A las puertas de la iglesia “se ha liado la de Dios”. La homilía no es de Vargas Llosa y en el coro no estarán los Rolling Stones, pero casi cincuenta personas hacen cola para besar el Cristo de Medinaceli cuando llegue la madrugada del primer viernes de marzo. Como cada año, o quizá no. Esta vez la devoción se ha adelantado, los primeros de la fila empezaron a hacer guardia antes de lo habitual y ya hay más de 1.000 números cogidos. El éxodo de un pueblo que se turna, aparece y desaparece.
La cola empieza en la esquina de la iglesia de los Capuchinos, donde descansa “Jesús de Medinaceli” y termina en la calle Huertas. Una recta de sillas, toldos, sacos de dormir, carteles en la pared, cajas, comida… Una playa sin mar en invierno.
Como una ciudad
Los miembros de la ‘cola’ estructuran una ciudad. Está el portavoz, el geta, el chistoso, las que montan bronca, los que pacifican, quienes llevan el café, los veteranos, los jóvenes, los que hacen turno de día, los de tarde… Cada familia, con un hueco en la fila, garantiza la entrada de todo un clan. “Antes se ponía el límite en doce personas, ahora ya cada uno hace lo que quiere”, relata un visitante clásico. Reglas no escritas, pautas, mecanismos. Una ciudad de verdad. “Sí, sí, que luego este orden se respeta, eh”.
Julio es un “valiente”. Hace turno de noche. Ha colocado un plástico a modo de techo, que aloja una especie de trastero: “Tenemos de todo”. Dice que no pasa frío. “La capa protege más de lo que parece”. Viste piel tostada, como si las guardias las hiciera en verano. También, un forro polar y unos vaqueros, por aquello de lo cómodo y las horas de espera. Es el Superman de Paca y Angelines, que le relevan por las tardes. Aunque él aquí sigue, al borde de las seis, dispuesto a tumbarse al caer la noche. Ha tenido suerte, ha cogido buenos números. Será el segundo en besar los pies de Jesús.
"Paca, la que más sabe"
El Cristo de Medinaceli, también conocido como el Señor de Madrid, es una figura de 1,70 metros de altura. Data de la primera mitad del siglo XVII. Es objeto de varias leyendas: historias de sultanes, comprado por toneladas de oro, riñas de bandidos… Durante la Guerra Civil, para garantizar su supervivencia frente a los bombardeos, se envió a Suiza. Allí ‘posó’ en una exposición internacional. De vuelta en 1939, miles de españoles le rinden culto el primer viernes de marzo.
“Ya sabes, cada uno tiene su historia, su motivo, siempre hay algo o alguien que nos trajo por primera vez hasta aquí”, relata Julio. ¿Cuál es su historia? “Fue hace muchos años, vine con mi mujer. Ahora ella ya no está, pero yo sigo viniendo todos los años". Alegre y dicharachero, se queda mudo, prendido del recuerdo. “Mira, pregúntale a Paca, ella es la que más sabe”.
"Es muy milagroso"
En la ‘cola’ se habla de un Jesús muy “milagroso”. “Esa noche se le pueden pedir tres deseos y siempre concede uno”, repiten. También hay quien no se lo cree, claro. Incluso quien se acerca a besarle todos los viernes del año, además del primero de marzo.
Paca está bien abrigada, en una silla acolchada. Como en casa. Es la suya durante el mes de febrero, desde hace más de cincuenta años. “Estaba embarazada de mi hija, las dos muy graves, le pedí a Jesús de Medinaceli y nos salvamos. Ella tiene ahora 54 años. Desde entonces, aquí estoy”.
Tiene ganas de ver el reportaje, lo pide impreso porque “no tiene edad para leer en el ordenador”. Describe un relato que se repite, año tras año, una cola de un mes que luego se reduce a un instante, para muchos difícil de explicar. “Da fe, paz, tranquilidad", resume Paca.
¿Y las broncas?
Sobre los reportajes, opiniones controvertidas. El asedio de las cámaras siempre termina llegando en algún momento de febrero. Hay quien menciona “la jeta” de una televisión. “Nos grabaron, nos prestamos a contestar sus preguntas y luego dijeron que aquí había una mafia de gente que gana dinero concediendo números”.
¿Y lo de las broncas? “Esas son siempre las mismas”, empieza una mujer sentada varios metros más allá de Paca. “Mucha gente coge su número, deja un cartel y no viene a hacer cola en todo el mes. Claro, algunos se cabrean y empiezan los gritos”. “Mira, ahí tienes un ejemplo”, vuelve Julio. “Los primeros han dejado una silla puesta y no hay nadie en todo el día”, señala.
Angelines, inseparable de Paca, acostada en una silla a su derecha, también construye ciudad. Expone una tradición, la de los bares de enfrente, que les llevan caldo y café todos los días. Se muestra más críptica: “Me ha concedido muchas cosas. Yo no le pido nada en concreto, él ya sabe lo que quiero”.
"Te apartan rápido"
Clara ha decidido pasar la tarde apartada de los grupos, de pie, apoyada en la pared. ¿Le puedo hacer una pregunta? “¡Hazle, hazle! Ella es la portavoz, responde todos los años”, interrumpe otra. En contra de lo que pudiera deducirse de su mes de espera para besar el Cristo, no reza el rosario ni va a misa todos los domingos. “Vengo desde hace cincuenta años. Venía mi madre, nos traía, seguimos haciéndolo. Pido trabajo para los jóvenes, mis hijos y mis nietos. Alguna vez sí que me lo concede”.
“Paz y tranquilidad”, suenan los testimonios a lo largo de la fila. ¿No es mucho un mes de espera para ese segundo? “Es verdad, te apartan rápido porque hay muchísima gente. Pero ver el Cristo tan bonito, vestido con esa túnica, lo bajan de su sitio, lo sientes cerca…”.
En lo que tarda en leerse esta historia, la cola de Medinaceli, en la orilla del hotel Palace, quizá haya aumentado en cien números. Suma y sigue.