Ni una sola palabra sobre Cataluña. Pedro Sánchez eligió el silencio a las puertas de la primera Diada tras el sucedáneo de referéndum del 1 de octubre. Jugó tan en casa -celebraba la fiesta del PSOE- que su discurso apenas salió de La Moncloa, más allá de las referencias a la tierra anfitriona, Asturias.
Fueron algo más de veinte minutos para hablar de casi todo: Franco, pobreza infantil, subida de la luz, presupuestos, elecciones autonómicas y municipales... Hasta mencionó la invasión de lo digital, tan poco manida en las arengas de sus adversarios. Pero sorteó el procés, lo que produjo estupor en PP y Ciudadanos. Un día antes, Pablo Casado celebró una reunión nacional de su partido en Barcelona, donde aprovechó para afinar su pauta referida al nacionalismo. Rivera hizo lo propio en Málaga, donde anunció la ruptura de su pacto de investidura con Susana Díaz, pero también dedicó varios minutos al desafío catalán.
El balance de Sánchez, que acaba de cumplir cien días al frente del Gobierno, fue un abrazo a los acuerdos alcanzados con Podemos. Incluso llegó a definir su Ejecutivo como el del "cambio", palabra enarbolada por Pablo Iglesias y sus aliados municipales.
El presidente reiteró la "justicia social" como eje de su proyecto, que pretende estirar hasta 2030. Se definió "ecologista" y "feminista". Quiso exhibir cuatro virtudes capitales de su Gobierno: "coherencia", "diálogo", "ambición" y "realismo". Esta última le obligó a reconocer su debilidad parlamentaria.
Confesó no disponer de una mayoría suficiente para derogar la reforma laboral, una de sus grandes promesas de campaña. También asumió que no habrá acuerdo con los presidentes autonómicos acerca de la financiación. Y a pesar de relatar sus puntos débiles, ofreciendo así el pecho, no dedicó palabra alguna a Cataluña, que está a punto de afrontar la primera etapa del "otoño caliente".
No hubo hueco para el último paso de esa "senda del diálogo" abierta con la Generalitat. La misma que emplea para atizar el "inmovilismo" de la Administración anterior. El referéndum por el autogobierno ofrecido a los independentistas quedó fuera del borrador definitivo del discurso. Tanto ERC como JxC ya lo han desechado en varias ocasiones.
En definitiva, el presidente del Gobierno no quiso entrar en la guerra de titulares que Carles Puigdemont le ofrecía desde Suiza. El que se dice "líder en el exilio" le retó a "demostrar que no es una versión de Rajoy 2.0". Por parte de Sánchez, silencio. El único mensaje trasladado este domingo por su equipo se lo arrancó TV3 a José Luis Ábalos, ministro de Fomento: "Que haya políticos presos no ayuda a la normalización". Una de arena después de que Sánchez arrojara dos de cal a los independentistas. La primera, el miércoles en el Congreso: "La Constitución se celebra cumpliéndola y haciéndola cumplir". La segunda: el pacto con el Govern para conseguir la "neutralidad" de los espacios públicos.
La fiesta de La Rosa se convirtió en un homenaje a lo "conseguido" por el PSOE. Adriana Lastra, portavoz y este domingo telonera del presidente, tachó a PP y Cs de "derecha que alienta un discurso xenófobo" y "llama a la confrontación". Quizá fuera esa la única referencia velada a Cataluña. Tanto socialistas como conservadores han venido acusando a los de Rivera de generar "enfrentamiento" con la retirada de los lazos amarillos.
"Cuando salimos del Gobierno en 2011, se decía que el futuro era cosa de otros, que no volveríamos en décadas, que no nos quedaba más remedio que resignarnos y acompañar a los conservadores", empezó Sánchez en la tribuna.
Luego agradeció el apoyo a sus socios de la moción de censura. Miró a Europa y presumió de que no hay ningún gran país gobernado por la izquierda, como España. A continuación brindó a un público entregado cuestiones más simbólicas, siendo la exhumación de Franco, que convalidará el Congreso este jueves, la más aplaudida. Sánchez celebró "la ideología que nos une a todos". Una ideología que, este domingo, no le empujó a hablar de Cataluña.