José María Silveti y Mari Sol Chavarri, víctimas de ETA.

José María Silveti y Mari Sol Chavarri, víctimas de ETA.

Política TERRORISMO

“No le di el beso ese día, ni nunca más”: testimonios inéditos del sufrimiento causado por ETA

15 octubre, 2018 01:40

“Mi padre y yo coincidíamos por las mañanas en el desayuno, el baño. Nos dábamos un beso y él iba a su trabajo y yo al instituto. Ese día estaba enfadada con él. No recuerdo por qué, pero yo no quería darle un beso y conseguí escaquearme. Claro, no le di ese beso ese día ni nunca más”, se lamenta Mari Sol Chavarri.

Quien habla es Mari Sol Chavarri, hija de un policía asesinado en Beasain (Guipúzcoa). Aquel día era el 9 de marzo de 1979. Ella, de 17 años, tenía un hermano de 14 y otro de 3. Su padre, natural de Cihuri (La Rioja), era Miguel Chavarri Isasi, jefe de la Policía Municipal de la localidad guipuzcoana, al que ETA asesinó en su despacho poco después de las nueve de la mañana.

La reciente publicación de Memorias del Terrorismo en España (Editorial Catarata), coordinado por el historiador Raúl López Romo, hace que emerjan de nuevo sobre el papel una serie de historias personales marcadas por el dolor y el sufrimiento impuesto en España por ETA. La obra recupera la memoria sobre atentados cometidos durante la Transición y los primeros años de democracia, y ofrece los testimonios hasta ahora inéditos de Mari Sol Chavarri y de José María Silveti, un excargo guipuzcoano de UCD. 

A Miguel Chavarri lo asesinaron mientras leía el periódico dos pistoleros que huyeron en moto tras dispararle nueve veces. La familia sospecha que un compañero les abrió la puerta, pero no lo sabe a ciencia cierta, ni tampoco quién lo mató. Su asesinato, ya prescrito, es uno de los más de 300 sin resolver cometidos por ETA.

"Nunca pensé que pudiera pasarle"

“Yo estudiaba COU en el Instituto de Beasain. Sobre las diez de la mañana llamaron a la puerta y era una amiga mía y el conserje (…). Cuando llegué a casa mi madre se me abrazó llorando y diciendo. “¡Qué nos han hecho!, ¡qué nos han hecho!”, evoca Mari Sol.

A partir de entonces su vida cambió: “La que teníamos nos la quitaron con esos nueve balazos (…). ¿Por qué a nosotros?, ¿por qué a mi padre?”, se preguntaba. “Además los que estaban bien vistos eran los etarras y los que habíamos sufrido su terror nos teníamos que justificar. ´¡Algo habrá hecho! (…). Esa era la justificación de la gente para lo injustificable”, prosigue.

La organización terrorista llevaba tiempo poniendo muertos encima de la mesa y gozaba de respaldo social. “Las manifestaciones de entonces eran a favor de los asesinos. La gente se echaba a la calle para pedir justicia para los etarras. En la calle donde vivíamos se enfrentaban manifestantes y policías. Había veces que no podíamos asomarnos a las ventanas porque te podía dar una piedra o una pelota de goma. Pero yo nunca pensé que a mi padre podía pasarle algo”, se sincera la hija del policía.

En aquella época no había ayudas institucionales para las víctimas del terrorismo y la familia Chavarri sufrió “frío y soledad hasta lo más profundo”. La viuda tardó siete meses en cobrar la pensión y tuvo que luchar para modificar el certificado de defunción de su marido en el que aparecía “shock traumático” como única causa de la muerte. Se mudaron a Logroño donde Mari Sol siguió los asesinatos de ETA en los años de plomo: “Pensaba en esas familias, destrozadas como la nuestra. ¡Qué solos estaréis! ¡Lo que os queda todavía”, se decía a sí misma.

"¿Salidas para ver a enfermos?" 

Ella convivió durante mucho tiempo con el odio y el silencio, sin contacto con otras víctimas, hasta que reparó en lo destructivo de esos sentimientos y en las virtudes de comunicarse con personas que habían pasado por una experiencia similar. Hoy es vicepresidenta de la Asociación de Riojana de Víctimas del Terrorismo y fija la postura del colectivo al que representa.

“Las víctimas de terrorismo no hemos buscado la venganza, pero sí la justicia y la verdad. Que se busque a los asesinos, se les juzgue y cumplan sus penas. ¿Por qué tienen que tener privilegios?, ¿Beneficios penitenciarios? ¿Acercamiento? ¿Salidas para ver a familiares enfermos? Nosotros para ver a nuestro padre solo podemos ir al cementerio porque alguien lo planeó, alguien lo organizó y alguien lo ejecutó”.

