciones en octubre, mientras tanto, pacifiquemos la situación” / “Al Gobierno debería preocuparle el acuerdo entre Marruecos, Israel y EEUU”.
28 abril, 2024 20:51A Rafael Arias-Salgado (Madrid, 1942) le preocupa que los líderes de hoy no recuerden la Historia de España. "Los que hicimos la Transición la conocíamos al dedillo", afirma. Así, supieron interpretar y redirigir su propio tiempo. Ahora, retirado de la vida política, es un hombre que vive rodeado de libros. Muchos de ellos descansan aquí y allá en su piso de Madrid, repartidos sobre las distintas mesas del salón en el que tendrá lugar esta entrevista. Un título llama la atención: Democracia menguante. Lo firman nueve autores, entre los que destaca Francesc de Carreras.
Casi todos ellos versan sobre eso que tanto le apasiona, la Historia de España. De la que él ya forma parte. Diputado de Unión de Centro Democrático (UCD) hasta 1982, del CDS hasta 1992 y del Partido Popular hasta 2004, por sus manos pasaron distintas carteras ministeriales. Como ministro de la Presidencia fue, durante los años que duró el primer Gobierno de la democracia, la mano derecha de Adolfo Suárez.
En enero de 1981, cuando el presidente anunció en privado su dimisión en los minutos previos a un Consejo de Ministros, Arias-Salgado estuvo presente. También fue de los primeros que leyó aquel mítico discurso televisivo, al que añadió algunas correcciones. "Suárez no aceptó ninguna", recuerda.
Se estaba viviendo un momento inédito en la recién estrenada democracia. Un líder roto y vapuleado por la oposición se desprendía voluntariamente del peso de la máxima responsabilidad del Estado. El resorte de aquella decisión fue, tal como aseguró Suárez a su gabinete, la "pérdida total de la confianza del Rey". Pero Arias-Salgado sabe bien que la causa original fue la división de su propio partido, en cuyo seno habían acabado penetrando las "distintas presiones externas".
Cuarenta y tres años más tarde, mientras tiene lugar esta entrevista, también se está viviendo un momento inédito, después de que Pedro Sánchez anunciara el miércoles, a través de una carta a la ciudadanía, que suspendía su agenda durante cinco días para "reflexionar" sobre su continuidad como presidente del Gobierno. Parecía una especie de dimisión en diferido. Un país en vilo durante cinco días.
Ante tal panorama, al inicio de esta conversación Arias-Salgado admite encontrarse "expectante". Expectante, sí, pero con mucho que decir. Tanto es así que, el día previo a la cita y sin titubear, había exclamado al otro lado del teléfono: "¡En momentos como este, hay que hablar!". De eso se trata.
Suárez ha sido, sin duda, uno de los presidentes más vapuleados de la Democracia. No recuperó el prestigio que merecía casi hasta conocerse su enfermedad. ¿Cree que Sánchez ha sido acosado más duramente de lo que fue Suárez?
Es evidente que se padece mucho cuando estás en un nivel alto de la política. Sobre todo la crítica despiadada. Esa es la que duele, y puede tener más o menos fundamento. Ese tipo de crítica no presta ningún servicio. Se puede hacer con un nivel razonable de vocabulario, sin llegar a la degradación del personaje. Y eso se le aplicó a Suárez y se le puede aplicar a Sánchez.
Se está hablando mucho del lado humano del presidente. Sánchez ha querido mostrarlo en su carta. Suárez también lo tendría en privado pero, ¿es bueno que se muestre en público?
La responsabilidad política es incompatible con la proyección de sentimientos humanos. El sufrimiento va en el cargo. No me parece que tratar de humanizar tu posición sea un procedimiento político razonable. Es acudir al melodrama.
Suárez soportó en sus últimos días una presión por todos los frentes. Así lo reconoció en su discurso de dimisión. ¿Cómo vive la familia del presidente del Gobierno el acoso de la oposición y el foco de los medios? ¿Cree que con Sánchez se han sobrepasado los límites?
La familia lo padece mucho. En Suárez había una presión familiar fuerte para que abandonara el cargo. Aunque no lo considerase un factor determinante para su dimisión. Pero eso no debe proyectarse como una razón política. Lo puede explicar en sus memorias, pero no debe ser algo que se traslade a la opinión pública como fundamento de esa decisión. Y eso Suárez lo tenía muy claro.
Imagino que usted lee la prensa todos los días. ¿Da crédito a las informaciones publicadas sobre Begoña Gómez que han provocado la reacción de Sánchez?
