El independentismo se va quedando sin héroes. Tras la huida sin nocturnidad pero con alevosía de Puigdemont a Bruselas y el sumiso acatamiento de su destitución por parte de Trapero, este jueves llegó el tercer gran mazazo para las huestes del independentismo.
Porque Carmen Forcadell y el resto de miembros de la Mesa del Parlamento que prestaron declaración durante todo el día en el Tribunal Supremo acataron ante el juez la aplicación del artículo 155 de la Constitución, es decir la intervención de la autonomía catalana, y demolieron la escasa credibilidad que le pudiera quedar a la vaporosa declaración de independencia del pasado 27 de octubre al confesar, poco más o menos, que todo había sido una pamema: una mera declaración "simbólica" sin efecto real en la práctica. Ni 24 horas le duró la alegría al independentismo tras la victoria pírrica que supuso el bloqueo de las principales carreteras y vías férreas catalanas durante la fracasada huelga general del miércoles.
Al independentismo, en definitiva, ya no le quedan líderes ni mártires ni grandes gestas históricas a las que aferrarse. Los cabecillas del procés traicionaron primero al 50% de los ciudadanos catalanes, los no nacionalistas, cuando laminaron los derechos de la oposición en el Parlamento catalán. Pero las bases independentistas guardaron silencio porque ellos no eran catalanes no nacionalistas.
La coartada de la internacionalización
Después llegó el 155 y la sorpresa que supuso ver a los funcionarios catalanes asumir mansamente su sustitución por funcionarios del Gobierno central. La más sonada de esas destituciones fue la de Josep Lluís Trapero, que se despidió por carta de sus subordinados sin hacer una sola mención a la épica de la resistencia. “Dejo el cargo con un inmenso honor y agradecido de haber sido vuestro jefe” escribió. Tras reconocer que no era “un día fácil para él”, Trapero pidió a la Policía catalana que siguiera “escribiendo el futuro” y solicitó “lealtad y comprensión en torno a las decisiones” de los nuevos mandos. Pero las bases independentistas guardaron silencio porque ellos, a fin de cuentas, no eran mossos d’esquadra ni funcionarios de la Administración catalana.
Los líderes independentistas se traicionaron entonces entre ellos cuando Puigdemont huyó a Bruselas y desmontó la principal estrategia de defensa de los consejeros citados ante el juez: la de que no existía riesgo de fuga. Las relaciones entre ERC y PDeCAT ya estaban rotas antes de eso y la desconfianza entre Junqueras y Puigdemont era vox populi entre las filas del independentismo.
Pero la fuga del expresidente catalán con una excusa rocambolesca (la de internacionalizar un conflicto al que toda Europa había dado ya la espalda) acabó de romper cualquier puente que pudiera quedar en pie entre ellos. Y las bases independentistas siguieron guardando silencio porque ellos, a fin de cuentas, no eran consejeros citados ante el juez.
Tantos héroes como estructuras de Estado
Pero cuando Carmen Forcadell y el resto de miembros de la Mesa del Parlamento catalán decidieron romper la estrategia de defensa seguida por Junqueras y el resto de consejeros en prisión provisional (la de no declarar) para evitar su entrada en prisión, la última hebra que unía a los independentistas con su fantasmal república independiente quebró sin remedio. Ahora los traicionados son ellos y no queda ya nadie en toda Cataluña capaz de sostener frente a quien importa, es decir frente a los jueces, que la independencia de Cataluña es real. “Asumo el 155 y reconozco que la declaración de independencia fue simbólica” dijeron Forcadell y sus compañeros.
La república catalana independiente sólo era real en las cabezas de los independentistas pero ahora ya ni siquiera les queda una cabeza con la que seguir fantaseando con conceptos más voluntaristas que realistas como “la lucha por el territorio en disputa” o “la defensa del referéndum”.
Este jueves, Carme Forcadell, a la que sólo le faltó rematar su comparecencia en el Tribunal Supremo cantando bulerías y lanzándole vivas a la Constitución, acabó con la última minúscula, atómica, cuántica brizna de esperanza que le pudiera quedar al independentismo. Sólo alguien que oiga voces puede sostener hoy que las elecciones del 21 de diciembre son algo más que unas simples autonómicas de una simple región española con tantos héroes en su haber como estructuras de Estado. Es decir cero.