Un año después del simulacro de referéndum del 1-O, el nacionalismo está dividido y carece de hoja de ruta. A cambio, ha incrementado de forma notable la intensidad de su violencia callejera y ha respondido a cada gesto de distensión del Gobierno del PSOE con desafíos y burlas al Estado de derecho, al Poder Judicial y a Pedro Sánchez. Si el presidente del Gobierno amenazaba el pasado jueves con convocar elecciones anticipadas si el nacionalismo "priorizaba el conflicto", este domingo Quim Torra le respondía incrementando la apuesta y llamando a un nuevo 1-O "en el que habrá que actuar igual".
El Gobierno ha reaccionado durante los últimos meses a las constantes burlas de Torra y otros líderes del proceso separatista restándoles importancia y calificándolas de meras bravuconadas sin consecuencias en la práctica. Pero esta vez, sin embargo, la situación es diferente.
En primer lugar, porque el Gobierno no se puede permitir, tras la reciente avalancha de informaciones comprometedoras contra sus ministros Dolores Delgado y Pedro Duque, abrir un sólo frente de batalla más. Y Torra no ha desaprovechado hasta el momento ni una sola de las oportunidades que se le han presentado para abrir nuevos frente de batalla, aunque fuera en el terreno de la imagen, con el Gobierno central.
En segundo lugar, porque la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado depende precisamente de aquellos partidos separatistas que amenazan de forma explícita con ejecutar un nuevo golpe de Estado si Sánchez no se pliega a sus exigencias. Ni siquiera el pago por parte de Hacienda de 1.459 millones de la deuda catalana ha logrado que Puigdemont retroceda un solo milímetro en sus pretensiones. Quizá las declaraciones de Torra sean sólo una bravuconada, pero llegan en un momento especialmente delicado para el Gobierno de Sánchez.
Balance del 'otoño caliente'
El balance del tan temido otoño caliente independentista no ha sido bueno para el separatismo. El plan de los líderes del proceso era hilvanar a lo largo del mes de septiembre decenas de manifestaciones, protestas, actos reivindicativos y demostraciones de fuerza hasta culminar en un aniversario del 1-O de alto voltaje. Un aniversario que, en el mejor de los escenarios imaginados por el separatismo, habría acabado con la ocupación 'espontánea' de ayuntamientos, delegaciones del Gobierno y otros organismos públicos.
En la práctica, el separatismo se ha mostrado dividido y confuso. Incapaz, en resumen, de ir un solo paso más allá de la reivindicación de la libertad de los líderes del proceso separatista procesados por rebelión. Es decir, de la vía muerta del victimismo.
Así lo resumía este sábado el director del Periódico de Cataluña, Enric Hernández, en su artículo El reverso del 1-O: "El otoño caliente anunciado por el president Torra se ha quedado en una retahíla de conmemoraciones deshilvanadas, sin rumbo aparente. Las diferencias estratégicas entre los socios del Govern y entre estos y la ANC son cada vez más elocuentes. Unos exigen para ya lo prometido hace un año; otros sólo buscan ganar tiempo. Ya ni la bandera de los políticos presos basta para ocultar el cisma interno".
Las miserias internas del separatismo
A cambio, el separatismo ha dejado traslucir todas sus miserias. La más reciente de ellas, la violencia extrema de las organizaciones juveniles separatistas del entorno de la CUP y de Arran, y de la que es sólo un ejemplo el intento de linchamiento de los manifestantes del sindicato policial Jusapol del pasado sábado, así como sus enfrentamientos con los Mossos d'Esquadra.
También su soledad en Europa, donde el separatismo catalán apenas ha recibido el apoyo de un puñado de partidos y grupúsculos de ultraderecha a un solo paso del neonazismo. O el desmoronamiento de su tan pretendida superioridad moral, después de que el Consejo de Europa manifestara a principios de septiembre su "respaldo total" a la Justicia española frente a los separatistas.
