A veces ceder es ganar, pero no siempre. Hace semana y media, el conflicto entre Podemos y las mareas gallegas estuvo a punto de poner punto final al acuerdo electoral que ambas formaciones llevan manteniendo en las anteriores elecciones. La coalición gallega, que tan buenos resultados había dado hasta ahora, parecía hacer aguas, fruto de las discrepancias internas en cuanto a la forma jurídica con la cual acudir a los próximos comicios, que se celebrarán el 25 de septiembre. Podemos Galicia quería su bandera en lo alto del mástil junto a la de En Marea.
Sin embargo, un tuit de Pablo Iglesias hacía agachar la cabeza a su partido, ante el más que probable descalabro que tendría lugar si Podemos se enfrentaba a En Marea en las elecciones gallegas. Para más inri, Iglesias tomó esa decisión en contra de lo que habían decidido las bases del partido en la comunidad, partidarias de una coalición y no de diluirse en un partido instrumental. Esta vez, Iglesias tenía que ceder ante la realidad. De ir por su cuenta, el proyecto político de Podemos en Galicia corría el riesgo de naufragar. A principios del mes de agosto, las encuestas daban 6 parlamentarios al partido morado y 12 al partido instrumental En Marea de ir por separado.
Ahora, el ejemplo pionero de Galicia puede cundir en otras comunidades como Cataluña. Allí, Ada Colau plantea ya un partido propio que integre a todas las formaciones afines para el año 2017. Y eso hace que Pablo Iglesias y su partido pongan cara de circunstancias. En algunas comunidades claves del cambio el precio por mantener un espacio político puede ser alto: diluir la marca en un partido diferente, con otro nombre y otras siglas.
Se extiende el ejemplo gallego
Según los principales exponentes de las mareas, Podemos tiene sentido en el sujeto político único en Galicia como un miembro más de la coalición, algo en lo que Pablo Iglesias y sus socios más cercanos, a riesgo de ver diluida su marca, no tuvieron más remedio que ceder. Era la principal crítica que esgrimieron durante los pasados meses los alcaldes de las mareas gallegas. Una semana antes de que Pablo Iglesias cediera, Xulio Ferreiro, alcalde de A Coruña, afirmó que a Podemos le estaba faltando valentía.
En Cataluña, el proceso que se está desarrollando es similar. El debate en el seno de En Comú Podem existe desde hace ya meses. Xavi Domènech, número uno de En Comú Podem al Congreso de los Diputados, asegura que es una idea que se lleva gestando desde hace ya tiempo. Y que en ese espacio caben todos los partidos que se vienen asociando con Ada Colau y las bases moradas en Cataluña en los últimos tiempos. Eso sí, todos en igualdad de condiciones. “A partir de septiembre se abrirá el debate sobre como se construye este nuevo espacio político. Todos por igual. Que los que se adhieran tenga los mismos derechos que cualquier otra persona”. Es lo que los socios gallegos de Podemos reclamaban.
Las confluencias de Iglesias y demás socios quieren volar por su cuenta. Sin embargo, algunos como Domènech aseguran que no se trata de una empresa de acoso y derribo hacia la dirección general de Madrid. “No es un proceso de erosión de Podemos. Se trata de que todos tenemos que ceder o aportar a un proceso para la construcción de un nuevo espacio político. Es decir, cómo construimos un espacio político que sea alternativa”, explica Domènech.
El oportunismo de Iglesias
No resulta inocua la imagen de oportunistas que los dirigentes estatales de Podemos han adquirido en el seno de algunos de sus homólogos de En Marea. Es una opinión importante dentro de la coalición gallega al ver en perspectiva los movimientos de Iglesias y los suyos a la hora de tejer sus alianzas territoriales durante los últimos años. Xosé Manuel Beiras, el viejo líder nacionalista y uno de los fundadores de la coalición, ha criticado en diversas ocasiones las gestiones de su colega Iglesias, hablando a veces de “cesarismo”, criticando el modo en que Iglesias viene gestionando sus pactos regionales.
Aprovechando el auge de formaciones de planteamientos afines en distintos lugares de la península, el partido de Pablo Iglesias se fue adhiriendo a todos ellos con el pretexto de afrontar un objetivo común, de erigir una misma bandera: con muchos matices, era la lucha de los de abajo contra los de arriba, la de la plebe contra la casta, la de los pobres contra los ricos.
Los distintos círculos locales iban surgiendo por doquier, como una especie de contagio generalizado. “Fuimos pioneros en las regionales”, aseguran fuentes de la dirección gallega de En Marea. Y Podemos, aprovechando el momento, fue uniéndose aquí y allá donde le convenía. En Galicia se unieron al proyecto electoral aprovechando el tirón de los alcaldes de las mareas atlánticas. Juntos forjaron una alianza electoral para las municipales de 2015. Y les salió bien.
Pérdida de poder
Sin embargo, con el tiempo, Saturno (es decir, las mareas) no quiso ser devorado por sus hijos. Podemos ha pretendido hacerse notar allá por donde ha pasado. Los últimos meses han estado llenos de incertidumbre en el seno de la confluencia, con todos los socios pendientes de si Podemos iba a unirse o no al partido instrumental. Los diferentes sectores dentro de En Marea se erigieron contra la opinión estatal de Podemos, que pretendía constituirse como socio principal de una supuesta coalición, y no en igualdad de condiciones como los otros tres partidos.
Las mismas fuentes de la dirección de En Marea remarcan la relevancia que tiene el acuerdo en el todas las partes tienen la misma importancia, algo que a la dirección estatal de Podemos le ha costado asumir. “El concepto de partido instrumental va más allá que la coalición. Hablamos de un sujeto político único, con las mismas reglas para todo el mundo”.
Finalmente, Iglesias tuvo que ceder ante la realidad gallega. Sin En Marea no iba a haber asalto a los cielos gallegos del PP de Feijóo. El ejemplo parece que se extiende ahora a otras regiones. La marca Podemos, como tal, parece perder poder frente a los socios autonómicos. En realidad, aunque hace meses no lo pareciera, las fuerzas aledañas nunca han dejado de ser la pieza trascendental sobre la que gravitan los acuerdos territoriales de Pablo Iglesias. Y ahora puede pasarle factura.