Desde hace meses los españoles estamos costeando la curva de aprendizaje de los políticos y las consecuencias de sus decisiones equivocadas. No sólo sucede que Rajoy no conoce bien la Constitución -dos veces ha quedado en evidencia ante Carlos Alsina en Onda Cero en sendas entrevistas (aquí y aquí)-, sino que ha reclutado colaboradores para interpretarla a su gusto.
Un ejército de abogados del Estado está a su servicio para emitir dictámenes tan discutibles y que repugnan los principios democráticos como el que consideraba en el verano de 2013 que un ministro no debe inhabilitarse en las deliberaciones del Gobierno sobre una empresa de la que era accionista porque es el Parlamento el que finalmente valida sus decisiones.
La principal consecuencia de la interpretación que hace el Gobierno del artículo 99.2 es, como explicó la vicepresidenta del Gobierno, que “el reloj de la democracia” no arranque. Si Mariano Rajoy considera que no tiene los apoyos para someterse a una votación de investidura, no lo hará, y, por lo tanto, el plazo de dos meses que prevé la Carta Fundamental para que los políticos zanjen el asunto sin convocar nuevas elecciones no empezará a correr.
Rajoy acusó a Pedro Sánchez de "hacernos perder el tiempo a todos" y que su intento de investidura era "un fraude, un engaño y una farsa"
Tras aceptar ser propuesto por el Rey, Rajoy ha decidido quedarse con el reloj. Esto es consecuencia de la dura lección que supuso la candidatura de Pedro Sánchez. El largo mes que transcurrió entre el 2 de febrero, cuando Felipe VI propuso al líder socialista, y el 4 de marzo, fecha en la que perdió la segunda votación, fue una lección inolvidable para el PP. Nunca, hasta ese momento, se lanzaron tantas diatribas contra Rajoy. Gente que le visita dice que él mismo llegó a pensar que había cometido un error estratégico cediendo la iniciativa. Sólo se tranquilizó cuando comprobó que el PSOE no pactaría con Podemos y que Iglesias no le daría sus votos a Sánchez.
Ahora, el mismo Rajoy que acusó al líder del PSOE de orquestar “un fraude, un engaño, una farsa” durante ese mes que negoció con Ciudadanos, va a intentar con 137 diputados llevar un gobierno al Parlamento. Rajoy arriesga que, al final de este proceso o cuando sea que decida abortarlo, le repitan lo mismo que él soltó en la sesión de investidura de Sánchez: “Nos ha hecho perder el tiempo a todos, ha generado falsas expectativas y las ha defraudado. Ha puesto las instituciones al servicio de su supervivencia y eso también es corrupción”.
Si Rajoy fracasa y cumple su amenaza de no llegar a la votación, España seguirá en el limbo con un gobierno en funciones sin margen de maniobra
La diferencia es que Sánchez se sometió a dos votaciones, que perdió, y con eso lanzó la cuenta atrás para las elecciones del 26 de junio. Es verdad que nadie puede ser obligado a enfrentarse a una derrota segura, pero es que ser el candidato del Rey a presidir el gobierno no es sacar un número en la cola de la pescadería. Si Rajoy fracasa y cumple su amenaza de no llegar a la votación de investidura, España seguirá en el limbo, con un gobierno en funciones que cada vez tiene menos margen de maniobra.
La vicepresidenta tenía una cuota de razón al criticar “el reloj de la democracia”, concepto que popularizó Sánchez. Como han advertido, entre otros, el politólogo Alberto Penades, autor de La reforma electoral perfecta (Catarata, 2016), el plazo de dos meses para formar gobierno o convocar elecciones funciona como un incentivo para quienes quieren volver a lanzar los dados de la opinión pública. De hecho, así funcionó con PP y Podemos en la pasada legislatura.
La manera de neutralizar ese incentivo es el limbo que nos ofrece Rajoy. Él y su equipo han cambiado de opinión -quizá han aprendido de la experiencia- y han decidido que unas terceras elecciones serían una muestra de poca seriedad.
En el sistema parlamentario, los nominalismos deberían ser menos intensos que en un presidencialismo o un caudillismo
La firmeza y el alcance de esta convicción se pondrá a prueba en las próximas semanas. Si las terceras elecciones son una restricción real y Rajoy comprueba que el obstáculo para formar gobierno no es el PP sino él, debería dar un paso al lado y permitir que se creara esa coalición -grande o pequeña-, como subrayaba el ex responsable de Formación del PP, Guillermo Gortázar. Quizá ese gesto deba verse compensado con el paso a un segundo plano de los líderes rivales que han coprotagonizado este bloqueo institucional. No en vano estamos en un sistema parlamentario, donde los nominalismos deberían ser menos intensos que en un presidencialismo o, en su versión degenerada, que es el caudillismo.
¿Cuánto tiempo podrá prolongarse esta situación? Si los constituyentes determinaron hace 38 años que un plazo analógico de dos meses era suficiente para que cristalizaran las voluntades, no hay por qué pensar que ahora que hay smartphones las cosas vayan a ir más lento. Hasta parado el reloj de la democracia debería dar correctamente la hora dos veces al día.