Mary Sol Chavarri, que presentará junto a López Romo el libro en Logroño, participa además en el programa del Ministerio de Educación que lleva el testimonio de las víctimas del terrorismo a los colegios. A sus alumnos de los institutos riojanos les inculca que la violencia nunca es el camino y llama a no olvidar las atrocidades de ETA para que no vuelvan a suceder.

-“¿Qué le diría al asesino de su padre si lo tuviera delante?”, le preguntan los estudiantes.

-“Creo que nada. No me interesa saber por qué lo hizo. Ninguna respuesta me sirve. Y no puede ser juzgado, no puede pagar por lo que hizo”, responde ella aludiendo a la prescripción del delito.

“Algunos que pensaban como yo se callaron”

José María Silveti (Guetaria, Guipúzcoa, 1943) es un exponente de la violencia de persecución ejercida por ETA contra representantes de partidos no nacionalistas. Fue concejal de su localidad natal durante los últimos años de la dictadura y juntero (miembro del parlamento foral) por UCD en Guipúzcoa en los primeros de la democracia.

Presidió la Cofradía de Pescadores de su pueblo y la Federación de Cofradías de Pescadores de Bajura del territorio guipuzcoano. Su lengua materna es el euskera, en el que se expresa mejor que en castellano. De pescador a político es el título de unas memorias privadas, sin publicar, de las que el libro de López Romo recoge un significativo fragmento.

Durante la Transición, la vida del afiliado a UCD transcurría vinculada a la pesca y la política y a la sociedad gastronómica de Guetaria, de la que era fundador y donde trataron de incluir en los estatutos la izada de la enseña vasca en la sede social. “Yo les decía que si se levantaba la ikurriña había que levantar también la bandera española, pero nadie me apoyó; algunos socios que pensaban como yo se callaron”, recuerda Silveti, representante de la derecha que en aquella época apostaba por el cambio y se aglutinaba en torno a UCD.

Enraizado en Guetaria, en ocasiones le iban a buscar para que “diera la cara” ante la Guardia Civil por algunos detenidos del pueblo, pero sus convicciones políticas le pusieron en la mira de ETA y su entorno: “En personas afines al sector de HB desperté muchas antipatías y más de uno me decía `fascista´ o ‘chivato’”.

“¡Qué pena que no te cogieran cuando vinieron a matarte!”

El domingo 21 de octubre de 1979 es una fecha grabada en su memoria porque salvó la vida. Había una reunión de la Federación de Cofradías que cambió de ubicación y no se celebró en la sede habitual. Allí acudieron cinco encapuchados armados que se escudaron en un problema planteado en el sector pesquero para poner en marcha la maquinaria del terror; le daban 24 horas para resolverlo. “Algunos simpatizantes de HB lo celebraron, incluso un hermano mío les dijo a sus amigos ‘algo habrá hecho cuando le han venido a buscar’”, afirma Silveti.

Desde entonces la amenaza se hizo más visible. Continuas llamadas telefónicas aumentaban la tensión que soportaba y que llegó a su límite el 20 de agosto de 1980. Aquel día sufrió un amago de infarto. El desencadenante fue la discusión mantenida con un chico joven que se acercó a él diciéndole “¡qué pena que no te cogieran cuando vinieron a matarte!”.

Aunque integró las listas al Parlamento de Vitoria de ese mismo año, su partido, dirigido por Jaime Mayor Oreja, decidió que no podía seguir en el País Vasco. “Se acordó mi traslado a Madrid para curarme y despejarme, pues ya ni dormía y en mi mente sólo había manías persecutorias, pensaba continuamente que me seguían todos para matarme”, explica.

Poco después Silveti volvió a Guipúzcoa para enterrar a su compañero de partido Jaime Arrese y, al día siguiente, ya de regreso en Madrid, ETA incrementó el número de víctimas acabando con la vida del dirigente centrista Juan De Dios Doval. “Al oírlo me desmayé. Llamé a Jaime Mayor Oreja diciendo que en menos de una semana nos habían matado a dos amigos. Tuve que quedarme en Madrid. Aquellos días para mí fueron muy malos”, relata conciso sobre su exilio.

Las coronas de la tumba, quemadas 

Su siguiente recuerdo lo traslada a febrero de 1982, cuando su madre murió y acudió a su funeral, al que asistió la plana mayor de la UCD vasca. Después, las coronas depositadas en el cementerio, junto a la tumba, fueron quemadas porque “llevaban los colores de la bandera de España”. “Lo que hicieron no tiene perdón”, sentencia.

