Cuando el viento cambia, a Germán le duelen los pies. El invierno en la trinchera se los congeló, pero la idea de un pastor le libró de la amputación: “Mételos en el estiércol, que todavía está caliente”. Fue hace ochenta años, pero los virajes de la temperatura todavía le obligan a dar un paseo por el cine de la memoria: empuñó el fusil del bando sublevado. Hoy refugia 102 años en la mochila de lo vivido.
El Congreso de los Diputados rompió en aplausos tras observar su abrazo con José Mir, republicano al que se enfrentó en la batalla del Ebro. Murieron casi 20.000 personas. Aunque no todo el arco parlamentario alabó la actitud de los dos ancianos. Podemos consideró el gesto una burda equiparación entre demócratas y fascistas. Pablo Iglesias llegó a asimilarlo con una hipotética reunión entre un judío en pijama de rayas y un oficial de las SS. Juan Carlos Monedero sentenció: “Una jodida vergüenza”.
Pintar el recuerdo con brocha gorda casi siempre conlleva injusticia. Y más cuando se trata de la Guerra Civil. Emplear el adjetivo “fascista” para meter en el saco del insulto a todos los que combatieron con los militares golpistas infama a los miles de ellos que cayeron allí por obligación, ubicación geográfica, ingenuidad o circunstancia. Del mismo modo que tachar de “demócratas” a los republicanos en su totalidad engrandece a los asesinos de las checas, los fusileros y los delatores. Un argumento que también funciona si se le da la vuelta.
Prueba de ello es Germán Visús, nacido en Murillo de Gállego –un pueblecito aragonés de entonces 800 habitantes– el 12 de mayo de 1916. Indispuesto desde hace un par de días, todavía no se sabe carne de portada y titular.
Hijo de una familia de guarnicioneros -artesanos del cuero-, fue con sus amigos a fiestas de Ayerbe –una localidad cercana–. Era verano de 1936. De repente, la música dejó de sonar: “¡El ejército de África se ha sublevado!". Agarraron las bicicletas y pedalearon de vuelta a casa. Hasta que una patrulla de insurgentes les dio el alto y les obligó a alistarse.
En Huesca les uniformaron, les dieron el fusil y un breve permiso para despedirse de sus familias. Cuando Germán abrió la puerta, sus padres le dijeron que el cura y dos o tres falangistas –“los que llevan el mismo uniforme que tú”– habían asesinado a su hermano. Ese fue el hola a las armas de Germán. Involuntario, sin remedio. Como el de tantos. En ambos lados. Lo cuenta con detalle Miguel Ferragut, íntimo amigo suyo y director del museo histórico de Fayón, donde actualmente reside el protagonista del vídeo estrenado en el Congreso.
Las cuatro heridas de Germán
Fue herido cuatro veces. Cada una de ellas con su parte médico. Una bala le entró por la comisura del ojo y le salió por la oreja. Aquello, relata Ferragut, le produjo una rotura parcial de la aorta. Cayó en la provincia de Huesca. Se dieron cuenta de que todavía vivía y lo trasladaron en ambulancia. Casi a ciegas, le hicieron una transfusión. “Acertaron con el grupo sanguíneo y salió adelante”, cuenta su amigo. Aquello le apartó de la primera línea del frente y fue reciclado a chófer. Echaría de menos los partidos de pelota que jugó contra sus adversarios “rojos”. En 1939, entró con las tropas sublevadas que desfilaron por las calles de Barcelona.
Son varias las ocasiones en las que ha vuelto a ponerse su camisa azul de falangista. Se lo piden para la recreación de la batalla del Ebro, en la que participan decenas de habitantes de Fayón, el pueblecito donde vive. En una de esas, cuando cumplió cien años, le hicieron una broma. Algo así como: “Ten cuidado con este, que es rojo”. Él respondió: “¿Y eso qué más da? Puede tener mejores sentimientos que yo”.
A Germán le gusta pasear por el museo de la batalla del Ebro. Acepta la conversación y regala a los visitantes algunos de sus recuerdos. Una vez se topó con unos extranjeros, nietos de brigadistas internacionales. Ellos llevaban la bandera republicana. “¿Qué le parece?”. Germán contestó: “¿Cómo no me va a gustar esa bandera si es la que yo juré por primera vez? Para mí merece el mismo honor que la nacional”.
No se trata de blanquear la guerra. Germán reconoce que, en la trinchera, como cualquier soldado, “disparó todo lo que pudo”. Eso sí, siempre ha negado haber apretado el gatillo frente a frente, a sangre fría. Le encanta la inscripción que encontró en un monumento referido a 1939: “A todos los que la perdieron, que fueron todos”. Una idea que también refleja uno de sus recortes favoritos: “La guerra la hacen dos señores que se conocen y se odian. Mueren miles de jóvenes que pasaban por allí, pero que ni se conocen ni se odian”. Mensaje que cristaliza en su abrazo con José, el del vídeo, ochenta años después.
Una de las medallas militares más cuidadas por Germán tiene que ver con un rescate. Cuatro o cinco camaradas quedaron atrapados cerca de Balaguer. Cogió un blindado, se fue a por ellos y los salvó. “Sobre la guerra, le ha gustado siempre destacar el compañerismo”, expone Ferragut.
Cuando vio a Hitler
Después de la guerra, Germán siguió trabajando como chófer. En concreto, para el gobernador civil de Barcelona. Su nuevo cometido le hizo formar parte de la comitiva que viajó a Hendaya junto a Franco. En más de una ocasión, Germán le ha contado a Miguel la expectación que hubo en aquel andén: “Creíamos que Hitler era un súper hombre y descubrimos que era pequeño y nervioso, hacía movimientos como de relámpago”. Les inquietaba que las armas llegaran de nuevo a España y, en el viaje de vuelta, Germán se enteró de la creación de la División Azul.
También conoció a Franco. Fue en las cacerías que el dictador organizaba junto a los gobernadores civiles. Germán solía decir: “Se le tenía miedo, no simpatía”. Desde el volante, saludó a Evita Perón, que miraba por la ventanilla y suspiraba: “¿Esto es la madre patria? La veo muy atrasada”. Hasta su jubilación, la vida del protagonista del vídeo de autos fue eso: “Ver, oír y callar”. Además de un tiempo como conductor de camiones para el Auxilio Social.
Este puñado de anécdotas hacen de Germán Visús y del adjetivo “fascista” dos imanes imposibles de juntar. Su viaje al frente no fue ideología, ni siquiera una decisión a bocajarro. La guerra encapsulada en Germán es el sueño en ruinas de una noche de verano, los celos de los italianos que les robaban a las chicas en el baile, el hambre de sus hermanas en la retaguardia. Eso y el frío. Mucho frío.
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