José Manuel Sánchez Riera, ex miembro del CNI, en la redacción de EL ESPAÑOL.

José Manuel Sánchez Riera, ex miembro del CNI, en la redacción de EL ESPAÑOL. Cristina Villarino

España SERVICIOS DE INTELIGENCIA

El espía que sobrevivió al atentado contra el CNI en Irak en 2003: "El beso de un hombre fue el 90 % de mi salvación"

José Manuel Sánchez Riera, que publica su biografía en "Tres días de noviembre" (Espasa,2025), se sienta con EL ESPAÑOL para hablar del ataque en Latifiya en 2003.

Más información: Emboscada en Latifiya: la masacre de siete espías españoles que cambió la historia del CNI.

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El beso de un hombre salvó la vida a José Manuel Sánchez Riera cuando ya lo daba todo por perdido. El desconocido tenía 37 años y era más o menos de su edad. Caminaba de forma tranquila. Llevaba bigote y una túnica de color azul petróleo que el ex miembro del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) nunca ha podido olvidar.

Era el 29 de noviembre del año 2003 y acababa de escapar de la emboscada en Latifiya (Irak), en la que fueron asesinados siete compañeros de los servicios de inteligencia españoles que viajaban con él en el mismo convoy. Todo sucedió en cuestión de 30 minutos, a 30 kilómetros al sur de Bagdad. A las tres y media de la tarde, un vehículo tipo berlina de color blanco se colocaba detrás del convoy de los espías españoles, por la llamada ruta Jackson.

El automóvil aceleró y sus ocupantes abrieron fuego contra los espías españoles con sus AK-47. Todos, salvo él, murieron asesinados en la emboscada. Se llamaban Carlos Baró, José Antonio Bernal, José Lucas, Alberto Martínez, José Ramón Merino, José Carlos Rodríguez, Alfonso Vega, Luis Ignacio Zanón. 

Han pasado algo más de 21 años y Sánchez Riera dice que ha sido tan liberador como doloroso sentarse a contar lo que pasó. Publica Tres días de noviembre (Espasa, 2025), en el que cuenta su historia, la del único superviviente del atentado más grave de la historia del CNI. 

El libro es la crónica frenética de los 30 minutos que duró la emboscada en la carretera hacia Latifiya. Tardó cinco días en dejar por escrito esa media hora de su vida. Recuerda los detalles con total nitidez, pero la experiencia fue tan dura que cada poco se veía obligado a detenerse. Sin embargo, en la narración también se adentra en su descenso a los infiernos, los años posteriores al ataque. Y el papel fundamental de su familia para evitar que acabara sepultado por las secuelas de la tragedia. 

Sánchez Riera es el único superviviente del atentado contra el CNI en Irak en 2003.

Sánchez Riera es el único superviviente del atentado contra el CNI en Irak en 2003. Cristina Villarino

José Manuel se sienta a conversar con EL ESPAÑOL junto a Isabel, su mujer. Ella trabajaba como detective privado el año en que se produjo el atentado. Suyo es uno de los capítulos, en el que narra cómo vivió aquella jornada desde Madrid. Llevan 35 años casados. 

¿Cómo recuerda esa mañana?

La recuerdo con tranquilidad, de hecho nos fuimos a Bagdad sin ningún contratiempo. El problema vino en el viaje de vuelta. 

¿Tenía relación con los otros siete?

Nos conocíamos todos, evidentemente. Eran todos estupendas personas, pero no teníamos una relación de amistad como tal. Probablemente, si no hubiera pasado aquello, habríamos acabado siendo amigos. 

¿Qué mensaje quiere transmitir al contar su historia? 

Un homenaje a las familias de mis compañeros. Sin la familia y su comprensión, su cariño y su apoyo no somos nadie en un trabajo como este. También, un homenaje a mis compañeros. Me acuerdo de ellos todos los días. Me ha dolido mucho escribirlo, pero estoy medianamente orgulloso de haberlo hecho.

***

La frase que Carlos Baró les había dicho a Sánchez Riera y sus compañeros al llegar se había hecho por desgracia realidad: "Bienvenidos al infierno". En medio del ataque, los espías trataban de contactar a través de su teléfono satélite Thuraya con la base española de Diwaniya. Lograron ponerse en contacto con Madrid, pero la comunicación era mala y la llamada se cortó. 

