A Igor el Ruso le gusta enseñar al mundo su cara de hombre despiadado capaz de mantener en jaque a las autoridades policiales de todo un país. Frío hasta un grado inhumano, no siente empatía por la vida de los demás ni tiene miedo al castigo. Pero el Norbert Feher criminal es, al mismo tiempo, otro Norbert Feher: un hombre con los gustos de un niño que se pasa las horas muertas leyendo tebeos, viendo dibujos animados o compitiendo consigo mismo a juegos de mesa.
Al escarbar en su pasado, uno descubre que Igor el Ruso (Serbia 1981) creció en el seno de una familia desestructurada. Su madre Zusana se separó de su marido y crió a sus dos hijos, Norbert y Nicoletta, con el abuelo. Era una familia muy humilde y el varón empezó desde pequeño a delinquir para conseguir el dinero que no podían darle en casa. "Querían que hablaran siempre de él, aunque fuera para mal", recuerdan en su entorno. El criminal que se hacía pasar por un sicario profesional cuenta a los pocos amigos que ha tenido que su progenitor nunca le dejó ser un niño de su edad y que le obligó a "comportarse como un adulto, como ver el fútbol con él". Un entretenimiento que hoy odia con todas sus fuerzas.
Con este argumento Feher justifica de adulto la atracción casi enfermiza que siente por el fantasioso mundo infantil. Cuando está en libertad, casi siempre solo por el monte, va al revés del mundo: se esconde de día y vive de noche. Igor el Ruso aprovecha la luz del sol para pasarse "horas enteras" leyendo cómics y tebeos infantiles y consumiendo en bucle películas infantiles cuyos guiones se sabe de memoria. Cuando fue detenido en Teruel, llevaba consigo dos máquinas de videojuegos, una roja y otra plateada, y unas cartas de Dragon Ball. Todos los juegos que le fascinan comparten un denominador común: el protagonista es tan malo como él.
Otra de sus aficiones preferidas son los juegos de mesa. Igor el Ruso llegó a construirse a mano sobre un cartón el tradicional juego de la oca, un entretenimiento que le llegaba a "volver loco". El criminal pone sobre el tablero a cuatro jugadores ficticios, pero todas las fichas las mueve él. Feher se mete tanto en el pasatiempo que es capaz de interpretar qué siente cada personaje según la jugada anterior. "Se reía a carcajadas, señalando con el dedo a su rival imaginario, por haberle matado. Y un segundo después fruncía el ceño. Estaba enfadado porque su competidor le habían matado", describe alguien que le ha visto echar una partida consigo mismo a cuatro bandas.
Quienes le conocen describen a Feher como un ser "egocéntrico", centrado en conseguir sus metas más inmediatas: todas giran en torno a lograr el placer y el control. Igor el Ruso disfruta de la vida en soledad y no necesita a nadie para entretenerse. Ni en la cárcel, donde ni siquiera sale al patio para conversar con el resto de reclusos, ni fuera de ella. Él se considera a sí mismo un lobo solitario que sueña con vivir alejado siempre del ruido, perdido por el monte.
Fanático de los selfies
Atormentado por la idea de conseguir ser alguien que nunca fue, Feher también disfruta disfrazándose. Otro de sus pasatiempos favorito se basa en enviar esos retratos a parte de sus contactos o colgarlos en las redes sociales. El criminal es un fanático de las imágenes y sus teléfonos están plagados de selfies donde el epicentro es él, rodeado casi siempre de naturaleza.
La única responsabilidad conocida que ha asumido en la vida ha sido cuidar de un tamagochi. Cuando fue puesto en libertad tras pasar por prisión, Igor el Ruso se vio con algún conocido por Italia. Siempre iba acompañado de su huevo virtual, como van los padres cargando con sus hijos. Hasta tal punto le obsesionaba mantener aseada y alimentada a aquella mascota electrónica que enloqueció a los muchachos de los años noventa, que cuando un niño se lo pidió prestado para jugar, el criminal se enfadó con el pequeño. "Se comportó como otro menor y se guardó el tamagochi en el bolsillo para que no lo tocase", revela un testigo de aquella escena. Feher no se separó de aquel animal electrónico hasta que fue detenido en Teruel.
3.000 flexiones diarias
Obsesionado del fitness, Feher dedica al menos las tres primeras horas del día a mantenerse en forma. Él lo justifica con que siempre hay que estar "preparado" para "ir a la guerra". El asesino que hoy está en prisión preventiva en la cárcel de Zuera (Zaragoza) se apunta cada jornada más de 3.000 flexiones y abdominales. Tampoco se olvida de trabajar la resistencia que se exigen a sí mismos hasta los falsos soldados de élite como él. Y se sienta siempre "con las piernas cruzadas" para no descansar nunca.
Investigadores y el círculo más íntimo de Igor el Ruso coinciden en señalar que el criminal posee una mente privilegiada. Hay algunos casos en los que el exceso de inteligencia convierte a las personas en monstruos. Feher domina cuatro idiomas: serbio, ruso, italiano y chino. Durante las temporadas que ha permanecido en prisión, su ficha despunta por ser un preso ejemplar en el comportamiento. De hecho, a pesar de que en libertad consume ingentes cantidades de alcohol, en la cárcel es capaz de pasar años sin probar un sorbo de vino. "Le cambia radicalmente la personalidad cuando va bebido", justifican quienes le conocen. Y él busca ser un buen reo para intentar reducir su pena.
Su hábitat natural es el bosque y en la cárcel se siente como un pájaro enjaulado. La última vez que abandonó un centro penitenciario prometió a alguien cercano que prefería estar muerto que volver a vivir un solo día entre rejas. "Prefería que le picara un escorpión que volver a la cárcel", les decía. Por eso ahora nadie en su entorno entiende por qué levantó las manos para advertir de que no iba a usar las pistolas que llevaba encima la madrugada del 15 de diciembre, cuando fue detenido en Teruel y enviado directamente a prisión.