Mención aparte para la creación de la Crida, un movimiento populista y transversal destinado a superar bajo el mando de Carles Puigdemont el viejo sistema de partidos y que sólo encuentra paralelismos con el peronismo.
O para las obvias tentaciones caudillistas de los líderes de unas asociaciones civiles (ANC y Òmnium) a las que el Gobierno autonómico catalán cedió la iniciativa callejera y que ahora pretenden, de forma bastante evidente, apoderarse de las riendas del proceso a través de unas primarias republicanas que trasladarían el poder desde las instituciones tradicionales (el Parlamento autonómico y el Gobierno de la Generalidad) hasta el pueblo.
Pero la mayor de las miserias del separatismo que este verano han salido a la luz es esa guerra civil en el seno del independentismo que ha acabado enfrentando a ERC con Carles Puigdemont, a la ANC con ERC, a Carles Puigdemont con JxCAT, y a la CUP y los CDR con todos ellos. De ahí las constantes llamadas a la unidad que el separatismo ha convertido ya en un mantra y que se repiten por doquier, docenas de veces al día, en TV3, Catalunya Ràdio y los medios digitales separatistas, sin que nadie crea en ellas ni, más significativo aún, esté dispuesto a ser el primero en ceder ni un centímetro de sus prerrogativas para que esa deseada unidad se haga realidad.
¿Una derrota dulce o una victoria amarga?
Sin embargo, la derrota política del separatismo está muy lejos de ser percibida en la calle. A pesar de que el Parlamento regional está paralizado y de que las únicas acciones relevantes del Gobierno autonómico son las constantes pero inanes reivindicaciones de la necesidad de "implementar la república", muchos catalanes constitucionalistas perciben un fuerte incremento de la presión social, política y mediática ejercida por el independentismo.
Una presión que se suele atribuir, por una parte parte, a la política de perfil bajo y vista gorda del Gobierno central frente a los desmanes de un régimen nacionalista que carece del poder, los apoyos y la voluntad de llevar a cabo sus objetivos republicanos, pero al que, a cambio, le sobran recursos para enrarecer la convivencia en Cataluña hasta extremos difíciles de ver en otras regiones europeas. Por otra, a la política de provocaciones constantes por parte de los líderes del proceso separatista y a sus llamadas a repetir una y otra vez los mismos desafíos al Estado.
Una jornada cargada de actos simbólicos
Hoy lunes 1 de octubre, el separatismo se hará notar en cientos de pequeños actos organizados frente a los colegios electorales del pasado 1-O. Pero sobre todo, en los tres actos principales de la jornada. El primero, la manifestación de estudiantes convocada por el colectivo Universitats per la República y que recorrerá el centro de Barcelona a partir de las 12:00.
El segundo, la manifestación matinal de los CDR, que partirá a las 12:00 desde los Jardinets de Gràcia y en la que, es de esperar, se recordarán con especial intensidad las cargas policiales del pasado sábado contra los mismos CDR y las juventudes de la CUP y de Arran.
El tercero, la gran manifestación central de la jornada, convocada por las principales entidades civiles independentistas, y que partirá a las 18:30 de la plaza Cataluña hasta llegar al Parlamento catalán, donde se reivindicará el supuesto mandato votado por el independentismo en el simulacro de referéndum del 1-O de 2017.
Por la mañana, a primera hora, el presidente autonómico Quim Torra, junto al presidente del Parlamento regional catalán Roger Torrent, el delegado del Gobierno en Gerona, Pere Vila, y la mujer de Carles Puigdemont, Marcela Topor, presidirá el acto de conmemoración del 1-O en el pabellón polideportivo municipal de Sant Julià de Ramis. Durante el acto se dispararán sesenta trabucos para simbolizar el inicio de las cargas policiales del pasado 1-O, se construirán algunos castillos humanos y se paseará en procesión una de las urnas utilizadas hace un año.