Lo dijo en 2012, durante la presentación de sus memorias, y lo repitió en 2017, frente a Felipe González y José Luis Zapatero: "Antes se romperá Cataluña que España". Sigue siendo el análisis más preciso que se ha hecho del proceso separatista catalán y es obra de José María Aznar.
La guerra de las cruces en las playas catalanas de Canet de Mar, Llafranc, Cadaqués, Port de la Selva y Argelès-sur-Mer (en la Occitania francesa) le ha dado la razón a Aznar y confirmado que el expresidente del Gobierno conoce Cataluña –y España– mejor que los propios nacionalistas. Porque Cataluña está rota y al borde del enfrentamiento civil.
Durante las últimas semanas, los independentistas han convertido las playas catalanas en cementerios clavando cientos de cruces de madera amarilla en la arena, inundado los pueblos catalanes de plástico amarillo y pintado miles de lazos en paredes, aceras y semáforos. Y no sólo en los pueblos más alejados de los núcleos urbanos y los feudos habituales del independentismo. Barcelona entera está pintarrajeada de arriba a abajo y de ello no se salvan ni siquiera los alrededores de los edificios históricos.
Los separatistas también han agredido impunemente –en ocasiones a la vista de policías municipales sorprendentemente pasivos– a aquellos que pretendían retirar las cruces y limpiar los espacios públicos de lazos amarillos, han amenazado a los vecinos discrepantes y han vandalizado los coches de ciudadanos anónimos y no tan anónimos.
Este último detalle es especialmente inquietante porque demuestra que los independentistas han "fichado" a los vecinos no nacionalistas y los han seguido hasta sus domicilios privados. La estrategia es clara y encaja con la llamada de los CDR separatistas a "la movilización permanente" y a "ir más allá de las manifestaciones". Traducido al lenguaje llano, al acoso, el señalamiento y la agresión.
Son los primeros coqueteos del nacionalismo catalán con el enfrentamiento civil. Un enfrentamiento civil que crece poco a poco, pero día a día, en Cataluña gracias a la pasividad del Gobierno central y a la impunidad con la que el separatismo se ha adueñado por la fuerza de las calles catalanas con la connivencia de alcaldes y otras autoridades municipales.
Como la de la alcaldesa de Calella Montse Candini, del PDeCAT, que dijo el lunes ponerse "a disposición" de la alcaldesa de Canet, de ERC, tras los altercados en la playa de la localidad, y que cada cual entienda lo que quiera por ese "ponerse a disposición" en el contexto de la ocupación de un espacio público por parte de los separatistas. En otras ocasiones, son los mismos alcaldes o concejales separatistas los que publican en las redes los datos personales de los vecinos constitucionalistas para que los más exaltados de la localidad hagan el trabajo sucio.
En 2017, José María Aznar añadió: "No existe un conflicto entre españoles y catalanes. Hay un problema de algunos catalanes. Haríamos bien en defender a aquellos catalanes que defienden la legalidad". Pero el 155 no ha servido para que esos catalanes a los que hace referencia Aznar se sientan protegidos por su Gobierno y la inminente recuperación del control de la Generalidad, de los Mossos y del presupuesto público por parte de un racista como Quim Torra no contribuye a la calma. "Si el separatismo se ha comportado con esta impunidad durante el periodo de vigencia del 155, ¿qué no hará cuando recupere el control de la administración?" se preguntan muchos catalanes.
Cataluña ya no existe
La guerra de las cruces es la enésima prueba de que la Cataluña monocorde publicitada por el nacionalismo no existe, si es que alguna vez fue algo más que la distopía fascista de un puñado de iluminados montserratinos. Las dos Cataluñas (la democrática y la separatista) han entrado en rumbo abierto de colisión y está por ver que los catalanes nacionalistas no consigan aquello que algunos exaltados andan anunciando ya en las redes sociales: una chispa que haga estallar la violencia entre las dos Cataluñas y que provoque lo que ellos llaman "la internacionalización del conflicto". El clavo ardiendo al que se agarran Puigdemont, la CUP y la ANC.
Es cierto que el separatismo ha agotado sus quince minutos de bula en el exterior y empieza a ser percibido, gracias a Quim Torra, como lo que verdaderamente es: un movimiento populista de extrema derecha. Reveses judiciales aparte y que más que un supuesto apoyo europeo al nacionalismo catalán demuestran el fracaso del sistema de la euroorden y la inexistencia de un criterio común para la definición de lo que es y no es un delito político.
Pero también es cierto que la desgana del Gobierno y la renuncia a realizar una labor de zapa pedagógica y diplomática en las capitales europeas y sus principales cadenas de televisión sobre lo que es y qué pretende en realidad el nacionalismo catalán habría ahorrado algunos de los actuales quebraderos de cabeza.
Habría bastado para ello con explicar que los nacionalistas catalanes no sólo han acaparado el poder político y económico en la región durante los últimos cuarenta años de democracia sino que también han disfrutado de las ventajas de un pacto tácito con los distintos gobiernos del PP y del PSOE por el que estos se han comprometido a hacer la vista gorda frente a la marginación, la discriminación y la violencia lingüística y social ejercida por los partidos nacionalistas contra la mitad de los ciudadanos catalanes a cambio de su apoyo en el Congreso de los Diputados.
Aquí empieza la era Torra
La guerra de las cruces es la primera escaramuza del separatismo durante la era Torra. Un separatismo que ya no puede ocultar su sustrato ideológico y filosófico abiertamente ultraderechista y cuya estrategia de ocupación de las calles tiene como objetivo arrinconar a los catalanes no nacionalistas y empujarlos al silencio o al exilio. En ello andan CDR, alcaldes, concejales, vecinos, la ANC, la CUP, JxCAT, Puigdemont y Torra, que ya tocan con los dedos el fin del 155.
Como en el famoso titular de El País, la Cataluña no nacionalista anda en vilo a la espera de las represalias del separatismo. Cunde la sensación de que, como los venezolanos frente a Maduro, todo aquello que no haga ella sola no lo hará nadie desde Madrid, al menos mientras Mariano Rajoy sea presidente y Soraya vicepresidenta.