No son políticos, ni periodistas, ni grandes empresarios, ni jueces, ni personalidades destacadas del mundo de la cultura. Son ciudadanos comunes, apenas unos pocos de los cientos de miles que llegaron el 8-O a Barcelona desde toda Cataluña, pero también desde otras comunidades españolas, para manifestarse contra el nacionalismo y a favor de la convivencia, la libertad, la democracia y el Estado de derecho.
Ese día, Barcelona perdió el miedo y un millón de catalanes se sintieron "liberados", "aliviados" y "emocionados". No se conocen entre ellos, pero coinciden en dos puntos básicos. Todos se han sentido abandonados por el Gobierno, y todos los que viven en Cataluña han pensado alguna vez en irse de la región, aunque lo han descartado finalmente. "Si me voy de aquí, no será de forma voluntaria" dice una de las entrevistadas. Sin saberlo, resume el sentir de la mayoría.
Mónica Rotllán, Cuerpo de Gestión Procesal de la Administración de Justicia (Manresa)
"Libertad". Así resume Monica Rotllán el 8-O. "Ese día fui consciente de vivir un acontecimiento que cambiaría el desgobierno de España" dice. Mónica no utiliza la diplomacia más de lo estrictamente necesario para responder a mis preguntas. "Yo no utilizaría la palabra 'abandono' para definir la actitud del Estado. Yo utilizaría la palabra 'traición'. La inexistencia del Estado en Cataluña es hiriente, lamentable y grotesca. Imperdonable". Cuando le pregunto si ha pensado alguna vez en irse de Cataluña, responde sin dudar. "Sí, infinidad de veces. Pero decides quedarte cuando te llega el aliento de personas valientes, cultas y responsables que desde sus distintas profesiones se la han jugado liderando movimientos que se han enfrentado a corazón abierto al fascismo del procés para recuperar la Cataluña que fue".
Ramón Domínguez, gerente de IT (Barcelona)
“Fue histórico” dice Ramón. “Era la primera vez que todos los que durante años habíamos soportado el nacionalismo catalán decidimos dar un paso al frente para decir que Cataluña es plural y parte de España”. Ramón, con el que contacto a través de una amiga común, dice no haberse sentido abandonado por el Estado. “Ni por el Estado ni por la nación. Desde el Rey hasta multitud de españoles de a pie me transmitieron, tanto en el trabajo como en el contacto diario, su apoyo y su ánimo. Sí me he sentido abandonado, en cambio, por el Gobierno”. Y ese abandono tiene consecuencias. “Pensé en irme de Cataluña al principio, allá por 2012, cuando esto parecía imparable y el Gobierno daba palos de ciego. Luego vas viendo que van de farol y que sólo es una pose. Pero ganarán si nadie les hace frente. Así que por eso, y por tantos otros que no podrían marcharse, mi familia y yo ni nos vamos ni nos iremos. Unos traidores rebeldes no se van a salir con la suya”.
Victoria, empresaria (Barcelona)
Victoria, que prefiere no dar su apellido, cuelga y descuelga la bandera española del balcón de su casa "según acontecimientos". A veces, hasta pone el himno a todo trapo. Para marcar territorio, claro. "El otro día pusieron una carpa en Diagonal Mar, mi barrio, y baje a firmar contra la inmersión. Me puse el sombrero que me dieron y mis propios vecinos me insultaron y me llamaron basura". Los epítetos que siguen a esta confesión quedan entre ella y yo. Cuando le pregunto por el 8-O, me explica la mezcla de emociones que sintió ese día. "Para mí fue un acontecimiento sin precedentes, sentí rabia y alegría. Fue emocionante". Como el resto de los entrevistados, ha echado de menos la protección del Estado. "No sólo me he sentido ignorada, sino también humillada y ninguneada como ciudadana. Lo pensé cuando se declaró la independencia, ante la incertidumbre. Sentí mucha tristeza y rabia".