Portada de la biografía, ya a la venta.

Portada de la biografía, ya a la venta. Espasa

Varios de los espías habían muerto ya, cuando una turba se echó sobre ellos, atacando con fusiles y lanzagranadas. Para defenderse, solamente contaban con sus pistolas reglamentarias. Carlos Baró resistía junto a José Manuel, y le pidió que saliera a buscar ayuda.

José Manuel echó a correr hacia la carretera e intentó parar algún vehículo en el que escapar. Entonces una muchedumbre le alcanzó y le molió a palos. Sánchez se protegía como podía de los golpes. Incluso intentaron meterle en el maletero de un coche. Fue entonces cuando apareció un hombre con aspecto de religioso, y le dio un beso en la mejilla.

En el libro, José Manuel cuenta ese momento clave de la siguiente manera:

"Se notaba que los demás le tenían respeto y supuse que sería algún jefe local. Aquel hombre, al que todos miraban, vino hacia a mí lentamente, mientras los demás le abrían paso, y delante de todos me dio un beso en la mejilla derecha. Me quedé helado. Él no me dijo nada, no me preguntó nada, ni a mí ni a nadie. Sencillamente, me dio aquel beso y, con la misma tranquilidad con la que había llegado, se marchó. 

Ese hombre, del que llegué a ver una foto unos meses después —aunque no he tenido la ocasión de cruzar con él una sola palabra—, era familiar de nuestro anfitrión de Diwaniya, el que nos había invitado a comer dos días antes, y, como él, mantenía buenas relaciones con los países de la coalición internacional. Al enterarse de lo que ocurría cerca de su casa, no dudó en utilizar su influencia para frenar la violencia y calmar la situación. Y lo hizo con ese gesto, que, a ojos de los demás, me colocaba bajo su protección".

Ese individuo que le salva la vida representa el núcleo de su historia. Cuenta que a su llegada a Irak comprobaron cómo los lugareños se saludaban entre ellos con uno, dos o tres besos, dependiendo de la confianza que tuvieran entre sí. 

Ese beso fue como si aquel tipo estuviera diciendo: a este hombre le conozco. En el mundo árabe ese beso es una señal de protección. Evidentemente, el beso fue en el 90% de mi salvación.

¿Qué fue lo que le hizo continuar en ese momento hacia adelante?

Que no pensé. Durante una décima de segundo, penseé que ya no volvería a ver a mi mujer y mis hijos. Y eso me hundió, tanto que me tiré al suelo. Pero esa décima de segundo pasó, y me puse en pie de nuevo. Porque si piensas en lo que vas a perder, te hundes. 

La última foto de los siete asesinados y el único superviviente de los espías españoles en Latifiya (Irak). De izquierda a derecha: Alberto Martínez, José Carlos Rodríguez, Alfonso Vega, Carlos Baró, José Ramón Merino, José Manuel Sánchez Riera, José Lucas Egea, Luis Ignacio Zanón.

La última foto de los siete asesinados y el único superviviente de los espías españoles en Latifiya (Irak). De izquierda a derecha: Alberto Martínez, José Carlos Rodríguez, Alfonso Vega, Carlos Baró, José Ramón Merino, José Manuel Sánchez Riera, José Lucas Egea, Luis Ignacio Zanón. EE

¿Cómo recuerda los momentos posteriores al atentado?

Cuando escapé me llevaron de una comisaría a otra, y en esos momentos todavía no tenía la certeza de estar a salvo. Al llegar a la base americana fue cuando empecé a revivirlo todo. Es esa noche me volvía de forma inconexa y salvaje todo lo que había pasado. Cerraba los ojos y me venían todas las imágenes, sin un relato cronológico, todos los sentimientos a la vez. Era insoportable, tenía todo el miedo del mundo. De hecho, uno de los pensamientos irracionales que tuve al día siguiente era que no iba a salir vivo de Irak. 

Se pregunta constantemente por qué ha sobrevivido.

Me lo he preguntado muchas veces, pero ahora ya no, porque sé que no hay una respuesta. En ese momento intentas buscar una explicación a algo que no la tiene.

El CNI piensa que el ataque fue premeditado.

