El rescate imposible: el vídeo del helicóptero que auxilió a una familia entera en un tejado de Manises la noche de la DANA
- José y su hijo estuvieron 8 horas subidos a un tejado hasta que pilotos de Salvamento Marítimo, los únicos que pueden operar de noche, los rescataron.
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Eran las cinco y media de la mañana cuando José Fernández Sánchez, su hijo y dos vecinos vieron una luz en el cielo, la única en kilómetros a la redonda. Llevaban 8 horas subidos al tejado de una de las viviendas del barrio Camí Fi de la Horta, en Manises, soportando el paso apocalíptico de la DANA. Hacía tiempo que la salvaje riada de agua y barro lo había engullido todo a su alrededor, salvo a ellos, cuando apareció el helicóptero de Salvamento Marítimo para rescatarles.
Para los pilotos fue literalmente como si acabasen de encontrar una isla en medio del océano. Incluso para ellos, que pilotan las únicas aeronaves que tienen autorizado efectuar rescates nocturnos, aquella situación iba más allá de las cosas a las que hasta aquel momento se habían tenido que enfrentar.
Así se lo contaron a José nada más subirle por la cuerda aquella madrugada. "Mi hijo y yo estábamos abrazados para quitarnos el frío. Mojados hasta los huesos y cogidos de la mano rodeados de lodo. Nuestros móviles se los había llevado la corriente, como el resto de nuestras cosas", cuenta José a EL ESPAÑOL.
Han pasado dos semanas de aquella noche fatídica en la que perdieron todo lo que tenían, pero lograron salvar la vida. Su casa sigue destruida. Los troncos de árboles y las cañas arrastradas por el río permanecen sobre las paredes reventadas de esa vivienda. Dice José que todavía no ha pasado nadie por allí para ayudarles.
"Vengo de limpiar y buscar una de mis escopetas, que he conseguido sacarla de una habitación. Llevo sacando barro dos semanas, tengo barro hasta en los ojos. Los cuatro recuerdos que teníamos están ahí tirados", explica. Esa es su vida ahora día tras día. También la de sus vecinos.
José y su hijo, que se llama como él, tienen mucho que celebrar al haber sobrevivido a la noche más infernal de su vida, la peor de la historia de la Comunidad Valenciana. Los habitantes al otro lado de la riada en Manises observaban cómo él, su hijo y otras dos personas que aguantaban sobre el tejado se iban a morir. Fueron policías locales, bomberos... Nadie se atrevía a intentar rescatarles. "Le decían a mi mujer que hasta que no amaneciera no se podía mandar un helicóptero". Desde el tejado, a punto de derrumbarse, no dejaban de gritar. Entonces alguien llamó a Salvamento Marítimo, los únicos con la experiencia suficiente para una maniobra de estas características.
Cuenta José que está en deuda perpetua con esa patrulla de Salvamento Marítimo. Su helicóptero, el Helimer 203, fue el único que salió a volar la noche de la riada. Su ayuda resultó crucial para salvar a 11 personas en tres operaciones distintas. Sin embargo, ese equipo de rescate también sufrió esa noche innumerables contratiempos. Tuvieron que sortear toda clase de obstáculos para poder salir a trabajar, para poner en riesgo su vida y salvar la de muchos. Dice José que quiere contar la historia del equipo que le rescató porque merecen ser recordados por su valor. "Le echaron un par de huevos, y se lo agradeceré toda la vida".
El rescate del compañero
Cada vez que sale un avión de Salvamento Marítimo, a bordo tienen que ir un piloto, un copiloto, un operador de grúa y al menos un rescatador. Esa noche, en el hangar de Manises, a Raúl, Julio y Javier les faltaba Rodrigo, el cuarto compañero para poder salir a trabajar. "A ellos nadie les avisó de que había una alerta de estas características", dice José, recordando lo que le contaron la mañana siguiente a su rescate.
Por eso, el piloto del helicóptero se marchó tranquilamente al cine antes de entrar a trabajar. Rodrigo se fue al centro comercial Bonaire, un enclave que en los últimos días ha suscitado enorme atención ante la posibilidad de que en su aparcamiento pudiera haber gran cantidad de víctimas mortales.
Por fortuna nadie murió en Bonaire. Pero cuando terminó la sesión Rodrigo ya no podía salir de allí.
Mientras tanto, en el hangar de Manises todo estaba prácticamente inundado cuando los compañeros de este equipo llegaron a trabajar. Quienes le rescataron contaron a José que había tanta agua que les llevaron al hangar subidos en un camión de los bomberos. Uno de ellos perdería su coche al dejarlo en el parking. Eran las 22.30 de la noche.
Esas horas fueron una pesadilla para todos. Una suerte de plaga bíblica sumergía en agua y barro el área metropolitana de la provincia de Valencia. Hasta la medianoche no pudo llegar al hangar el operador de grúa, el tercer integrante del equipo de rescate. Los bomberos llevaban en su camión a los controladores aéreos hasta la torre de control de Manises. Todo eran complicaciones.
Ya de madrugada, un número incontable de alertas del 112 entraron al teléfono de la patrulla de Salvamento Marítimo. Tenían que salir, eran los únicos que podían hacerlo, y había gente que estaba en serio riesgo de muerte por la DANA. Dos de esas personas eran José y su hijo, a los que rescatarían horas después.