No tengo suficiente conocimiento. Pero lo que sí puedo decir, y creo que es un juicio de valor razonable, es que ha habido una cierta dosis de imprudencia en la actitud y en el proceder de Begoña Gómez. La mujer del presidente no debe hacer ciertas cosas. Simplemente. No quiero entrar en otras consideraciones, porque envilecen la vida política. Pero creo que la mujer del presidente del Gobierno ha de saber que está también sujeta al veredicto de la opinión pública. Y si tiene actividades externas, igualmente. Ese deber no está en la Constitución, pero forma parte de esas reglas no escritas que tiene siempre la política.
Como ministro de la Presidencia, usted ayudó a Adolfo Suárez a redactar su dimisión. ¿Cómo se gestionó esa crisis?
En la parte que yo he vivido, hay dos factores que llevan a Suárez a plantearse la dimisión. Uno es la pérdida de las elecciones en el grupo parlamentario de UCD de su candidato, Santiago Rodríguez Miranda. El otro candidato tenía el apoyo del poder económico. La CEOE de entonces estaba muy descontenta con la política económica del momento. El otro factor fue, en lo que a mí me ha llegado, una entrevista con el Rey. En ella le planteó ya su dimisión.
Suárez, cuando me lo cuenta, me hace el siguiente comentario: yo esperaba que el Rey me dijera que no era el momento. Pero el Rey no hizo ningún gesto. Se quedó callado. En ese momento Suárez percibió que había perdido la confianza del Rey. Y para mí, dijo, aunque no sea un elemento constitucional, es un elemento indispensable para continuar. Eso le lleva a presentar su dimisión formalmente al Consejo de Ministros. Nos enseña un texto que iba a leer ante las cámaras. Le hacemos algunas observaciones pero no aceptó ninguna.
Existe una teoría alternativa que ha cobrado cuerpo en los últimos años: Suárez discutió con el Rey porque don Juan Carlos, al perder la confianza en él, coqueteó con Armada para una sustitución fuera de las urnas. Es decir, el 'plan Armada'. ¿No es cierta esta tesis?
Yo creo que eso forma parte de elucubraciones. Posibles, quizá, en el sentido en que reflejen una posibilidad. Pero eso es desconocer, a mi juicio, la relación de Suárez con el Rey. Juan Carlos no habría hecho nunca ningún tipo de gestión para desplazar a Adolfo. Al menos, sin su consentimiento, el del presidente del Gobierno. Hay que tener en cuenta que el Jefe del Estado, cuando despacha, tiende a decir lo que su interlocutor quiere oír. Y eso no necesariamente refleja la posición real del Jefe del Estado. Lo que pasa es que produce equívocos. Pero esto que te digo es mucho más verosímil.
Volviendo al presente. En el PSOE dicen ahora que nunca ha habido una oposición tan agresiva y despiadada como la de Feijóo, al que responsabilizan incluso del deterioro de la Democracia. ¿Cómo lo ve usted?
Leo bastante, y tiendo a hacer análisis muy racionales. Todo el espíritu de la Transición democrática se inspira en el conocimiento de la Historia de España. Los que hicimos esa Transición la conocíamos al dedillo. Puedo contarte la historia de la República casi día a día. Todas las Constituciones, salvo la de Cádiz de 1812, o la de Cánovas, son de partido. No quieren abarcar toda la realidad nacional. Nosotros quisimos hacer una de todos y para todos. Ese consenso, con dificultades, se lleva a los Estatutos de Autonomía.
Bien. Cuando en 1995 gana Aznar, lo hace con escaso margen sobre el PSOE. Felipe podía aspirar a gobernar con otros pactos, pero decide dejar que lo haga la lista más votada. Con Aznar, toda la política que se pacta con los nacionalistas, era previamente comunicada a Felipe González. Fíjate qué diferencia de actitudes. Ese consenso estructural estaba implícito en la conciencia de aquel momento. ¿Cuando se rompe esto? Con la doctrina de Zapatero, que deja por escrito en el Pacto del Tinell.
Zapatero cree que la Constitución del 78 es producto de la debilidad de la izquierda de aquel momento, que no había negociado en términos de igualdad. Así, formula esto: la única manera de ganar las elecciones sin interrupción es que el PSOE pacte con los nacionalismos y todo lo que está a su izquierda. Y de ahí nace la política y la confrontación de bloques. Él causa la ruptura del pacto de la Transición. Sánchez, lo que hace, es poner esta doctrina de bloque en práctica. Además, con falta de votos, agravándolo. Eso le lleva a integrar a Bildu y Junts. Es una doctrina divisiva, y que demuestra una ignorancia absoluta de la Historia de España. Sin la cultura del pacto entre bloques, España no funciona.
Aznar ha publicado un editorial en FAES afirmando que Sánchez busca “preparar una marea populista que anegue la democracia”. ¿Está de acuerdo? ¿Es una estrategia maniquea?
