La Inquisición encontraba en la escritura compulsiva un dispositivo o procedimiento legitimador de sus prácticas criminales. No en vano, en El Proceso, Kafka nos hizo comprender que las agujas de toda máquina punitiva escriben la sentencia en el cuerpo de los condenados y que, en última instancia, sólo podrán descifrar la sentencia en sus propias llagas. El minucioso y obsesivo relato funciona como legitimación de los horrores que sufrirá el cuerpo de quien se atreva a desafiar la ley o las costumbres establecidas.
Quien se detenga a leerlos corroborará la extrema minuciosidad de los relatos de herejía, entretenidos en la consigna del más trivial detalle como modo de justificar las condenas a sus víctimas. La práctica jurídica moderna ha heredado -en cierto sentido- ese regusto por el formalismo narrativo arcaizante y el nominalismo excesivo de la jurisprudencia eclesiástica. Uno de los mejores ejemplos de la malsana obsesión por la nomenclatura y la construcción del relato lo encontramos en la sentencia que condenó a la hoguera a María de los Dolores López, conocida popularmente como “la beata Dolores”. La lectura del texto del auto se demoró desde las nueve de la mañana hasta la una del mediodía. Tras el ceremonial, la beata evitó ser quemada viva gracias a su confesión. Como recompensa a su “voluntario sinceramiento” recibió la peculiar clemencia de ser ejecutada a garrote y, una vez muerta, se quemó su cadáver. La verdadera causa de este crimen -según diferentes fuentes historiográficas- se halla en las relaciones sexuales que la beata mantuvo con diversos miembros del clero. Los cientos de páginas de la sentencia –armados como relato que velaba los escándalos sexuales- no fueron capaces de encubrir lo que el pueblo sabía: fueron los celos entre los clérigos, y los deseos de venganza, los que llevaron a María Dolores al garrote y la hoguera.
¿Qué lecciones políticas podemos extraer de estas prácticas tan monstruosas en sus efectos como virtuosas en sus intenciones? Al menos dos.
En primer lugar, cuando dos posiciones políticas agonistas, con intereses o anhelos confrontados, se sientan a negociar lo más que una de las partes puede conseguir de la otra es la humillación de una falsa confesión que le evite mayores padecimientos. Así, en los últimos meses, los que arrancan con las elecciones del 26J, esta imagen ha formado parte de nuestras reflexiones sobre las distintas negociaciones para formar gobierno. Algunos de nosotros veíamos asomar el fantasma de la beata Dolores en las declaraciones de ciertos portavoces políticos; también hacerse presente en las tertulias de los conglomerados mediáticos hegemónicos. Lo que determinados grupos de opinión-presión estaban fabricando no era más que la sentencia a la hoguera de quien se resistiese a aceptar el dogma de la “razón de Estado”. Es decir, la sentencia política de quienes no facilitasen -por activa, por pasiva o por gestora- la investidura de Rajoy como presidente. No era más que un silenciado secreto a voces, como la verdad del caso de la beata. De nuevo había que escribir un relato que, suplantando la realidad, crease un efecto de verdad, creíble, aceptable y legitimador.
Nuestro primer Vistalegre fue una orgía de ilusión, un evento catártico, el acontecimiento fundacional de un nuevo sentido común de época que desbordó cualquier cálculo sociológico.
En segundo lugar, a la necesidad de tapar sus escándalos como colectivo, es preciso añadir otro factor en el esclarecimiento del asesinato de la beata. Según Menéndez Pelayo, la condena se justificaba eclesiásticamente por la práctica de la beata del molinosismo: heterodoxia teológica confeccionada por Miguel de Molinos, también conocida como quietismo, que proponía una variante mística de la ataraxia o, simplificando, entregarse a la vida contemplativa y abdicar de la propia voluntad. Su propuesta ético-política, en consecuencia, es aceptar de un modo radicalmente pasivo la secuencia de acontecimientos que construyen nuestra vida, ya que es la voluntad de Dios la que los impone como necesarios e inevitables. La enseñanza nos alerta de que el quietismo puede conducirnos a la posición contemplativa y consentida de nuestra propia ejecución.
Estas enseñanzas encuentran una traducción directa en el actual debate interno de Podemos. No se trata de elegir entre parlamentarismo o calle, ni entre reforma o revolución. Hace tiempo que superamos esta distinción maniquea e infantil. Se trata de cómo entendemos la política y, más aún, de cómo entendemos que Podemos puede ser un sujeto político realmente efectivo para el conjunto de nuestro pueblo. Las preguntas importantes son otras: ¿cómo podemos articular simultáneamente, desde las instituciones y desde las organizaciones sociales, un verdadero bloque social y democrático de cambio? ¿Cómo evitar que acostarnos con el poder -dejarnos atravesar o penetrar por él- nos conduzca hacia al garrote, la hoguera, o ambos?
Se acabó la fase de la negación de Podemos, ya somos una realidad en la sociedad y los ámbitos de decisión política e institucional.
Nuestro primer Vistalegre fue una orgía de ilusión, un evento catártico, el acontecimiento fundacional de un nuevo sentido común de época que desbordó cualquier cálculo sociológico. Aquella asamblea fundacional trazó una estrategia de coyuntura: el famoso ciclo electoral acelerado que, ante la incredulidad de los viejos partidos, ha inundado las instituciones de pueblo. Fue una operación política de insurrección democrática de indiscutible inteligencia y habilidad. Hoy todo es diferente. Vistalegre 2 es la resaca de más de dos años de combate contra el establishment. Todo es más difícil porque ahora el régimen ya sólo puede negociar o confrontar. Se acabó la fase de la negación de Podemos, ya somos una realidad en la sociedad y los ámbitos de decisión política e institucional. Por eso, porque ya no hay otro escenario posible que la elección entre ellos o nosotras, Podemos está en el punto de mira de las élites.
Una teoría política de la orgía debe pensarse como la relación inconsciente entre el deseo y la realidad. Nuestro desafío al poder de mando estructural conlleva una reacción. Los aparatos ideológicos de la nueva Inquisición ya han comenzado a escribir nuestra sentencia. Y, por tanto, debemos tomar una decisión: redoblar nuestra apuesta política por un cambio de modelo o negociar, como la beata Dolores, que primero nos den garrote y luego quemen nuestro cadáver.
*** José García Molina es secretario general de Podemos en Castilla-La Mancha
*** Francis Gil es secretario político de Podemos en Castilla-La Mancha