Concha y Francisco han llegado hacia las cuatro de la tarde. Llevan una ‘navaja’ en la mano. Rasgan el sobre y recuentan la papeleta. Con garbo, raudos. No se han levantado en tres horas. Como ellos, otros cien voluntarios. Enfrente, en el otro extremo de una de las naves de Matadero, les saluda un ‘gigante’ de decenas de cajas. Después de comer ha terminado el escrutinio de las urnas a pie de calle, pero quedan sin abrir miles de sobres enviados por correo.
Los resultados de las consultas ciudadanas celebradas entre el 13 y el 19 de febrero tardarán más días de los previstos en asomar la pata. En un primer momento se anunciaron para este martes, pero quizá se alcance sin ellos el fin de semana. “No esperábamos tantos votos”, dice un miembro de la organización. Los madrileños tendrán que esperar para saber si se peatonalizará la Gran Vía, cómo será la reforma de la Plaza de España, si se instaurará un billete único de transporte y si su ciudad será “100% sostenible”.
“Tendremos resultados el domingo”
Un trabajador municipal se acuesta en un asiento a las puertas de la sala. Llama a casa. Dice que llegará hacia las diez. “Estoy matado, todo muy bien, creo que tendremos resultados el domingo”. Un Policía municipal, de los que hace patrulla a las puertas, dice al ver las cajas: "¡La madre que me parió!".
Las mesas son de plástico gris y las sillas azules, de patas negras. La nave tiene un techo de madera blanca y las ventanas verdes. Más de cien personas escrutan lo más rápido que pueden. “Ahora vengo, voy a por un café, que me hace falta un golpecito”.
Aquí puede venir cualquiera, esto es “la fiesta de la democracia”. ¿Cualquiera? “Sí, sí, cualquiera. Todo el mundo que quiera ayudar -empadronado y mayor de 16 años- puede hacerlo siempre y cuando nos dé su DNI”, relata un portavoz municipal. También ha habido de esos, aquellos curiosos que, motivados por tanta urna, han puesto los pies en Matadero y se han puesto a abrir sobres.
El escenario donde duermen las cajas tiene algo de concierto. En los lados, dos altavoces enormes, tapados con carteles de “Vota aquí”. En Matadero, sin música, se cantan votos.
“La gente se mezcla”
De vez en cuando, un miembro del equipo Ejecutivo toma el micrófono y da indicaciones a los voluntarios que, de tres en tres, testan las papeletas. “La gente se mezcla, las mesas no son grupos de amigos”, indica otro portavoz gubernamental.
A la hora de comer, sandwhiches y cafés. Les cuidan, quieren que vengan al día siguiente. Porque esto no es cosa de un día. “Mira, mira –señala al ‘gigante’ de cajas por abrir–. No sé cuándo vamos a terminar con él”, bromea un voluntario.
Concha y Francisco erre que erre. No dejan de rasgar sobres, ni siquiera para contestar a las preguntas. ¿Qué tal la experiencia? “Muy guay”, dice ella. A él le llamaron porque es voluntario en el registro municipal y “aquí está”. Esto no tiene nada que ver con las elecciones. “A mí una vez me tocó mesa y es un peñazo. Lo bueno de esto es que no tienes a los apoderados encima todo el día. Y eso no quiere decir que no sea serio… Sí que lo es. Además, ¡evitamos que se contrate a una empresa que lo haga y que nos gastemos un pastón!”.
Ahí se quedan Concha y Francisco, con la ‘navaja’, les esperan un par de horas más. Quizá tres. Mañana no pueden venir. “Hombre, que la vida tampoco es esto”, se ríe él, de rostro colorado y jersey en pico, de rombos.
Una cadena de montaje
La Nave de Matadero, durante el escrutinio, tiene algo de cadena de montaje. En la primera hilera de mesas se comprueba el voto por correo, “el más complejo de todos”. “Claro, ten en cuenta que el de las urnas es sencillo, simplemente sacar la papeleta y colocarla. En este hay que comprobar la identidad del ciudadano, que esté empadronado, que no haya votado más veces….”.
En vivo y en directo, la prueba del algodón es tal que así: una de las tres personas que conforma la mesa recita el DNI –no aparece ni el nombre ni el apellido para respetar la confidencialidad– y otra lo teclea en el Ipad. La tableta, conectada con el censo, emite un veredicto: válido o no válido. En caso de serlo, el sobre se deposita en una caja.
“La gente se anima”
De ahí a la siguiente fase. En estas mesas, se abre la ‘carta’ y se anota el contenido del voto en una plantilla. En la de Concha y Francisco apenas aparecen votos nulos o en blanco. “La gente que participa se anima, es raro. Sólo hemos encontrado dos blancos entre cientos”.
Estela, Aurora y Maite han hecho migas en la mesa. Distintas edades y procedencias, las ha juntado el escrutinio. “Ya era hora de que un gobernante preguntara a la ciudadanía”, dice una. “Es que antes no habíamos tenido una Carmena”, le responde otra. Conscientes de que el ‘gigante’ de cajas sobrevivirá hasta el fin de semana, se prestan voluntarias a repetir mañana, pasado y “cuando haga falta”.
“Esto no tiene que ver con las elecciones”. Seguro. Aquí se mima el arte del escrutinio. No hay lamentos. Por lo menos entre las seis y las ocho de la tarde. Mañana, pasado y al otro… La misma escena. Las mesas, con voluntarios de tres en tres, y las ‘navajas’ a todo correr. El ‘gigante’, de momento, sigue vivo. Amenaza con no vomitar nunca los resultados, pero la cima de la montaña de cajas ya está más cerca del suelo que del techo.