No me atrevo a opinar sin conocimiento, pero a mí lo que hace Sánchez me parece una maniobra. Eso es evidente. Para un proceso de reflexión no necesitas cinco días (ríe). Esa maniobra tiene dos salidas: o movilizo a las masas para continuar, y pongo de pie al partido, o dimito porque la situación que afecta a mi familia no hace atractiva la continuidad. Si decide quedarse es evidente que hay una intencionalidad política. Creo que va a pagar un precio muy alto si se queda.
Si él tuviese la mentalidad del pacto, llamaría a Feijóo y le diría: elecciones en octubre, y mientras tanto, pacifiquemos la situación. Sería su despedida honorable. Un servicio al Estado.
Usted participó en el manifiesto contra la Ley de Memoria que se pactó con Bildu. ¿Apoya las de leyes Concordia que PP y Vox impulsan en varias regiones?
El inventor de la Memoria Histórica es, de nuevo, Zapatero. En la Amnistía de la Transición se hizo un perdón general, a comunistas, etarras y franquistas. Es una ley fundacional de la democracia española, porque implica una actitud. Y en los debates quedó una cosa clara: dejemos la Historia a los historiadores. Porque si la llevamos al parlamento, volvemos a las andadas. La Historia no debe ser objeto de debate político. Es completamente legítimo y necesario financiar la dignificación de víctimas. Lo que no tiene sentido es la revancha contra el pacto constitucional. Eso es un alimento ideológico para la formación de bloques. Y no arreglamos nada con eso.
¿Qué esperan sus amigos socialistas, con los que trabajó en el proceso constituyente, del PSOE después de Sánchez? ¿Puede recuperarse algo de esa tradición política?
Bastaría con que Sánchez llamara a Feijóo para que hubiese elecciones en octubre.
Pero, ante la alta improbabilidad de que eso ocurra...
Sí, pero yo voy a defender siempre el pacto constitucional. Es contradictorio defender la diversidad española y la política de bloques al mismo tiempo. Es una contradicción ideológica. Más diversidad, más necesidad de pacto entre bloques. Y respecto a los nacionalistas, la misión de los partidos llamados constitucionalistas es llevar a los partidos nacionalistas al constitucionalismo. Quieran, o no. Y ahí entra la legitimidad del Estado de actuar con el monopolio de la coacción cuando rompan la baraja.
Feijóo se incluyó en la que considera como la peor generación de políticos de los últimos 45 años de democracia. ¿Está de acuerdo? ¿Haría alguna excepción?
No me toca a mí calificar, porque he pertenecido a otra generación y a la política activa. Ahí tenéis vosotros, los medios de comunicación, una gran responsabilidad. Los medios son muy duros en España. Yo leo la prensa europea, Le Monde, Le Figaro... La crítica allí, conceptualmente, puede ser durísima, pero en España se utilizan demasiados adjetivos. Se califica muy rápido, y eso duele. Y proyecta un estilo negativo sobre la sociedad. Lo legitima. Esto se ha empeorado ahora con las redes, aunque todavía los medios serios mantienen un nivel.
El lenguaje que se utiliza en Estados Unidos o Francia, es mucho menos agresivo. Pero aquí no sólo se critica al poder, se deslegitima. Que es mucho más grave. El Gobierno que tenemos es legítimo.
¿Crees que Feijóo, como aseguran en el PSOE, lo ha deslegitimado?
No, no. Es producto del ambiente. El lenguaje duro que se ha introducido en la política es producto de una radicalización que, de nuevo, es consecuencia de esa división en bloques. La responsabilidad de eso puede ser de todos, no lo discuto, pero el origen lo sitúo en Zapatero. Y Sánchez le da esa continuidad.
Me gustaría hablar de la relación de Sánchez con Marruecos, también de su idea del reconocimiento de Palestina, en un contexto como el actual. ¿Las relaciones con Marruecos van ahora por el buen camino? ¿Es siempre oportuno llevar la iniciativa en el exterior, a pesar del riesgo, como defendió Aznar en lo referente a EEUU e Irak?
A mí me parece bien que España pretenda tener iniciativa en determinados temas de política exterior. Esa actitud es positiva. Pero hay que elegir bien los temas. A Sánchez, lo que debería preocuparle, es el acuerdo entre Marruecos, Israel y EEUU. El tema de Palestina es tangencial para nosotros, y no tiene ningún coste político desde la perspectiva específica de los intereses de España.
¿Por qué tenemos una frontera en Ceuta y Melilla? Porque si no la hubiese, Marruecos reclamaría esa zona como propia. No aceptarán nunca esa frontera. Y eso es lo que lleva a España a buscar un equilibrio con Argelia, su colaboración en ese asunto. Sánchez acierta en intentar tener buenas relaciones con Marruecos. El problema es confiar en ellos. Y las relaciones exteriores de ese tipo son siempre relaciones de intereses. Al menos, mientras Marruecos reivindique esos territorios. Nunca será, por ejemplo, como nuestra relación con Portugal. Eso debe saberlo un presidente del Gobierno.