El relato de Silveti termina con una invocación al diálogo y a la paz, pero antes reivindica su doble condición de vasco y español y resume sus sentimientos: “Quisiera que la gente se diera cuenta de los que nos han hecho sufrir estos asesinos, a los cuales no les ha importado nada. En mi querida Euskal Herria personas emprendedoras y que hacían el bien eran torturadas y muertas sin escrúpulo alguno. Aunque he tenido unas ideas que para mí son claras y positivas, me han rechazado por ser españolista y vasco, [soy] tan vasco como ellos o más (…) Y lo repito nuevamente; soy y seré vasco y español hasta que Dios me lleve de este mundo”.

Las de Mari Sol Chavarri y José María Silveti, no son las únicas vidas unidas por un pasado de dolor y muerte que recoge López Romo en Memorias del Terrorismo en España. A sus recuerdos se unen los de otras 63 personas. Entre ellas hay víctimas, pero también escritores, periodistas, analistas políticos y profesionales que han trabajado con damnificados. Aunque el mayor espacio está dedicado al terror “más mortífero”, el causado por ETA, se incluyen testimonios sobre crímenes perpetrados por los grupos de ultraderecha y parapoliciales, de extrema izquierda y yihadistas.

El historiador resalta a EL ESPAÑOL el carácter “cívico y pedagógico” de su proyecto. Sus participantes hablan “para mantener la memoria, contra el olvido y la tergiversación”. Lo hacen en primera persona, sin filtros, con sus propias palabras. “Algunos han roto su silencio para evitar que otros ocupen ese espacio con una versión distorsionadora o blanqueadora de la realidad”, añade López Romo. Su libro se presenta en Vitoria el 17 de octubre y el 23 en Logroño.

Víctimas de los otros terrorismos

-Iñaki Arana, hijo de una víctima por atentado cometido por la extrema derecha. Su padre era Liborio Arana, lechero de Alonsotegi (Vizcaya). La colocación de una bomba en el bar Aldana el 20 de enero de 1980 mató a cuatro personas e hirió a otras diez. Fue reivindicada por los GAE, Grupos Armados Españoles, y continúa sin esclarecer.

Iñaki y otros familiares salieron a recoger “los trozos del aita (padre)” para recomponer su cadáver. Más tarde abandonó la lechería y se hizo ertzaina. Hoy, ya jubilado, recuerda: “La Policía actuó muy mal, sobre todo en la investigación y también en el trato (…). Tardaron muchísimos años, y con algunas pegas, en indemnizarnos como víctimas del terrorismo”.

-Josefa Yangüela, viuda de un médico asesinado por los GRAPO. Su marido, José Ramón Muñoz Fernández, era jefe del Servicio de Medicina Interna del Hospital Miguel Servet de Zaragoza, en donde atendió a dos grapos en huelga de hambre que no querían ser alimentados. Dos miembros de la organización de extrema izquierda dirigida por Fernando Silva Sande lo asesinaron en su consulta el 27 de marzo de 1990.

Su viuda rememora la conmoción sufrida, el “espantoso dolor” y lo que les dijo a sus tres hijos: “Podéis estar orgullosos de vuestro padre, que ha perdido la vida por salvar a dos personas, aun siendo terroristas”.

-María José Rodríguez Pato, hermana de una víctima del primer atentado yihadista cometido en España. Su hermano José Arturo murió el 12 de abril de 1985 en Madrid, en el restaurante El Descanso. Tenía 33 años y acababa de conseguir un buen trabajo. Iba a celebrarlo justo donde estalló la bomba que mató a 18 personas y causó un centenar de heridos. La yihad islámica era entonces un movimiento totalmente desconocido para la mayoría de la gente.

“En ese momento no había asociaciones de víctimas y menos de atentados islamistas, por lo que nos encontramos totalmente solos”, expone María José, que se pregunta por qué el presunto asesino portador del explosivo que ha sido reconocido por varios testigos sigue en libertad. Y escribe: “El sumario es muy largo, muy grueso, según me han dicho. No lo he visto ni he tenido acceso a él. Nunca nos informaron de nada, ninguna notificación ni información de ningún tipo. Nada. A pensar de lo extenso del sumario, este atentado no ha sido juzgado. ¡No lo entiendo!”.

“Este libro trata sobre las ruinas que deja el terrorismo y sobre las historias de duelo y superación de las personas a las que ha afectado”, señala Raúl López Romo, responsable del área de educación y exposiciones del Centro para la Memoria de las Víctimas del Terrorismo, que abrirá sus puertas en Vitoria en 2019. “Su objetivo es mantener vivo el legado de las víctimas del terrorismo y de otros testigos privilegiados del horror”, explica. Los relatos son “plurales”, con un único límite, el que excluye a los verdugos y a “los totalitarios” del índice de aportaciones.