Mohamed bin Salman (Yeda, 1985) es guapo. Su porte aristocrático y su enorme tamaño -mide casi dos metros y bajo su thawb se le adivina muy corpulento- se asocian a su eterna sonrisa, con la que encandila a los medios y a los mandatarios de todo el mundo. Es el príncipe heredero del Arabia Saudí, y todo el poder real pasa por sus manos: ejerce de primer ministro plenipotenciario y además como ministro de Defensa. Pero no sólo heredará el trono de Riad, ya ha heredado la especial relación entre la monarquía de su país y la española.
En su país y en medio mundo es conocido como MBS. A sus 33 años, ya ha logrado iniciar el cambio de imagen de su país, a cuya cúpula de poder llegó en enero de 2015. A los seis días de subir su padre al trono, el rey Salman, fue nombrado presidente del Consejo para Asuntos de Economía y Desarrollo. Desde ese puesto, aún con 29 años, dio continuidad al entonces tímido proceso de reformas, iniciado en 2012.
Desde entonces, MBS ha impulsado el cambio de imagen de Arabia Saudí y, con ella la suya propia, a través de un plan de reformas económicas y sociales llamado Visión 2030. El proceso está suponiendo una revolución en el país, cuya sociedad sí dice notar la apertura -desde el permiso para que las mujeres conduzcan al impulso a la iniciativa comercial privada-.
Pero sobre todo, la "visión", como se conoce la revolución desde el poder saudí, abre unas oportunidades de negocio brutales para sus socios en el mundo: y es que las relaciones internacionales siempre son mejores con petrodólares de por medio. Las cifras son mareantes: Arabia Saudí pretende incrementar sus ingresos no procedentes del petróleo desde los 35.000 millones de euros de 2015 a los 215.000 millones en 2030.
MBS incluyó a España en su gira
Y así es como Mohamed bin Salman llegó a España en abril de este año, incluyendo Madrid como última escala de su gira por las capitales europeas, con actos oficiales y entrevistas al más alto nivel, incluyendo al presidente Mariano Rajoy, y una recepción en Zarzuela con el Rey Felipe VI, a quien une una cercana amistad, según las fuentes oficiales.
Vino MBS con una cartera bajo el brazo llena de contratos apalabrados que tardaban en firmarse, dentro del juego diplomático habitual entre socios estratégicos en el que uno tiene más dinero que necesidad de contratar y el otro más empresas punteras que influencia política.
Así, Riad trajo un enorme séquito para sentarse a la mesa con Rajoy, Sáenz de Santamaría y otros seis ministros, además de los máximos responsables de Renfe, Talgo, Indra, Acciona, FCC, Sacyr, Técnicas Reunidas, Abengoa, AENA, Ineco y El Corte Inglés. Todos ellos pidiendo la vez para entrar en los programas de SAGIA (Saudi Arabia General Investment Authority), que maneja el enorme presupuesto para “integrar a Arabia Saudí en la sociedad occidental”.
Las corbetas de Navantia
Pero la clave era el contrato de las corbetas de Navantia, ése que nunca acababa de firmarse y que mantenía firmes a los diplomáticos y nerviosos a los más de 6.000 trabajadores de la bahía de Cádiz que dependían del cierre del acuerdo. Esteban García Vilasánchez, el entonces presidente de la naviera pública, respiró aliviado cuando la delegación saudí se fue de Madrid con los legajos firmados y sellados: cinco corbetas de tipo Avante 2200 por valor de unos 2.000 millones de euros y, además, la construcción de una base naval en Arabia Saudí.
Pero estos contratos peligraron durante la crisis de las bombas inteligentes por su posible uso en Yemen y las reticencias de la ministra de Defensa, Margarita Robles. Y ahí es donde se vio la posición de ventaja que ostenta Riad como socio clave en la zona. Es dueño del mercado del petróleo mundial y amigo especial de EEUU -sobre todo y de nuevo, dadas las veleidades de Barack Obama con Irán- tras la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca.
MBS está acostumbrado a conseguir lo que quiere sin arredrarse ante obstáculos. A finales de 2017, lanzó una operación anticorrupción por la que se arrestó a 11 príncipes de su propia familia; 38 políticos, entre ellos cuatro exministros; y varios empresarios. Eso sí, como cárcel utilizó el lujosísimo hotel Ritz Carlton de Riad. Queda por ver si, aparte cambios cosméticos como abrir salas de cine y permitir conducir a las mujeres, Mohamed bin Salman profundizará en la libertad de expresión, el fin de la pena de muerte y los castigos físicos para blasfemos...
Fuentes cercanas a la Embajada de Arabia Saudí en España explicaron a EL ESPAÑOL que nunca se advirtió ni se amenazó, ni siquiera se comentó con las autoridades españolas nada que tuviera que ver con la venta de las 400 bombas de láser inteligente que abrieron la crisis. Pero sin duda ambos Gobiernos eran conscientes de que la suspensión de la venta por parte del Ministerio de Defensa suponía poner en riesgo el mantenimiento de las relaciones especialmente amistosas entre ambos países.
Tanto que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, tuvo que dar marcha atrás. El Ejecutivo español se vio obligado a sacar al titular de Exteriores, Josep Borrell, a explicar que se había "revisado" el contrato y no había "nada" que objetar al mismo, e incluso el presidente desautorizó personalmente a Margarita Robles durante una entrevista televisada en La Sexta.
Que un contrato pequeño no rompa la relación
La guerra de Yemen es la clave de todo este embrollo. El príncipe heredero saudí ha sido acusado reiteradamente por las ONG internacionales de derechos humanos de haber bombardeado a civiles en numerosas ocasiones en el país, que es casi su patio trasero. Y Podemos, principal sostén de Sánchez en el Gobierno, le exige que no venda armas a países en conflicto susceptibles de utilizarlas de manera indiscriminada contra civiles. Excepción hecha de Kichi, el alcalde de Cádiz, sede de Navantia.
En la entrevista mencionada de La Sexta, Sánchez dio una larga cambiada cuando se le preguntó si el Ejecutivo español tenía "garantías" de que esas bombas no iban a utilizarse en Yemen: "Lo que haga un país soberano con lo que nosotros le vendemos no lo podemos controlar", apuntó el presidente. Y lo hizo sólo dos días después de que la ministra portavoz, Isabel Celaá, tratara de reforzar la posición del Gobierno afirmando que "las bombas son inteligentes, y no se van a equivocar matando yemeníes".
Por su parte, el Gobierno de MBS desmiente firmemente estas acusaciones y explica a este periódico que la intervención en Yemen es "clave para mantener la paz en la región" y para "defender al Gobierno legítimo" de un país muy pobre pero con una situación geográfica estratégica en el Golfo Pérsico, y donde "el régimen terrorista de Irán quiere ejercer su influencia".
Pero no niega que esas 400 bombas españolas se vayan a utilizar en el conflicto contra los hutíes en Yemen, aunque las citadas fuentes sí explican que ese material es una ínfima parte dentro de las relaciones bilaterales, y que no merecía poner todo en riesgo por un contrato menor. A buen entendedor...