Carlos Totorica (Ermua 1956) se va, abandona la política, deja la vara de mando de un Ayuntamiento dolorosamente famoso, conocido en toda España por uno de los asesinatos más crueles de ETA, el de un joven concejal del PP de 29 años llamado Miguel Ángel Blanco. Cuando la organización lo secuestró, puso precio a su vida y lo ejecutó sin piedad 48 horas más tarde, Totorica, un militante del PSOE que había estudiado Económicas y dirigido en su pueblo la oficina de una caja de ahorros, llevaba seis años como alcalde de la pequeña localidad vizcaína, fronteriza con Guipúzcoa.

Aquellos dos días de julio de 1997 cambiaron para siempre su vida y la de sus conciudadanos. Encabezó una rebelión popular que rompió el silencio, movilizó la calle y plantó cara a la banda terrorista. De allí nació el “espíritu de Ermua”, un punto de inflexión en el devenir de la historia de ETA, clave para entender su derrota y final. La reciente desaparición de la banda ha marcado también la retirada de Totorica tras 27 años ininterrumpidos dirigiendo la Alcaldía.

Esta semana ha dimitido de su puesto y cedido el relevo, mientras el PSE–EE rinde homenaje a uno de sus cargos públicos más veteranos y al símbolo de una época que aglutinó al constitucionalismo vasco en la lucha contra el terror y por las libertades, cuando significarse en su defensa podía conllevar la muerte.

La decisión de ETA de dejar las armas en octubre de 2011 condujo a Carlos Totorica a pensar que su ciclo en la vida política también había acabado, aunque siguió unos años más a petición del partido y en el empeño de la consecución de otros objetivos ligados al empleo y el desarrollo económico del pueblo por los que, cualquiera que sea el balance, nunca será conocido. Él acepta esa otra vinculación primordial de buen grado, como si batallar contra ETA fuera un deber, una obligación contraída con sus compañeros de Corporación, con el PSOE y con todos aquellos que se enfrentaron al terrorismo.

“Veintisiete años como alcalde es mucho maratón, de jornadas inacabables, sin fines de semana ni tiempo para la familia y los amigos, pero si ETA siguiera matando yo continuaría en la alcaldía y no hubiera dimitido. Mientras mataban nunca me planteé abandonar; sólo lo hice cuando le bajamos la persiana y dejaron de asesinar, porque entonces mi presencia en el ámbito de la política de las libertades ya no era tan necesaria”, explica Totorica a EL ESPAÑOL.

"La esencia de Ermua sobrevivió"

La despedida del político invita a un recorrido sobre su larga trayectoria y así se llega a los comienzos, al primer paso, “el decisivo”, adoptado a principios de los noventa para participar en la gestión de la vida municipal bajo las siglas de un partido en el que, sólo por militar, los afiliados se convertían en blanco de la diana etarra. “Enseguida me di cuenta de que no se puede vivir con miedo y que si aceptaba era porque podía superarlo. Desde el principio fui consciente de que la apuesta que realizaba suponía arriesgar la vida, no había otra forma de hacerla, y lo que me preocupaba era el efecto que podía causar en mi familia, en mi mujer y en mis hijas; ya sabes, por si un día coges el coche y no te pillan a ti. Eso me producía la mayor presión, porque uno personalmente -imagino que pasa un poco como en las guerras-, acaba viviendo con ese riesgo aunque siempre esté ahí, presente. Yo incluso en un momento hasta echaba números; bueno, si nos matan a 15 al año y si multiplicas por diez son 150, pues tengo boletos para que me toque”.

Se refiere a los años más duros, cuando el terrorismo de ETA golpeaba implacable y sumaba víctimas. “A la vez que pensaba en ello intentaba seguir viviendo con aparente normalidad pero salvo algún momento de relajo era muy difícil, porque la violencia no te permite disfrutar de las cosas normales, como al resto de los seres humanos. No tienes ocasión de disfrutar de la familia, de los amigos, de un día de playa o de la primavera. Una persona con la que compartí mucho aquel tiempo me dijo que ella no conseguía ver la primavera y a mí también me pasó”.

