El viernes 23 se cumplirán tres semanas desde que Mariano Rajoy fracasó en su intento de formar gobierno. En estas tres semanas, no se ha hecho nada desde el punto de vista institucional por resolver el bloqueo político en el que nos encontramos. Nada, porque los partidos están volcados en la campaña electoral en Galicia y el País Vasco con la esperanza de que sus carencias sean resueltas por las elecciones en esta última región. El único actor que podía haber movido ficha en este tiempo es el Rey.
Pero Felipe VI, salvo una genérica apelación al diálogo y al “sentido del deber” efectuada en la Asamblea General de la ONU -que tampoco era el escenario más adecuado para hablar de lo que le hace falta a la política en España-, no se ha movido un ápice del papel de rey florero que los políticos le han asignado. Ni siquiera la disposición de algunos jarrones chinos ha cambiado la funcionalidad del escenario.
La Constitución prevé que, una vez fracasada la primera investidura, eche a andar lo que Pedro Sánchez llamó “el reloj de la democracia”, ese plazo de negociación de dos meses antes de convocar nuevas elecciones.
Los constitucionalistas son muy restrictivos respecto del papel del Rey en la contingencia
Pero hay una instrucción expresa para el Rey y las Cortes durante este tiempo y es que “se tramitarán sucesivas propuestas en la forma prevista en los apartados anteriores”, es decir después de consultar con los representantes políticos. De eso no se ha hecho nada en tres semanas porque la Casa Real decidió no realizar más consultas para que los partidos desarrollen "las actuaciones que consideren convenientes".
¿Podría haber hecho algo más el Rey?
En general, los constitucionalistas españoles son muy conservadores respecto del papel del Rey. En su gran mayoría piensan que el Jefe del Estado no es distinto de la reina de Inglaterra que presta su voz y refrendo a los actos del gobierno. Para ellos, la expresión “arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones”, recogida en el artículo 56 de la Constitución, hay que leerla de la manera más restrictiva posible para que el monarca “no borbonee”, es decir, para que no actúe en política de manera controvertida.
Estas tesis se ven reforzadas por el hecho de que el actual Rey no conoce otra realidad política que la definida por esos mismos constitucionalistas.
Hay ministros que piensan, y no se recatan de decirlo, que el Rey podría haber sido más enérgico e insistente en sus gestiones
Pero esta opinión no es compartida por toda la élite política. Al margen de la norma literal, en política también gravita una cuestión de estilos. Dentro del actual Gobierno en funciones hay ministros que se muestran insatisfechos con el papel de la Corona. Saben, y así se lo han confiado a personas cercanas, que el Rey podría haber sido más enérgico e insistente en sus gestiones. Podía, por ejemplo, haber subrayado que para desbloquear la situación a veces es bueno sustituir a los que gestionan el desacuerdo. Y eso suponía que Rajoy y Sánchez deberían haberse hecho patrióticamente a un lado.
En lo que sí parecen estar ampliamente de acuerdo los constitucionalistas es que el papel de dinamizador del proceso de formación de un gobierno correspondería a la presidenta del Congreso. Este debate ya se suscitó con Patxi López, pero entre que éste actuó con falta de prolijidad y el líder de la primera mayoría parlamentaria no se fiaba de él, el ex lehendakari ni siquiera se imaginó las posibilidades del cargo.
Sin una presidenta autónoma que le ofrezca "sucesivas propuestas", no hay ninguna posibilidad de que el monarca haga algo más que seguir siendo un adorno
Tampoco parece que Ana Pastor las vaya a explorar. De momento, su amistad con Rajoy la obliga a hacer pantallas institucionales para que éste pueda retener el balón y tirar a canasta a placer en vez de ofrecerle al rey “sucesivas propuestas”. Así, sin una presidenta del Parlamento autónoma, no hay ninguna posibilidad de que el Rey haga algo más que seguir siendo un adorno institucional.
El monarca está cumpliendo disciplinadamente el papel que tanto Rajoy como Sánchez le han asignado. La institución ha vuelto a sufrir, aunque de una manera distinta durante este año. En el pasado fueron cuestiones de reputación y honor. Esta vez están siendo asuntos políticos de gran calado: el desplante de Rajoy tras las elecciones del 20-D, su ambigua aceptación de la candidatura en agosto, el empecinamiento en el “no” de Sánchez. Pero el margen de maniobra de la Corona se agota a medida que nos acercamos a una pésima disyuntiva: o terceras elecciones o un gobierno corto y frágil.