Josep Lago, estudiante de ADE y Derecho, y presidente de S'HA ACABAT! (Barcelona)
"Soy una persona que vive la política desde un punto de vista racional, no emocional. Sin embargo, el 8 de octubre no pude evitar sentirme orgulloso y emocionado por la demostración de fuerza. La manifestación del 8-O frenó en seco el independentismo. Demostramos que Cataluña no era monolítica, que no era un solo pueblo. Ese día yo tenía una responsabilidad dentro de la entidad organizadora. Yo estaba en el coche de cabecera que tenía que guiar a los manifestantes hacia el escenario donde se iban a producir los parlamentos. Pero sucedió algo emocionante. A las 11:45, quince minutos antes de que se iniciara el recorrido, miré para delante y vi que la Vía Laietana estaba llena hasta abajo. No había espacio, habíamos ocupado todo el recorrido antes de empezar la manifestación. Fue, sencillamente, maravilloso" dice Josep Lago. "El Estado debería haber tenido más presencia en Cataluña. Es una materia pendiente. No es normal que en Cataluña se impongan discursos que generan constantemente agravios hacia el resto de España. Es fundamental que aquí se entienda con naturalidad que Cataluña es España, que la lengua española es tan catalana como la catalana, que la Guardia Civil trabaja tanto como los Mossos para asegurar las libertades de todos, que el Parlamento de Cataluña no es absolutamente soberano y que juntos, unidos, ganamos todos. Esto en Cataluña no se explica y es fundamental para que el Estado esté presente".
María Santos, arquitecto (Barcelona)
María vivió el 8 de octubre como una liberación. “La palabra que lo resume todo es ‘emoción’. Sentíamos un aliento de libertad de expresión y ese día vimos que no estábamos solos. Llevábamos años viviendo con la sensación de no poder hablar ni expresar nuestras ideas”. María, como muchos de los entrevistados, también se ha sentido abandonada por el Estado. “Me he sentido abandonada durante los veinte años que hace que estamos aquí. Después del 8 de octubre, nos sentimos arropados por los españoles y un poco por el Gobierno, pero me di cuenta de que no acababan de resolver con eficacia porque en el fondo no conocían los problemas de aquí. He pensado en irme muchas veces, no una. Pero esta es una tierra rica y hermosa llena de gente maravillosa y tan mía como de cualquier otro. Aunque, a decir verdad, cada vez que salgo fuera, me da pereza volver a este bucle político”.
Juan Bilura, pensionista (Valladolid)
Juan vino a Barcelona desde Valladolid sólo para poder manifestarse contra el nacionalismo junto a otros cientos de miles de ciudadanos. Su punto de vista, sin embargo, no es optimista. “Fue una experiencia única y espectacular. Pero me siento abandonado por todos los Gobiernos. Por el de antes, y mucho más por el de ahora. Al final, no mereció la pena. No se hizo nada de nada y éramos una marea de gente”. La decepción por el desaprovechamiento por parte del PP y del PSOE del capital humano y social acumulado ese día flota en las respuestas de varios de los entrevistados. “Te quiero contar una experiencia que me impresionó. Una amiga mía y yo llevábamos camisetas de la Policía Nacional el 8-O. En un momento dado, nos cruzamos con una familia completa, desde el abuelo hasta un bebé en carrito. Y el abuelo, un hombre de unos 75-80 años, me abrazó y, llorando, me dijo: ‘Por favor, no nos abandonéis’. Me impactó muchísimo”. Quizá por eso Juan dice que, a pesar de todo, la experiencia valió la pena. “Joder, volvería una y mil veces”.
Mónica, personal administrativo en un centro universitario (Barcelona)
Mónica prefiere no dar su apellido ni el nombre de la universidad en la que trabaja por razones que entenderá cualquier catalán no nacionalista. Cuando le pido que describa el 8-O con una sola palabra, responde “alivio”. “Salí de casa con muchas reservas. No informé a familiares ni amigos. Sólo lo sabían las dos amigas con las que había quedado. Nada más salir de casa, empecé a ver gente con banderas españolas. Al llegar a la esquina de Paseo de Gracia con Gran Vía, aluciné con la cantidad de gente que había. ¡Era un mar de gente de todas la edades!”. Su alivio, sin embargo, duró poco. “Me he sentido absolutamente abandonada por el Estado y expulsada de mi comunidad por el Gobierno catalán. He pensado en irme, e incluso moví algunos hilos, pero finalmente he decidido que esto es mi casa. No dejaré que me expulsen tan fácilmente”.
