Han pasado ocho años desde que Rodrigo Rato diera el toque de campana que marcaba el debut de Bankia en bolsa. Una salida que fue muy cuestionada y por la que el que fuera expresidente de la entidad se ha enfrentado a juicio en la Audiencia Nacional. ¿Resultado? Absuelto Rato y todos los miembros de la cúpula del banco, pues considera el Tribunal que la OPV contaba con todos los beneplácitos del regulador.
Es el último capítulo del ocaso de la trayectoria del que fuera la cara visible del milagro económico de la España de finales de los 90, y que ha convertido al político español con mayor rango (de Jefe de Estado tras haber sido director gerente del FMI) a ser condenado y recibir su sentencia desde prisión. Allí está desde que el 25 de octubre de 2018 el Supremo ratificara su condena por el uso indebido de las tarjetas black de Caja Madrid durante su época como presidente de la entidad.
Es el deslucido colofón a una brillante carrera política y empresarial que se iniciaba allá por 1975, cuando fue nombrado consejero delegado de Aguas de Fuensanta y, posteriormente, de Edificaciones Padilla y Construcciones Riesgo. Unos cargos que ocupó nada más aterrizar de Estados Unidos, donde un año antes había terminado un Máster en Administración de Empresas por la Universidad de Berkeley.
Un periplo empresarial breve, de poco más de dos años y medio, que Rato compaginó con la ayuda a los negocios familiares; especialmente a la Cadena Rato (fundada por su padre en 1947) y que vendieron en 1990 a la Organización Nacional de Ciegos Españoles (ONCE) por 5.000 millones de las antiguas pesetas. Un joven Rato decidió en 1977 cambiar los despachos de la empresa por los de la política de la mano de Manuel Fraga, entonces presidente de Alianza Popular e íntimo amigo de su padre.
Su entrada en política
En 1979 se hizo con la secretaría de la comisión de economía del partido y entró en el Comité Ejecutivo Nacional, pero no fue hasta 1982 cuando logra hacerse con un escaño en el Congreso. Una plaza lograda por la circunscripción de Cádiz y en la que repetiría cuatro años más tarde.
Su predisposición y su capacidad de negociación le situaban como uno de los grandes valores de Alianza Popular, tanto es así que en 1990 cuando José María Aznar se hace con la presidencia del PP tras la refundación del partido, se convierte en parte del núcleo duro junto a Francisco Álvarez Cascos, Jaime Mayor Oreja o Mariano Rajoy. Un PP que sufrió dos grandes derrotas electorales frente a un Felipe González cada vez más desgastado políticamente. Pero en 1996 llegaba la victoria electoral.
Aznar necesitó varios meses para conseguir los apoyos de CiU y PNV, pero finalmente logró formar Gobierno. Rato obtuvo su premio: vicepresidente económico, con una súper cartera ministerial que le permitía controlar también la cartera de Hacienda y la Agencia Tributaria (aunque tras la victoria de 2000 estas responsabilidades pasaron a un nuevo ministerio dirigido por Cristóbal Montoro).
El Gabinete
La llegada de Rato al ministerio supuso un cambio de época en la economía del país, en parte acompañado por el cambio de ciclo internacional. Los bajos tipos que imperaban entonces permitieron un incremento de la inversión productiva. La nueva ley del suelo, que liberalizó los terrenos, permitió un fuerte crecimiento del sector inmobiliario y, con ello, el inicio de la burbuja que estallaría en 2007 y cuyos efectos todavía hoy estamos pagando.
Rato firmó la entrada de España en el Euro cuando nadie daba un duro por ello; aunque para lograrlo tuvo que hacer algunas trampas que provocaron -entre otras cosas- el famoso déficit de tarifa del sector eléctrico que se ha estado pagando durante años y con el que se buscaba evitar un aumento desmesurado de la inflación. Todo valía para lograr meterse en el club de la moneda única.
Con el exvicepresidente al frente de la economía española llegó el momento de la venta de las joyas de la Corona del Estado: Telefónica, Repsol, Tabacalera (ahora Altadis) o Endesa fueron privatizadas para conseguir ingresar dinero a las maltrechas arcas públicas heredadas de los socialistas, y comenzar la liberalización de sectores como el de las telecomunicaciones, la electricidad o los combustibles.