Su nombre está unido, indisociable, al “espíritu de Ermua”, término acuñado para encauzar la reacción multitudinaria de repulsa al asesinato de Miguel Ángel Blanco, y un concepto que él resume en dos: “La convicción de que la libertad de las personas está por encima de las patrias y el convencimiento de que se podía derrotar a ETA plantándole cara”.

El clamor de aquella gran movilización, surgida de las manos blancas alzadas en Ermua, inundó el País Vasco y se extendió por España originando una gran explosión en cadena, aunque el movimiento degeneró con el tiempo en peleas partidarias entre las fuerzas del constitucionalismo, PSOE y PP, que lo habían canalizado. “La dinámica fue muy poderosa durante tres años, aunque como ocurre en cualquier alianza entre partidos fue perdiéndose por los múltiples matices o visiones que en el día a día nos hacían querer marcar la diferencia y en función de las circunstancias, de si eras Gobierno u oposición, pese a que compartíamos lo más importante. No obstante, el discurso más relevante se consolidó y su esencia, el ansia de libertad y de poder acabar con ETA, sobrevivió. A partir de aquella movilización yo no sentí esa desesperanza de la que partíamos antes. Otra cosa es que haya sido muy duro y que haya costado muchos años”.

Ese esfuerzo iniciado en Ermua no fue compartido entonces por el PNV, a quien Totorica señala convencido de que si su prioridad en 1997 hubieran sido los derechos humanos y no la patria, ETA no hubiera tardado 14 años más en renunciar a su actividad armada. “Si en vez de irse a Estella [pacto de Estella, o Lizarra, 1998] con la izquierda abertzale hubieran trabajado con la fórmula que mantienen ahora, el proceso del fin de ETA hubiera acabado antes”.

“Sin el PSE, el escenario vasco sería el catalán”

Menos recordada que su participación en Ermua es el intento fallido del alcalde por liderar su partido, el PSE-EE. Corría el año 2002 y había que sustituir a Nicolás Redondo Terreros que había dejado abruptamente la secretaría general, abandonado por el partido tras las elecciones autonómicas de 2001 en las que se frustró el proyecto compartido con el PP de Mayor Oreja de desalojar al PNV de Ajuria Enea.

Carlos Totorica se presentó como sucesor nato del líder dimisionario, con un programa a favor de la ilegalización de Batasuna, de defensa del bloque constitucionalista y de oposición clara al nacionalismo y a pactar con el PNV. Sus ideas fueron ampliamente derrotadas en el Congreso del partido, donde se impuso Patxi López, posterior lehendakari, con el 64% de los votos gracias al acuerdo alcanzado con Jesús Eguiguren, partidario de un socialismo vasquista y de acercamiento al PNV, que aportó al dirigente vizcaíno los votos de los guipuzcoanos.

Aquella pelea se convirtió pronto en historia y aunque Totorica rechazó integrarse en la Ejecutiva encabezada por López, ha permanecido alineado con la estrategia marcada por la dirección del PSE-EE, del que llegó a ser en 2015 su candidato a diputado general por Vizcaya y a quien representaba hasta ahora en su Parlamento foral. Es más, no cree que el partido hubiera evolucionado de manera distinta si él hubiera accedido a la secretaría general: “Entiendo que no, porque los elementos relevantes los compartíamos y yo me he encontrado muy a gusto con la política antiterrorista desarrollada por Patxi López desde el Gobierno vasco”.

Con la misma perspectiva de acierto juzga ahora la actual coalición PNV-PSE que gobierna las instituciones presididas por el lehendakari Iñigo Urkullu. Considera que son los nacionalistas los que se han movido. “Las relaciones del PSOE y el PSE-EE con el nacionalismo han pasado por diferentes momentos porque también el nacionalismo los ha tenido respecto a España. Cuando los nacionalistas han sido rupturistas, se han ido al monte y han querido saltarse las leyes e imponer su proyecto político nos han tenido en contra; cuando respetan la legalidad y la pluralidad, no hay unilateralismos, ni pretendidas revoluciones, ni soberanismos mal entendidos, la colaboración es sensata porque produce ventajas para todos. Redondo Terreros no pactaba con el PNV cuando éste se fue a Estella, pero anteriormente sí lo había hecho”, recuerda Carlos Totorica.

