La de Francisco Correa y Alejandro Agag es una relación que viene de lejos. Tanto que en su confesión de hoy ante la Audiencia Nacional, Francisco Correa ha tenido que viajar mentalmente veinte años atrás, a los primeros años 90, para explicar el vínculo entre ambos. Una simbiosis con el PP como nexo y resultados dispares para ambos: Ahora, Correa se sienta en el banquillo con peticiones que rondan los 125 años de cárcel, mientras su antiguo amigo, aquel que le nombró padrino de su boda, guarda silencio y hace dinero al calor de Fórmula 1.
Atrás quedaron los años de complicidad, las charlas que arrancaron en 1989 cuando Agag, recién licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales- se incorporó a un grupo de jóvenes populares llamado La Polvera; un colectivo que tomó el nombre de la primera constitución española redactada en 1812, y que supuso el germen del llamado Clan de Becerril; el grupo de herederos a trono político que desde 1996 ostentaba José María Aznar.
Fue en ese mismo año (1996) cuando Alejandro Agag, licenciado en Cunef -como el hijo del presidente Aznar- fue nombrado asesor de Moncloa. Y con esa vitola, creó en 1999 la primera reunión de jóvenes promesas en el hotel Doña Endrina de Becerril, la sierra de Madrid. Al encuentro acudieron treinta elegidos que se convirtieron en un importante grupo de presión dentro del partido. En el 2001, mientras Francisco Correa se estrenaba con la organización del encuentro, ya eran 92 los asistentes: nombres como Francisco Camps, Alfonso Bosch, Ana Michavila, el ex ministro Juan Costa, Esteban González Pons o Alberto López Viejo, imprescindibles después en la agenda personal del hombre de la Gürtel.
En solo dos años (1998 y 1999) la empresa de viajes de Francisco Correa facturaba ya 18 billetes de avión personales de Alejandro Agag, cuya relación era cada vez más creciente.
Limpiar de rodillas la acera
"Gratis, ni los palillos". Esas fueron las palabras que José María Aznar pronunció un año después cuando supo que los hombres de Correa corrían con parte de la organización de la boda de su hija. Sin embargo, las órdenes no se cumplieron. De hecho, fueron las empresas de la trama las que corrieron con los 32.452 euros que costó la iluminación del banquete posterior a la ceremonia que se celebró el 2 de septiembre de 2002 en la Basílica del Monasterio de El Escorial. Con imagen de acto de Estado, varios de los que ahora se sientan en el banquillo hicieron entonces el paseo de gala y alfombra como invitados al evento.
Días antes, los trabajadores de Correa organizaron también parte de la despedida de soltero que Agag disfrutó en la discoteca Gabana de Madrid. Allí acudieron casi 500 invitados. Y allí saltó la polémica. El Ayuntamiento de Madrid cortó la calle como si de un evento oficial se tratara y el consejero autonómico Alberto Lopez Viejo fue señalado por ordenar a operarios municipales que limpiaran de rodillas la acera por la que después tendrían que pasar los invitados. Ahora, Francisco Correa ha reconocido ante la sala que él fue uno de los principales receptores de sus mordidas.
La presencia de magnates como Rupert Murdock o Flavio Briatore en el enlace eclipsó entonces a la prensa lo que ahora es evidencia: que Correa y Agag eran íntimos amigos. Tanto como para que el hombre de la Gürtel firmara como testigo en el enlace. Junto al entonces presidente italiano, Silvio Berlusconi, estampó también su firma otro de los amigos íntimos de Agag y ex socio del mismo, Jacobo Gordon, ahora convertido en arrepentido. Suyo fue el primer testimonio que se escuchó en todo el juicio. Y suyo el mérito de ser el primero en reconocer las actividades ilegales que realizó después junto a Francisco Correa.
La foto que evidenció la relación
Fue Alejandro Agag quien en 2004 recomendó a Correa que invirtiera en los negocios de Gordon. Su compañero de facultad acababa de abrir una empresa por su cuenta, una constructora destinada a crear 16 viviendas en Majadahonda. En esas mismas fechas se tomó la fotografía que más daño le ha hecho al yerno de Aznar: aquella que le sitúa en la semifinal del máster de tenis de Madrid, compartiendo evento desde la grada con su mujer y Francisco Correa. La imagen se hizo pública mucho después, pero la relación entre ambos comenzó a deteriorarse entonces. De hecho, además de por sus crecientes negocios, Correa mantenía una buena relación con Jacobo Gordon como cordón umbilical para seguir vinculado a Agag.
Fue entonces cuando José María Aznar dejó La Moncloa y eligió sucesor. En 2004 Mariano Rajoy dio un paso al frente e intentó terminar con las estructuras creadas por su antecesor. El Clan de Becerril fue el primero en sufrir las consecuencias, mal visto por las juventudes del partido, que consideraban el grupo como una organización paralela. Con la oposición de Rajoy, Agag vio su carrera interrumpida y se marchó de España. Sus negocios en el mundo de la Fórmula 1 comenzaron a dar frutos y decidió buscar inversiones en mercados árabes desde su residencia en Londres.
Correa seguía organizando entonces los viajes que Alejandro realizó por medio mundo. El rastro de esta actividad dejaron huella en la contabilidad de Pasadena Viajes, que organizaba los trayectos de Agag a nombre de una sociedad llamada A2L Investment, abierta en Reino Unido. Con el yerno de Aznar en el extranjero, la relación entre ambos comenzó a enfriarse. Aun así, un año después aparece en la revista Interviú el primer reportaje sobre los negocios de Correa. El texto -que utilizó Esperanza Aguirre para señalar que ella había destapado la Gürtel- alertaba sobre los contratos con la Comunidad de Madrid de una empresa llamada Down Town Consulting. El titular de la noticia no deja lugar a dudas: "Las Peligrosas Amistades de Alejandro Agag", llevaba por título el texto.
Fue entonces cuando Esperanza Aguirre pidió a todos sus consejeros que dejaran de contratar a las empresas de Correa. Y cuando Alberto López Viejo se saltó la doctrina. Correa le cambió el nombre a la empresa (pasó a ser Easy Concept) y puso al frente a uno de los suyos: Alvaro Pérez, conocido como 'El Bigotes'. Otro hombre que llegó a Correa de la mano de Agag.
"¿Sigue vivo?"
Fue el yerno de Aznar quien pidió a Correa años antes que diera trabajo a Álvaro Pérez. Y por eso el relaciones públicas fue colocado en la esfera de José María Aznar y Ana Botella. En público, el empleado de Correa ha afeado en varias ocasiones el silencio del que fue su amigo. "¿Alejandro Agag? ¿Sigue vivo?", contestó en una intervención televisiva al ser preguntado por aquel que en otros tiempos le invitó también a su boda.
El reproche a ese silencio campa en el banquillo de la Gürtel. Quizás por eso suena tanto su nombre en boca de Correa. Coincidencia o no, la relación entre ambos, tan fraguada entonces, se rompió poco antes de que la espita de la Gürtel estallara. Poco o nada aparece Agag en la investigación policial del caso. Pero muy cerca estuvo, al menos, de aquellos que hoy se reconocen culpables.