Con estos mimbres, y varias bajadas de impuestos y cambios en la legislación laboral, España entraba en un círculo virtuoso de crecimiento que granjearon a Rato la fama de ser el artífice del milagro español. Tanto es así que José María Aznar llegó a decir de él que era “el mejor ministro de Economía de la democracia”. Incluso, como el propio expresidente ha reconocido en sus memorias, llegó a plantearle en 2000 -hasta en dos ocasiones- que fuera su sucesor al frente del Partido Popular y, por tanto, aspirante a la presidencia del Gobierno. Sin embargo, Rato declinó las ofertas.
No, gracias
¿Por qué el súper ministro, el hombre que encarnaba el mayor éxito de la economía española no quería ser presidente? Es la gran pregunta que muchos se hacen y para la que nadie parece tener respuesta. Ni Aznar, ni el propio Rato (hombre tímido, según quienes le conocen) lo han desvelado jamás. Las malas lenguas dicen que el ofrecimiento llegó en uno de los momentos más complicados del exvicepresidente económico: el divorcio de su mujer, Ángeles Alarcó, que fue nombrada en la época de Mariano Rajoy como presidenta de Paradores.
Se trató de un divorcio traumático. El detonante fue la relación que Rato inició con una periodista bastante más joven que él, que por aquel entonces trabajaba en el gabinete de prensa del Ministerio, y con la que sigue conviviendo actualmente en su piso de Madrid. Tres años después de su divorcio, en 2003, Rato dio el sí a Aznar, pero éste optó por decantarse por Rajoy como sucesor. Nuevamente las razones no están claras, aunque hay quien dice que en la decisión tuvo mucho que ver Ana Botella, muy amiga de la ya exmujer de Rato.
Y así llegamos hasta 2004, cuando tras el 11-M el PP pierde las elecciones y llega a la presidencia José Luis Rodríguez Zapatero. Sus gestiones, junto a las de Aznar y Nicolas Sarkozy desde Francia, situaron al artífice del milagro español en la dirección del Fondo Monetario Internacional. Sustituyó a Dominique Strauss Kahn, que tuvo que dimitir por un escándalo sexual.
Bye, bye, Washington
Rato no terminó de adaptarse a la vida en Washington. Las crónicas de la época hablan de que no se hacía a su nuevo estilo de vida, pero también de las malas relaciones que tenía con buena parte de sus colaboradores. El FMI es un destino complicado. Hay que coordinar a 200 países y, al mismo tiempo, tratar de que -pese a las críticas que pueda haber sobre sus políticas económicas- ninguno se sienta agraviado. Y por si fuera poco, está la injerencia de los Estados Unidos en el trabajo.
Así que en 2007, tres años después de llegar, Rato hizo el petate y se marchó. Una decisión inédita, pues nadie había dejado un puesto que le otorga rango de jefe de Estado, aunque sí estuvo el tiempo necesario para garantizarse una pensión vitalicia de 80.000 euros anuales. Su labor al frente del FMI, no obstante, pasó desapercibida, e incluso años más tarde fue criticada por la propia institución en un demoledor informe en el que se acusaba al equipo de Rato de haber sido incapaz de prever o anticipar cualquier atisbo de la crisis que estalló con las subprime.
Una vez más, los motivos que llevaron a Rato a dejar el FMI son un misterio. Sólo él los conoce, aunque la proximidad de unas elecciones en España, el deseo de relevar a Rajoy tras una segunda derrota y el atisbo de una profunda catarsis en el PP podrían estar tras su decisión.
Llegado a España, Rato volvió a la empresa. Era el candidato ideal: conocimiento de idiomas, influencia a nivel internacional… Así que el banco de inversión Lazard se hizo con sus servicios, el Santander lo fichó como consejero internacional e incluso Criteria también quiso aprovechar el expertise del que fuera vicepresidente del Gobierno en España.