Irene González, funcionaria del Estado (Madrid)
Irene González aparece en las fotos de aquel día con más banderas españolas encima que Inés Arrimadas los días de pleno en el Parlamento catalán. “Antes de llegar a Barcelona tenía mucha incertidumbre. No sabíamos si seríamos pocos o si la manifestación iba a ser boicoteada por violentos. Pero al llegar y ver las calles inundadas, fue imposible no emocionarme. Detrás de muchas banderas españolas había personas que por primera vez se atrevieron a decir en alto que eran españoles. Por ellos tenía que ir aquel día a Barcelona. Para que supieran que no están solos. Que el abandono es del Gobierno, no de la Nación”. Irene no es catalana, pero como muchos catalanes constitucionalistas, se ha sentido abandonada por su Gobierno. “Sientes que el Gobierno sólo atiende a los independentistas y se olvida de las personas que sufren la exclusión a la que estos les someten con total impunidad, como los padres que han luchado por escolarizar a sus hijos en español”.
R. L. M., editor (Barcelona)
R.L.M., como otros entrevistados, prefiere no dar más datos acerca de sí mismo que los estrictamente necesarios. "El 8-M fue una jornada apasionante. Llevábamos mucho tiempo aguantando caceroladas, el referéndum, la huelga… Había mucha tensión acumulada, y ver a esa cantidad de gente sin rabia, con buen humor, con sensatez, fue una bocanada de oxígeno. Por fin aquella mayoría silenciosa se pronunciaba. Fue emocionante". La decepción, sin embargo, no tardaría en llegar. "Sí, me sentí abandonado desde que se aplicó el 155 y se convocaron elecciones al momento. ¿De verdad? ¿Eso era todo? ¿En tres meses se pretendía estabilizar la situación tras un golpe de Estado? Eso demostró que no había verdadera intención de resolver el problema, sino de quitárselo de encima. El Estado en Cataluña parece inexistente desde entonces". Y de ahí a la idea de irse de Cataluña hay sólo un paso. "Pienso en ello continuamente. Es un planteamiento que está en el aire y lo hablamos siempre, en la familia y con los amigos. Si la cuestión social no se arregla, sabemos que acabaremos dando el paso. Con niños de por medio, no quieres arriesgar su futuro".
Marta Martín, abogada (Barcelona)
“Viví el 8-O como una liberación. Fue emocionante poder decir abiertamente que nosotros también somos catalanes y que, además, nos sentimos españoles. Ya lo habíamos dejado claro en las urnas, pero nunca en la calle, que llevaba años tomada por el independentismo. Compré la bandera para la ocasión, pues no soy de las que agitan banderas de forma habitual. Siempre había mantenido un perfil bajo para no buscarme enemistades, aunque en privado, lógicamente, no escondía mi antipatía hacia el independentismo”. Según Marta, la palabra que resume lo que se vivió aquel día es ‘liberación’: “Fue como salir del armario". "Desde aquí veíamos que el suflé no solo no bajaba sino que estaba a punto de estallar, pero el Estado estaba desaparecido. Este último año ha tenido más protagonismo el Poder Judicial que el Estado, pero parece que siguen sin saber muy bien lo que tienen que hacer para solucionar este problema. Hasta hace unos años, siempre habíamos convivido personas de todas las ideologías y, salvo algunos extremos por ambos lados, lo hacíamos en armonía. Ahora no podemos hablar del tema con naturalidad. Hay una fractura social importante. Si estás en contra de la independencia, eres un fascista”. Marta, sin embargo, lo tiene claro: “Esta es mi casa y la de mis hijos. Si me voy, no será de forma voluntaria”.