Cuando el 24 de enero de este año Carles Puigdemont pronunció un discurso en una sala de la Eurocámara -llena con sus amigos porque los dirigentes comunitarios ya entonces le dieron la espalda- hizo profesión de fe de entusiasmo europeísta. "Europa debe ser parte de la solución" para Cataluña, defendió allí. Menos de un año después, el expresidente catalán endurece sus críticas a la UE a cada intervención, pese a que asegura que si ha huido a Bélgica es para estar en el "corazón" de Europa.
En su intervención de este jueves al final de la manifestación independentista en Bruselas, ha acusado a los dirigentes comunitarios de usar una "doble vara de medir" por ignorar las supuestas vulneraciones de derechos humanos en Cataluña y de "animar a Rajoy en su represión". "Quiero dirigirle un mensaje al señor Juncker (el presidente de la Comisión Europea), a todos los amigos del señor Rajoy. Escuchad bien, ¿habéis visto en algún lugar del mundo una manifestación como está para apoyar a delincuentes?", ha lanzado. "Quizá no somos delincuentes, quizá somos demócratas", agrega.
¿Qué ha ocurrido en estos 12 meses para que Puigdemont haga esta transición radical del euroentusiasmo al euroescepticismo? ¿Qué motivos explican que haya asumido un discurso que recuerda a los populismos eurófobos de Nigel Farage, Marine Le Pen, Geert Wilders o la Liga Norte italiana? La Unión Europea ha mantenido desde el principio la misma postura sobre el proceso soberanista, así que el que ha cambiado es el expresidente de la Generalitat.
Inspiración europeísta
"Si Cataluña se convierte en un nuevo Estado, lo hará en el marco de la UE. Los primeros pasos de la república catalana se harán de acuerdo con las reglas europeas. No contemplamos ningún otro escenario", aseguró Puigdemont en el acto de enero en el Parlamento Europeo. "La propuesta catalana para hacer un referéndum sigue firmemente una inspiración europeísta", sostenía.
Lo cierto es que su discurso de entonces ignoraba los múltiples avisos que ya había lanzado Bruselas desde el inicio del proceso soberanista en 2012. Aunque con mucha cautela, la UE ha sido clara en la defensa de la unidad de sus Estados miembros frente a cualquier tentantiva de secesión, sobre todo si es unilateral. Pero incluso mediante un referéndum pactado, como el caso de Escocia.
Una Cataluña o una Escocia independiente quedarían automáticamente fuera de la UE, han repetido hasta el infinito todos los dirigentes comunitarios los últimos años cada vez que se les preguntaba. De hecho, los líderes de la UE se han negado a recibir tanto a Puigdemont como a su antecesor, Artur Mas, a partir de su apuesta por la vía separatista.
Pero los secesionistas catalanes han desoído de forma sistemática estos avisos. Primero aseguraron que, llegada la hora de la verdad, la UE adoptaría una postura pragmática y dejaría que Cataluña se quedara. Les resultaba inconcebible que Bruselas desposeyera a los catalanes de la ciudadanía europea. Después apostaron por una mediación comunitaria entre Madrid y Barcelona. Y finalmente pensaron que las imágenes de violencia durante las cargas policiales del 1-O obligarían a la UE a intervenir y poner freno al Gobierno de Rajoy.
Club de países decadentes
El desencanto europeo de Puigdemont ha llegado al no cumplirse ninguno de estos pronósticos. Tras el shock inicial que provocaron las imágenes del 1-O, la UE se ha puesto del lado de Rajoy, ha criticado a los secesionistas por saltarse la ley y ha respaldado la aplicación del artículo 155 de la Constitución. Ningún país del mundo reconoció la declaración unilateral de independencia del Parlament del 27 de octubre.
Los primeros signos de la deriva euroescéptica del expresidente catalán aparecieron paradójicamente a su llegada a Bruselas. En un acto con 200 alcaldes independentistas el 7 de noviembre, Puigdemont ya reprochó a los líderes europeos su apoyo a Rajoy y emplazó a Bruselas a reconocer la independencia si los secesionistas ganan el 21-D. "¿Aceptarán ustedes o no el resultado de los catalanes? Porque si el resultado es seguir apoyando un Estado independiente, ¿lo aceptarán? ¿O seguirán ayudando al señor Rajoy en este golpe de Estado?", dijo Puigdemont en una interpelación dirigida personalmente a los presidentes de la Comisión, Jean-Claude Juncker, y de la Eurocámara, Antonio Tajani.
Pero lo que realmente hizo saltar todas las alarmas incluso en su propio partido, el PDeCAT, y entre sus exsocios de Esquerra Republicana, que también se declaran europeístas, fue la entrevista que Puigdemont dio a la televisión israelí el 26 de noviembre. Allí tachó a la UE de "club de países decadentes, obsolescentes, en el que mandan unos pocos, además muy ligados a intereses económicos cada vez más discutibles”. Y planteó que los catalanes "deberían decidir si quieren pertenecer a esta Unión Europea” en un referéndum como el del brexit.
El escándalo provocado por estas palabras obligó a Puigdemont a rectificar en Twitter. "El catalanismo es indudablemente europeísta. Siempre lo ha sido, lo es y lo seguirá siendo. Queremos una Europa más integrada, más próspera, más democrática y más comprometida. Debemos conjurarnos para mantener vivos estos valores", escribió el 27 de noviembre.
En su discurso de este jueves, el expresidente catalán ha tratado también de darle la vuelta al argumento para rebajar su tono antieuropeo: pese a que Bruselas los ignora, los independentistas son cada vez más europeístas. "Cuando la Europa oficial se dedica a animar a Rajoy en su represión es cuando pasan cosas maravillosas como la de hoy, que en lugar de alejarnos de Europa, nos empuja a acercarnos todavía más, a venir a Bruselas y hacer oír nuestra voz pacífica pero firme", ha afirmado.
Sin embargo, su euroescepticismo ya se ha contagiado a sus votantes. Muchos de los manifestantes en Bruselas se declaraban decepcionados por la falta de apoyo de la UE a las reivindicaciones secesionistas. Junto con las pancartas que pedían la ayuda de Bruselas había otras que atacaban a los dirigentes comunitarios por apoyar al Gobierno español frente a Puigdemont.
"Qué vergüenza, Europa", clamaba un enorme cartel con imágenes de inmigrantes ahogándose en el Mediterráneo o medio congelados en los Balcanes. "¿Democracia? Algunos la defienden... cuando les conviene", decía otra pancarta con una gran imagen de Juncker.