La llegada a Caja Madrid
La aventura en la empresa privada duró tres años, hasta que Mariano Rajoy decidió intervenir en la guerra abierta en Madrid entre Alberto Ruiz Gallardón y Esperanza Aguirre por el poder de Caja Madrid. Finalmente, ni Ignacio González (candidato de la lideresa) ni Miguel Blesa, nombrado por Aznar y favorito del entonces alcalde de Madrid, fueron escogidos. Rajoy optó por un valor seguro como era Rodrigo Rato, que en enero de 2010 era nombrado presidente de la entidad madrileña.
Al frente de Caja Madrid tuvo que liderar la fusión con Bancaja y otras cinco entidades más, que dieron como resultado Bankia. Una unión impulsada por el entonces Gobierno socialista con intención de evitar la quiebra de las entidades más pequeñas y problemáticas por su exposición al ladrillo.
A día de hoy tampoco nadie sabe qué llevó a Rodrigo Rato a asumir el encargo de Rajoy. Un encargo que podía catapultarlo al olimpo de los dioses o defenestrarlo para siempre si la jugada salía mal, y así salió. Pese a que Bankia dio el salto a Bolsa en julio de 2011, al cierre del ejercicio la auditora Deloitte se negó a firmar las cuentas al encontrar un desfase patrimonial de 3.500 millones de euros frente al beneficio de 300 millones anunciado por Bankia. La entidad reformuló las cuentas y, en mayo de 2012, anunció pérdidas de casi 3.000 millones de euros.
Ese desfase detectado por la auditora y la reformulación posterior de las cuentas -que ni siquiera fueron publicadas por la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV)- provocaron la alarma en el recién elegido Gobierno de Mariano Rajoy. Se inició un plan de salvamento para Bankia, que terminó el 7 de mayo con la dimisión de Rato (forzada por el entonces ministro de Economía, Luis de Guindos) y la llegada de José Ignacio Goirigolzarri.
Las culpas, del PP
Y cuando parecía que nada podía ir peor, llegaron las black. Las famosas tarjetas que el consejo de Caja Madrid empleaba como complemento salarial y que gastaban en restaurantes, viajes, tiendas de lencería, etc. En total, 12,5 millones de euros en gastos entre 2003 y 2012. Una causa en la que hay 65 imputados, entre ellos el propio Rato y su antecesor, Blesa, que se suicidó en 2017, y por el que el Supremo ha condenado al exvicepresidente del Gobierno.
¿Cómo es posible que Rato haya acabado así, entrando en la cárcel? Helena Pisonero, ahora presidenta de Hispasat y una de sus más estrechas colaboradoras en el Ministerio de Economía, respondía así en Vanity Fair a esa pregunta: “A veces calculas mal y confías más de la cuenta en tu capacidad. Pierdes la frescura de tus orígenes, bajas la guardia y estás perdido. Y cuanta más responsabilidad tienes, más dura es la caída”.
La gota que colma el vaso
Poco queda del Rato que con todo podía, del Rato político y empresario que miraba a todos por encima del hombro. Aquel Rato que tenía más poder que nadie, aquel Rato que era el héroe del Partido Popular. Ahora, en la cabeza de todos los españoles está la imagen del exvicepresidente abandonando su casa, esposado y entrando en un coche de Policía mientras un agente le sujetaba la cabeza para que no se golpeara contra el marco.
Ese momento presagiaba lo que estaba por venir. Por si fuera poco, la Agencia Tributaria lo sitúa ahora como uno de los principales morosos del país, aunque él diga que es fruto de los embargos a los que la Justicia le ha sometido por sus causas penales.
Dicen que Rato temía el momento en el que las puertas de la cárcel se cierren a sus espaldas, un sonido que no resulta extraño en la familia. Su padre y su hermano ya pisaron la trena allá por 1966 acusados de evadir capitales, de llevar a Suiza 70 millones de pesetas y de montar una “organización clandestina”. Todo bajo el paraguas del que era el banco familiar, el Banco de Siero, que fue intervenido por el Gobierno.
Quizá de casta le viene al galgo, pero lo que está claro es que la imagen de Rato en prisión y en los tribunales no es otra cosa que la metáfora del ocaso de quien pudo alcanzarlo todo y a quien la codicia cegó.
Ahora la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional ha acordado su absolución pero el daño causado al que fuera uno de los prohombres del PP y de la política española ya es irreparable.