Mariano Rajoy quería un presidente de la Generalidad sin cuentas pendientes con la justicia y tendrá uno con cuentas pendientes con la realidad. Como en la saga de Matrix, la historia de un sistema totalitario que autotestea sus fallos intrínsecos y se renueva una y otra vez en nuevas versiones de sí mismo cada vez más perfectas y depuradas de sus errores, el procés 1.0 de Carles Puigdemont se ha reiniciado y reconvertido en el procés 2.0 de Quim Torra.
Visto lo visto, Quim Torra es un Carles Puigdemont más radical, más soberbio, más cínico, más xenófobo y más obcecado que su predecesor, pero, eso sí, sin deudas judiciales, el único requisito que el Gobierno central puso para el levantamiento del 155. La Matrix del proceso separatista se ha reseteado y arrancará de nuevo, si la CUP así lo decide mañana domingo, en el mismo punto en que lo dejó en octubre del año pasado. Matrix Reloaded, efectivamente.
La Cataluña invisible
Quim Torra negó la realidad con insistencia durante un discurso que no incluyó ninguna idea nueva y que, por no reconocer, ni siquiera reconoció la existencia de un 53% de los ciudadanos catalanes que no votaron independentismo el pasado 21 de diciembre. La refriega de Torra con la realidad fue titánica y, de un extraño modo, hipnótica por delirante.
El candidato habló de una inexistente resolución de la ONU teóricamente favorable al independentismo, de un supuesto presidente legítimo que sería Carles Puigdemont, de presos políticos y exiliados, de un fantasmal mandato democrático para la independencia, de una victoria independentista en las mismas elecciones que ganó Inés Arrimadas al frente de Ciudadanos y de un derecho de autodeterminación que, ni existe tal y como Torra lo definió, ni es aplicable en ningún caso a Cataluña.
El cinismo de Torra llegó al punto de negar que el insulto fuera la manera adecuada de dialogar (apenas veinticuatro horas después de que se viera obligado a pedir perdón por sus tuits racistas) o de afirmar que Cataluña no es tierra para pelotazos.
La primera afirmación fue contestada por el grupo de Ciudadanos con un sarcástico aplauso que no sentó muy bien en esos escaños independentistas que no destacan precisamente por su sentido del humor. La segunda fue contestada, una vez más por la realidad. Cataluña es, a mucha distancia de Andalucía, Valencia o Madrid, la comunidad autonómica más corrupta de España y la que cuenta con un mayor número de procesados por los tribunales de justicia.
El resto está explicado en las crónicas parlamentarias que ya habrán leído y que pueden resumirse en un "ni un paso atrás y tres adelante". Está por ver que, a la hora de la verdad, Quim Torra aguante el pulso y desobedezca la primera resolución del Tribunal Constitucional que llegue a su despacho. Como decía ayer el tuitero Miguel Salinas, "todos somos muy valientes hasta que la cucaracha echa a volar".
En este sentido, Quim Torra no pareció engañarse demasiado. Porque si algo dejó claro durante su discurso el candidato a la presidencia de la Generalidad es que asumirá las consecuencias de sus actos y que él y su Gobierno serán los únicos responsables de las medidas que se tomarán a partir de ahora desde el palacio de la Generalidad. Medidas que serán decididas por el Parlamento catalán, jamás por el Gobierno español o los tribunales de justicia.
Algunos en el Parlamento interpretaron esa afirmación como un reconocimiento de que Torra trabajará por aquello que no se hizo hace unos meses: implementar la república por la vía de la construcción de estructuras de Estado que sustituirán poco a poco a las del Estado. Otros, como el anuncio de que el nacionalismo ha decidido quemar las naves y avanzar hacia un enfrentamiento civil de consecuencias imprevisibles.
La ultraderecha se hace fuerte en el procesismo
La división de la sociedad catalana en dos mitades irreconciliables se confirmó cuando, tras la pausa de rigor, Inés Arrimadas subió al estrado vestida de blanco (es probable que el simbolismo de la imagen fuera buscado) y tradujo al castellano algunos de los tuits que Torra ha escrito a lo largo de los últimos años "para que lo entiendan aquellos a los que van dirigidos estos mensajes". Los escaños independentistas no parecieron inmutarse mientras Inés Arrimadas desgranaba, uno a uno, una larga lista de pensamientos que en Europa parecen reservados para grupúsculos marginales de ultraderecha.
Luego, Arrimadas tradujo también algunos fragmentos de los artículos publicados por el candidato en la prensa regional catalana. Artículos cuyo racismo, rampante y orgulloso, es incluso superior al de los mencionados tuits. Aunque sólo sea porque, como dijo la líder de Ciudadanos, esos artículos han sido –es un suponer– leídos y releídos antes de ser publicados. Luego, Arrimadas amenazó con traducirlos al inglés y encargarse "personalmente" de hacérselos llegar a Juncker y al resto de las autoridades europeas.
Posteriormente, Arrimadas ironizó sobre ese feminismo de quienes han presentado a cuatro hombres y ninguna mujer como candidatos a la presidencia y, luego, sobre ese Consejo de la República catalana en el exilio en el que los independentistas gozan de una mayoría "absolutisísisisisima" del 100%.
El discurso antifascista de Inés Arrimadas, demoledor, fue recibido como es habitual en el Parlamento catalán: con silencio en los escaños independentistas y con risas en la sala de prensa, donde los periodistas de medios independentistas sí gozan de mayoría "absolutisísisisisima" aunque sus medios no sobrevivirían ni medio minuto a la intemperie del libre mercado y sin las ayudas de la Generalidad.
Las redes se suman al supremacismo
En las redes, el independentismo llamó a Inés Arrimadas "choni", "poligonera cutre", "repelente", "inmadura", "nancy", "arpía", "imperialista", "falsa", "sinvergüenza", "cotorra", "inculta" y, por supuesto, "españolaza", en una mezcla francamente lograda de machismo, racismo, supremacismo, envidia y resentimiento. Luego, esas mismas redes negaron que la sociedad catalana esté dividida y gritaron "somos un sólo pueblo". Un sólo pueblo siempre y cuando se eche a patadas de él a Arrimadas, a todos los diputados y votantes de Ciudadanos, a los del PP, a los del PSC, a Serrat, a Boadella, a Loquillo, a Coixet, a Gasol, a Borrell, a los turistas, a los que se sienten españoles aunque voten independentismo y, si eso todavía fuera posible, a Pla, Dalí y alguno que otro más.
El candidato, como estaba previsto, no fue finalmente investido y la CUP decidirá mañana domingo si el lunes hace presidente a un candidato, católico a ultranza para más inri, que defiende todas aquellas ideas que encajan como un guante en el patrón de esa ultraderecha contra la que dicen luchar. Un candidato con el que, a fin de cuentas, sólo coinciden en su fanatismo racista. Aunque eso hoy en Cataluña y entre el independentismo es motivo más que suficiente para compadrear con individuos con los que, en circunstancias de normalidad política, social y moral, no irías ni a heredar.