No podían, sin embargo, volar sin su copiloto. Con el caos de las horas previas no se habían dado cuenta de que el compañero desaparecido había mandado un vídeo a las ocho de la tarde, alertando que estaba en Bonaire, y que no podía salir. Dos compañeros se ofrecieron voluntarios para ir a rescatarle en mitad de la riada.
Desde la zona donde están los helicópteros hasta el centro comercial Bonaire hay 11 minutos en coche. Más de una hora andando si no está todo anegado. Tardaron cerca de dos horas en llegar. Para cuando se adentraron en el centro comercial el piloto ya había recibido el aviso de que iban a buscarle. A las tres de la mañana los cuatro del equipo despegaron del hangar de Manises a salvar a quienes se aferraban a los tejados de sus casas como último recurso.
El rescate imposible
En medio del temporal el rescate de José, su hijo y sus vecinos Paco y Mari era una operación prácticamente imposible. Pese a ello, la aeronave consiguió acercarse a tierra, aun a riesgo de tocar los cables de alta tensión derribados y esparcidos por el temporal.
El río Turia pasa muy cerca de la casa en la que vivía José antes de que la corriente se la llevase por delante. Esa mañana tanto él como su familia sabían que había alerta por lluvias torrenciales, pero no se imaginaban que el desastre pudiera alcanzar esa magnitud.
De tarde no llovía. "Sabíamos que iba a llegar una DANA, y como el río Turia pasa cerca de casa cogí a los animales, los perros, el caballo, y los subimos para arriba, a un terreno que tenemos cerca de casa. Algo que hemos hecho solo una vez en 40 años. Jamás te imaginas que vaya a llegar una así".
La crecida se produjo en cuestión de minutos. A las ocho y media de la tarde no llovía, y el agua del río bajaba a un ritmo normal en esta zona de Manises. Al ver esa situación José bajó con el coche a comprar gasolina, por si al día siguiente, al estar incomunicado, la pudiera necesitar. "Bajé tranquilo. Pero a las nueve de la noche la cosa ya había cambiado. El río casi nos arrastra a todos. Casi acabamos en la playa. No se llevó a mi mujer por un minuto, cuando iba a coger el coche para salir a sacar los perros".
El agua llegó de golpe, y José se quedó encerrado dentro de su casa. Solo pudo salir cuando el agua ya le cubría casi por completo y la fuerza de la corriente dobló una de las puertas de la vivienda lo suficiente para que pudiera escapar. Subió al tejado con su hijo. Quedó alejado por la riada a unos 150 metros de su mujer, que logró escapar al otro lado del cauce deformado del río. Ambos, padre e hijo, gritaron para que ella escuchase que estaban vivos.
El caudal creció de tal forma que tras varias horas en el tejado no les quedó más remedio que arriesgar y tirarse al agua, para alcanzar una nueva cubierta en la que refugiarse. "Le dije a mi hijo: Salta, que el agua se lleva la casa. Saltamos los dos al río a contracorriente, y logramos llegar a la casa de la vecina". Es la que se aprecia que cuenta con placas solares.
Ahí resistieron durante horas junto a Paco, el vecino, y Mari, su mujer. Desde esa altura vieron cómo a otro vecino se lo tragaba la corriente. Al otro lado del caudal varios conocidos del pueblo, entre ellos la mujer de José, llamaban por teléfono pidiendo que alguien acudiera a rescatarles.
"Todo el mundo dijo al principio que no podían cogernos, que el agua se llevaba las casas, que nos iban a matar a los cuatro. Entonces apareció el helicóptero en el cielo".
El rescate fue una operación al límite, como se puede apreciar en los vídeos que la familia de José ha cedido a EL ESPAÑOL. Los rescatadores de Salvamento Marítimo van equipados con visión nocturna, pero estaban fuera de su elemento, el mar. Los cables de tensión, cualquier elemento terrestre o cualquier despiste podían jugar en su contra. Ese era el contexto en el que tenían que maniobrar para lograr el rescate.
Constructor, y antes trabajador de Aguas de Valencia, el ahora jubilado José lo ha perdido todo, pero esa noche se aferró al tejado de la vivienda de sus vecinos convirtiéndose junto a su hijo de 37 años en uno de los supervivientes de la catástrofe que ya deja más de 220 muertos. "Todo lo que tenía, 40 años cotizados, toda mi vida estaba metida en esa casa. Solo quedan los troncos y las cañas que trajo la corriente".
Ya en el helicóptero volaron hasta el aeropuerto. "Nos dieron ropa limpia, zapatillas calzoncillos, duchas, magdalenas, café con leche. Se portaron como si fuéramos de su familia. Hubo muchos abrazos y besos y te quieros", recuerda José. Nunca podrá agradecer lo suficiente a esos cuatro miembros del equipo de Salvamento Marítimo su valentía.
Dice que siguen hablando estos días con los chicos de la patrulla que les salvó. Les han contado que están en un campito en el que por lo menos duermen bajo un techo caliente y con una almohada. No tienen comida, así que tienen que ir a pedirla a quienes reparten comida a los afectados. Ahora están con el papeleo para solicitar las ayudas por la tragedia. Esto, tras dos semanas en shock quitando barro y cascotes, está resultando un irritante laberinto burocrático a quienes, como José y su familia, les piden demostrar qué era lo que tenían y qué es lo que han perdido. "Estamos vivos, sí, pero todo se ha ido en el río. Ya no tenemos nada".