José María González cogió el bastón de mando y se asomó al balcón del Ayuntamiento de Cádiz. En la plaza de San Juan de Dios, frente al edificio consistorial, le estaba esperando una masa enfervorecida que aguardaba su salida tras su toma de posesión en el salón de plenos del consistorio gaditano.
Al verlo salir, la muchedumbre estalló en júbilo cuando ‘Kichi’, levantó el brazo portando el bastón de mando que le hacía alcalde de Cádiz, y lo ofreció a la ciudadanía. Instantes antes, con el apoyo necesario del PSOE, José María González se había convertido en alcalde de Cádiz sin ganar las elecciones.
Era julio de 2015. Los comicios los había ganado Teófila Martínez, ininterrumpidamente durante 20 años. Cádiz era, hasta entonces, un bastión de la derecha, gobernado por una de las primeras mujeres alcaldesas populares y de las primeras capitales de provincia que auspiciaron la subida al poder del PP de José María Aznar. A Teófila, la combinación de las dos décadas de gobierno, el tsunami morado y la suma de ediles de izquierda la hizo perder la mayoría absoluta.
Poco después, ‘Kichi’ aprendería la diferencia entre estar en un despacho institucional, donde su cargo implicaba estar sujeto a unas competencias concretas, informes técnicos y normativa legal, a las promesas y críticas proferidas tras una pancarta amplificadas tras un megáfono. Se dio cuenta que era imposible solucionar el problema de la infravivienda en el casco antiguo de Cádiz con dos millones de euros, tal y como prometió. También, que era ilegal obligar a las empresas adjudicatarias de los pliegos municipales a que contratara a exclusivamente a gaditanos, porque vulneraba derechos fundamentales.
Antes de mayo de 2015, José María González visitaba la Corrala de la Bahía, un edificio okupa, prometiendo luz y agua. Finalmente, dejó de acudir y fue un fondo de inversión estadounidense el que ha acabado solucionando este año el problema vecinal que suponía la convivencia desordenada y sin control en esa treintena de viviendas.
El alcalde pasó de ‘la próxima visita, será con dinamita’ contra dirigentes políticos -la casta- a dirigirse al rey Felipe VI, cuyo retrato quitó de su despacho a los tres días de ser alcalde. Lo hizo este año y, por favor, le pidió que intercediera a favor del mantenimiento de los puestos de trabajo de Airbus en Puerto Real. Meses antes, además de cambiar el nombre de la Avenida Juan Carlos I por el de Sanidad Pública, había declinado asistir al acto institucional como máxima autoridad de la ciudad a una visita del monarca a la capital gaditana, lo que le generó numerosas críticas.
La primera en la frente ocurrió a los pocos días de ser regidor, cuando José María González intentó frenar una orden de desahucio en una vivienda de la calle Benjumeda, donde vivían un matrimonio y una menor de 16 años.
El primer edil acudió para mediar con la Policía Nacional, encargada de ejecutar el desahucio, acompañado de varios de sus concejales: los agentes tuvieron que sacar a algunos ediles en peso, porque hicieron resistencia pasiva. Luego se sabría que la familia no vivía en un piso hipotecado a un banco, sino que había sido desahuciada por orden judicial tras ganar la propietaria un pleito por el impago del alquiler durante un año. La mujer estaba enferma de cáncer.
En la vida política de José María González también ha habido un tránsito: de fomentar escraches, a padecerlos ya como alcalde en el Salón de Plenos, ordenando el desalojo de los alborotadores en no pocas ocasiones. La mayoría de los descontentos son aquellos a los que prometió una vivienda, y que luego se vieron frustrados por la dura realidad de la lista de demandantes de vivienda, con un férreo baremo estipulado por los trabajadores sociales.
Sus roces con Pablo Iglesias fueron anteriores a la crítica abierta que le hizo por adquirir el chalé en Galapagar. Fue por Arabia Saudí, su papel en la guerra de Yemen y el encargo de las corbetas a Navantia. José María González defendió los contratos con Arabia con una frase que ha pasado a la posteridad. Hacían sonar “los pitos de las ollas” en los hogares gaditanos, refiriéndose a los puestos de trabajo y a los sueldos de los trabajadores de Navantia que construyen los barcos.
Cuatro problemas
La capital gaditana cuenta, seis años después, con cuatro graves problemas, sin contar con el desempleo, que antes no existían: la limpieza, el mantenimiento viario, el elevado número de indigentes que pernoctan en las calles, incluso en tiendas de campaña, y la falta de plazas de aparcamiento. En este tiempo, y según la oposición, se han eliminado unas 2.500 plazas de estacionamiento en superficie. Este recorte se ha dejado sentir este verano, cuando a Cádiz ha acudido eminentemente turismo nacional, que se desplaza en coche, y los estacionamientos subterráneos se encontraban con el cartel de completo.
Un reconocido autor del carnaval gaditano, que prefiere mantenerse en el anonimato, indica a EL ESPAÑOL: “En Cádiz, Kichi ha pasado del marxismo al marxismo, pero del de Karl, al de Groucho”, resume con retranca. Porque la penúltima polémica del gobierno de José María González, reconocido carnavalero, ha sido retrasar por la pandemia el Concurso de Carnaval de 2022 hasta abril, mayo y junio sin encomendarse ni a dios ni al diablo ni consultarlo con los colectivos carnavalescos: autores, coristas, comparsistas, chirigoteros, ilegales...
“Las agrupaciones llevan un año sin cantar. ¿Y ahora no se puede cantar este febrero?”, se pregunta la misma fuente. Todos ven imposible que el Carnaval de Cádiz coincida con el domingo de Corpus Christi, con una celebración muy señera en la ciudad, o que las agrupaciones callejeras, las más anárquicas, no salgan a la calle en el mes de febrero.
Miguel Villanueva, presidente de la Asociación de Autores del Carnaval, explica que para el año que viene, por la pandemia, “Málaga mantiene el Carnaval en su fecha. También lo hacen en Cáceres, en Ciudad Real, en Trebujena y en Navalmoral de la Mata. En Sevilla, el alcalde, Juan Espadas, ha dicho que la feria es cuando es y no se retrasa. ¿Por qué entonces Cádiz va a contracorriente?".
Villanueva explica que en Cádiz "son 47 días de concurso de agrupaciones. El Carnaval se come entonces desde la Feria de Sevilla, al Corpus, y lo que dice en el Ayuntamiento es que mejor, que así viene menos gente a Cádiz”. Villanueva enfatiza que “han dicho que la fecha anunciada es inamovible, pero inamovible es un mueble”, sostiene con guasa. “Lo que será es irrevocable”, zanja.
La última del alcalde gaditano ha sido olvidar sus promesas reiteradas de que dejaría la política a los 8 años, incluso firmando ante notario y sin que nadie se lo exigiera. Una cota moral autoimpuesta que choca con dureza con que ahora deje abierta la puerta a presentarse a un tercer mandato corporativo y ser alcalde, en caso de ganar, durante doce años.
José María González lo justifica así: “Evidentemente, yo si veo que no hay un relevo mejor que lo pueda hacer mejor que yo, alguien que lo pueda hacer mejor que yo, evidentemente, me tendré que volver a presentar, porque yo lo que no voy a hacer es pegarme 8 años currando sin descanso y sin ningún tipo de recompensa, sino solamente por el ejercicio de amor a tu ciudad y de sacrificio por tu gente, y no lo voy a tirar tó por la boda”.