/ PSE-EE

El reingreso en el Gobierno vasco del PSE-EE, en caída electoral en los últimos años, no ha impedido sin embargo que el PNV se esté aliando en la Cámara de Vitoria con EH Bildu para sacar adelante una reforma del Estatuto de Guernica que desborda los límites de la Constitución. Esta situación, “de evidente incoherencia por parte del PNV”, no merma en absoluto a juicio del político socialista la justificación del pacto que ambas formaciones extienden a diputaciones y ayuntamientos de las tres capitales además de a numerosos municipios vascos.

En su discurso aparece Cataluña como elemento clave. “Si no estuviéramos pactando ahora con el PNV muy probablemente el escenario vasco sería el catalán. No sé cuanto rentabilizaremos nuestra presencia en el Gobierno, pero si en Euskadi no tenemos enfrentamientos, ni división, ni huyen las empresas y estamos mejor que en Cataluña yo lo atribuyo en buena medida a la acción acertada del PSE-EE”.

Curiosamente, Ermua es una de las pocas localidades en las que el pacto PNV-PSE-EE no se ha extendido al Ayuntamiento, aunque a decir de su ya exalcalde ello es debido “sin mayor misterio, a personalismos, circunstancias particulares un poco de pueblo” y no a convicciones políticas de su regidor, partidario de la “colaboración” entre ambas formaciones en el marco antes expuesto. 

En su adiós a la política Totorica mide las palabras sobre el peso del nacionalismo vasco en el Congreso de las Diputados y las cesiones a las que se ven forzados los distintos Gobiernos españoles para conseguir las mayorías necesarias para articular sus políticas. “Si debieran tener más o menos representación y una mayor o menor influencia cuantitativa y cualitativa es un debate importante escasamente resuelto”, asegura por toda respuesta, sin comprometer su opinión.

“Los homenajes a presos, una aberración”

Más expansivo se muestra volviendo al terreno en el que se siente cómodo, al enjuiciar el regreso a las instituciones de la izquierda abertzale. Mantiene que el peligro del nacionalismo etnicista y fanático contra el que alertaba el espíritu de Ermua aún no ha desaparecido. “Sigue habiendo una parte muy significativa en el entorno de Bildu que continúa pensando de manera sectaria que sólo hay una única forma de ser vasco, que es siendo nacionalista, y pretende imponer su proyecto a los demás. Ahora no se utilizan las armas, pero es una ideología muy peligrosa, contraria a la pluralidad y la libertad, que hay que seguir combatiendo”.

Carlos Totorica se jubila de la política a los 62 años, consciente de que su tiempo ha pasado pero de que todavía hay mucho camino por recorrer para que el olvido y la reinterpretación del pasado no dinamite la verdad de lo ocurrido en el País Vasco. “Como país y como PSOE tenemos que hacer un esfuerzo brutal para pelear por el relato. No puede ser que unos señores que dejan la cárcel tras cumplir condena por asesinato se presenten ante los ciudadanos como héroes. Es una aberración, una mentira histórica porque han acabado con muchas vidas e intentado eliminar la libertad de todos los vascos. Pero es que además se produce una situación que puede sembrar odio y enfrentamientos futuros porque entre la gente joven, que conoce poco la historia, se compran ese tipo de productos ideológicos totalmente adulterados”.

Su reflexión da paso a otra sobre el papel de las víctimas del terrorismo, con las que todavía no se ha hecho “suficiente justicia”. “Creo que las víctimas están asqueadas porque Bildu no sólo no ha condenado su pasado sino que recibe como héroes a los asesinos de sus familiares, con lo que representa de insulto y más dolor. Entiendo que hay que seguir acompañándolas y que hay que defender su honor y su memoria porque se lo merecen y porque representan a esa sociedad que fue atacada y por ese ataque adquirieron precisamente su condición de víctimas”.

Como hace su partido, Totorica se abre a poner fin a la política de dispersión y a acercar a los presos de ETA a cárceles vascas, aunque incide quizás con más énfasis que otros de sus compañeros en que junto al análisis individualizado de las distintas situaciones hay que exigir a los presos que “condenen su pasado y colaboren con la justicia” para el esclarecimiento de los crímenes por resolver. Los nuevos tiempos, defiende, exigen cambios en la política penitenciara. Cuando estos se materialicen, el principal referente del “espíritu de Ermua” los contemplará desde una militancia ya exenta de responsabilidades públicas.