En la novela distópica La larga marcha, de Stephen King, un grupo de cien jóvenes compiten en una carrera a muerte en la que sólo uno de ellos puede quedar en pie. Si los corredores aminoran la marcha por debajo de los 6,5km por hora, son avisados. Si se detienen, son avisados. Si atacan a otro corredor, son avisados. Si acumulan tres avisos, son ejecutados. El organizador de la carrera es el Comandante, el líder de un régimen fascista que se ha hecho con el poder en los Estados Unidos. La larga marcha es el deporte nacional con el que ese régimen totalitario entretiene a las masas de desharrapados.
Ayer, el presidente de la Generalidad Quim Torra propuso a los catalanes separatistas una Marcha por los Derechos Civiles, Sociales y Nacionales de Cataluña. Una marcha con la que Torra traslada el eje de la política catalana desde las instituciones democráticas hasta la calle, como hicieron en el pasado otros movimientos políticos de infausto recuerdo cuando las urnas no les dieron una mayoría suficiente para sus fines. Es obvio que el referente de Torra es Martin Luther King, pero su idea tiene más puntos en común con la novela de Stephen King que con la biografía y la lucha del reverendo americano.
Escuchado el discurso de Torra de ayer, que osciló entre lo victimista, lo faltón y lo relamido, parece obvio que el proceso separatista se ha convertido ya en una larga marcha que avanza a costa de sus protagonistas y dejándose jirones por el camino: empresas, prestigio internacional, turistas, ciudadanos, paz social, Estado de derecho, respeto a la ley, políticos, funcionarios y cuerpos de seguridad. Todos ellos sacrificados en nombre de un supuesto bien superior que no llega nunca. A semejanza de la novela de King, el proceso separatista no tiene meta conocida y sólo requiere de sus participantes que sigan corriendo sin descanso y sin aminorar el ritmo en pos de un premio utópico que sólo parece conocer un pequeño grupo de cabecillas.
Negando la mayor
Cerrado a cal y canto el Parlamento por voluntad de los partidos nacionalistas, Quim Torra escogió ayer como escenario para su discurso el Teatro Nacional de Cataluña (TNC). El gesto tiene más importancia de la que se le concedió superficialmente. Si la Crida de Puigdemont pretende dinamitar el viejo sistema de partidos, Torra escenificó ayer la sustitución del Parlamento como sede de la voluntad popular por un teatro al que sólo acudieron unos pocos centenares de convencidos y en el que se representó el melodrama inaugural del nuevo curso político, en realidad un remake del representado en septiembre y octubre del año pasado.
Ninguna de las propuestas de Torra versó sobre sanidad, educación o infraestructuras. El presidente autonómico por delegación sólo habló del proceso, de los presos, de una España supuestamente fascista y de un fantasmal "derecho a la autodeterminación" que ni existe como él lo define ni es aplicable a Cataluña.
Pero, sobre todo, Torra habló del "pueblo". Un pueblo que a día de hoy parece estar formado únicamente por el 48% de los catalanes y en el que Torra depositó toda la responsabilidad del éxito del proceso a falta de nuevas remesas de valientes entre la casta política nacionalista dispuestos a arriesgar la cárcel desobedeciendo al Gobierno central.
El presidente autonómico divagó y afirmó una cosa y su contraria en varias ocasiones. Dijo Torra que el punto de partida de su acción de Gobierno será el 1-O, pero también pidió diálogo a un Gobierno que jamás podrá reconocer legalmente el supuesto mandato surgido de ese simulacro de referéndum. Afirmó que el referéndum del 1-O es ya pantalla pasada, pero pidió un segundo referéndum "acordado, vinculante y reconocido internacionalmente" con el objetivo de confirmar el mandato del primero.
También dijo que no aceptará ninguna sentencia condenatoria de los presos catalanes, pero se abstuvo de informar al respetable acerca de cómo se concretará esa no aceptación. ¿Dimisión? ¿Desacato? ¿Apertura de las puertas de la prisión? ¿Recursos judiciales en instancias europeas? Para finalizar, habló de "la declaración de independencia del 27-O" como un hecho consolidado, pero llamó al "pueblo" a construir la república.
El viejo patrón sigue en pie
El nuevo Estatuto que Pedro Sánchez ofertó ayer al separatismo estaba muerto antes de nacer, pero Torra se encargó de liquidar cualquier esperanza que pudiera quedar acerca de una milagrosa resurrección del mismo. Al menos mientras él sea presidente y Carles Puigdemont siga teniendo entre sus manos las riendas del proceso separatista. "No aceptaré menos que un referéndum de autodeterminación. El mandado del 1-O está vigente. El debate en la sociedad catalana no es sobre un Estatuto de Autonomía" dijo el presidente autonómico catalán.
Nada hacía presagiar que la oferta de Sánchez fuera a obtener un resultado diferente al obtenido las decenas de ocasiones anteriores en las que el Gobierno central ha ofrecido alguna mejora del autogobierno o del régimen fiscal al nacionalismo catalán a cambio de su amansamiento. Pero si Pedro Sánchez quería comprobar en sus propias carnes que el patrón continuaba vigente, ayer obtuvo cumplida satisfacción en ese sentido. Su oferta fue recibida con entusiasmo entre el nacionalismo e interpretada correctamente: como una muestra de debilidad.
"O libertad o libertad", dijo Torra tras negarle cualquier legitimidad a una hipotética sentencia condenatoria de los presos y "exiliados" catalanes. Cayetana Álvarez de Toledo le retó a obedecerse a sí mismo desde su cuenta de Twitter: "O cárcel o cárcel".