El diestro sevillano Morante de la Puebla puso ayer a todos de acuerdo en la, este año, desconcertante Maestranza de Sevilla, impartiendo una lección magistral de arte y de valor. Lo hizo con un toro muy exigente sobrero de Garcigrande, al que cortó las dos orejas más unánimes de toda la feria.
Comenzó la faena del negado primero con la espada de verdad al verle recostado en la barrera mientras su cuadrilla se esforzaba en llevarle, de punta a punta de la plaza. Pero a ese sobrero aquerenciado en las tablas contrarias, nadie más que él hubiera apostado por el suceso que estaba por llegar en unos instantes.
Porque solo Morante había podido ver lo que aquel corraleado y rajado toraco podía dar de sí. Unas temperamentales arrancadas de manso enrazado que el genio de la Puebla se dispuso a amainar desde el primer momento con unos ayudados por alto de sabor antiguo.
Manso o bravo, que de las dos maneras podría calificársele, el de Garcigrande puso a la pelea un altísimo nivel de exigencia. También demandó un pulso certero para llevarle lo suficientemente sometido en el engaño, de cara a que no se remontara, pero no tanto como para que se aburriera y volviera a rajarse de una vez.
Y, con un derroche de valor natural y sin alardes, ese fue el equilibrio perfecto que sustentó la obra de arte de Morante. El decisivo y complejo entramado técnico quedó oculto tras esa deslumbrante manera suya de torear con la más honda expresión, siempre con el pecho entregado y yéndose con él en el intenso trazo de cada muletazo.
Alternó Morante las series con las dos manos, sin despegar nunca los talones de la arena, dado por completo en cada una de ellas y sin importarle las dudas y la amenazante forma de escarbar del toro en cada pausa. Todo para que en cada vuelta a empezar todo volviera a fluir.
Entre la antología, un cambio de mano por delante fue realmente sublime, por lo lento y saboreado, y con una serie con la derecha ligadísima, de cinco pases y el de pecho pasándoselo por la faja sin solución de continuidad, la Maestranza literalmente bramó de entusiasmo.
La estocada, que cayó desprendida, dio paso, cómo si no, a esas dos orejas, que comparadas con la inmensa mayoría de las concedidas esta confusa feria de abril, cobraron el máximo valor en la bolsa de trofeos.
Alternativa de Perera
La corrida se abrió con la alternativa del joven diestro extremeño Manuel Perera, que, con un a todas luces insuficiente oficio para superar la prueba, no logró concretar sus inocentes deseos de triunfo en dos trasteos voluntariosos y desangelados.
En ellos además tuvo la suerte de librarse varias veces de un percance ante el toro del doctorado, que no paró de defenderse.
Antes de que Morante se colocara el birrete para sentenciar le feria, El Juli hizo una demostración de visible técnica para, jugando con alturas y espacios, alargar las sosas embestidas del tercero.
No obstante, después de la antología del sevillano, se limitó, consecuente, a cumplir el trámite con su segundo, tan seco como el resto de la desfondada corrida de Torrestrella.