Se averiguó hasta donde se pudo. Mi hipótesis, que es la del Centro, es que no era un atentado de oportunidad, sino que iban específicamente a por nosotros.

La experiencia de su mujer

Isabel, su mujer, narra en primera persona aquel 29 de noviembre de 2003, y el modo en que la información les iba llegando a cuentagotas, los nervios al no saber qué había pasado, si su marido estaba muerto o no, quiénes eran las víctimas.

¿Cómo lo recuerda?

(Responde Isabel) Durante las cuatro o cinco horas siguientes todo era un goteo de información, pero no puedes hacer nada. No lloras, no gritas, no te desvaneces. Mi situación era como la de quien está en la sala de espera del hospital. Esa mañana habíamos hablado por teléfono. Le llamé y él me dijo que estaba encantado, que estaban comiendo todos... Fue una conversación normal.

Toca fondo años más tarde, en 2008-2009. Cuando volvió de Irak, quería trabajar sin solución de continuidad.

Yo estoy contento y no me arrepiento de lo que hice. Pero ahora intentaría hacer las cosas de otra forma. Tienes que hacerlo con acompañamiento médico, con terapia psicológica y con mucho cariño, porque esto es demasiado.

¿Cómo lo vivió la familia?

(Responde Isabel) Llegó un momento que estaba en casa y estaba apático, era alguien que estaba ahí, pero no demostraba cariño ni nada. Nuestros hijos ya no se acercaban a él, porque no les prestaba atención. Éramos un matrimonio, una familia muy unida y yo sabía que él no era así. O sea, esa falta de sentimientos y esa desgana, eso que decía él de que quería empezar de cero, marcharse porque su vida le había cambiado... Yo tuve que estar ahí, al pie del cañón, yendo a trabajar como si no pasara nada, poniendo buena cara y aguantando, con la ayuda del psiquiatra. Fue muy difícil. No sé si lo digo en el libro, alguna vez he contado mi historia, creo que yo también hubiera necesitado ayuda, un apoyo psicológico para desahogarme y para afrontar todo esto. Yo nunca he mostrado debilidad. Y puede que eso también me haya pasado factura. Pero bueno, poco a poco el tiempo nos ha sanado.

Sánchez Riera posa para EL ESPAÑOL.

Sánchez Riera posa para EL ESPAÑOL. Cristina Villarino

***

Un día, en una de esas largas tardes en las que se encerraba detrás de un libro, apareció en el cuarto su hijo mayor. Sergio, con mucho cariño, pero muy serio, le dijo:

—Papá, ¿qué haces?

—Pues ya lo ves, leyendo un libro —respondió.

—Eso ya lo veo, y sé que leer está muy bien, que es algo bueno… Pero, ¿no crees que también tienes que vivir con nosotros, que tienes que hablarnos, que tenemos que estar juntos como antes?

"Sus palabras y su madurez me impresionaron", dice. "Tenía catorce años y me acababa de demostrar que, en lugar de estar ocupado en las cosas propias de su edad, estaba preocupado por mí y por toda la familia. Sin duda, fue la bofetada que necesitaba para reaccionar, para darme cuenta de que mi hijo y mi mujer tenían razón y había llegado el momento de hacer algo para dar un giro a nuestras vidas o, al menos, intentarlo. En ese momento, tomé la decisión de ponerme en manos de un psiquiatra". 

Los policías iraquíes se acercaban a tocarle después del atentado. 

A mí me llamó la atención mucho, porque me sentía acosado en ese momento, venía a tocarme todo el mundo. En ese momento no entendía nada. Me repetían varias veces: "Eres un hombre afortunado". Me dejaban tabaco, me tocaban después de haberme salvado y se iban. Más tarde un amigo me lo explicó. "Eso es baraka", que significa suerte. Baraka es una palabra que para ellos puede ir asociada a un hecho, a una circunstancia, a una persona... Muchos de estos años, cuando no podía dormir, me levantaba, cogía el paquete de tabaco y me ponía a fumar en una silla al frío. Y ese frío me recordaba el frío que hacía en la base americana después de haberme salvado. Me encontraba tranquilo. Todavía a día de hoy salgo a fumar con frío, me siento y me quedo tranquilo.