Rafa Latorre: "Sin Maragall es imposible entender el fenómeno Ciudadanos"
- EL ESPAÑOL conversa con el autor de 'Habrá que jurar que todo esto ha ocurrido', un análisis del 'procés', sus personajes y su nomenclatura.
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Rafael Latorre (Pontevedra, 1981) entiende que con el procés llegó un momento de "desarraigo" en el que la violencia de las palabras fue tan virulenta como la de los hechos: una, consecuencia de la otra. Considera el periodista que el golpe separatista fue una tragedia, "la tragedia de hacer creer que la relación entre España y Cataluña no había sido una historia ni de éxito ni de conveniencia". Es un relato que Latorre desmiente con escenas de humor negro, pedagogía y mayéutica en el ensayo que acaba de publicar: Habrá que jurar que todo esto ha ocurrido (La Esfera de los Libros).
Sabe Latorre que "a una España sin Cataluña no podríamos llamarla España", y recuerda que hubo una España de mínimos a la que nos habíamos acostumbrado: la del "autonomismo". Si bien tenía "sus problemas", al menos permitía una conllevancia orteguiana: "no entusiasmaba, aunque tampoco disgustaba". Pero esa España no emociona demasiado. Por eso, aun cuando el Estado de Derecho ha vencido, "ha salido herido" del desafío separatista.
Mientras el nacionalismo creaba sus mitos, sus dioses y sus víctimas, la España de la legalidad "no guardaba una excesiva vinculación con sus símbolos nacionales". Entonces se "jodió el Perú": el monstruo que había creado Jordi Pujol cumplió la mayoría de edad -"el Estatut fue una estación de paso"- y la Declaración Unilateral de Independencia (DUI) significó una "declaración de extranjería" para el resto de españoles.
"Donde hay curas hay nacionalismo", comenta risueño Latorre, y en su biblia sobre los acontecimientos recientes en Cataluña cuenta cómo hubo parroquias donde se escondieron las urnas el 1-O. También sacude a la propia espiritualidad nacionalista, enloquecida, que confía en la independencia como "la religión lo hace en el más allá". Son precisamente "estos intangibles", "la voluntad del pueblo", "el derecho a decidir", los que dotan a la doctrina del separatismo de ese halo mesiánico. Hay "un fin superior, la república catalana, que no puede obedecer al prosaísmo legal". El cielo y la patria son tal para cual, y Oriol Junqueras bien lo sabe cuando justifica sus acciones con arreglo a la providencia. Como si Rodrigo Rato explicase sus delitos "amparándose en argumentos divinos".
Pasqual Maragall, el primer 'tabarnés'
Si bien considerar a todo el clero catalán como indepe sería un error de la misma magnitud del "sol poble" (un solo pueblo) del imaginario nacionalista, Latorre destaca a lo largo de la conversación el peso de las sacristías en lo ocurrido en Cataluña. Y da nombres: el obispo de Solsona, Xavier Novell; el párroco de Calella o el de Vila-Rodona.
El periodista gallego suspira, mira la cristalera del Café Comercial que da a la calle de Fuencarral y se explaya cuando EL ESPAÑOL le inquiere por los melifluos, los falsos equidistantes, "los terceristas" que gusta decir. En un desafío a la Constitución que "era binario" -o se estaba con la ley o se estaba con los golpistas- posiciones como la de Ada Colau ayudaron a los próceres del golpe a divisar una tabla de salvación: si la independencia no llegaba a consumarse, tendrían una vía para blanquearse. De la misma forma que el racismo de Quim Torra queda hoy blanqueado "por la coquetería de la equidistancia".
En el dramatis personae que establece Rafa Latorre hay dos personajes que han salido del "tiro de cámara" del presente. Uno es José Montilla. Otro es Pasqual Maragall. "Maragall traiciona una idea que él contribuye a formar: la idea de una Barcelona cosmopolita y abierta" que jamás "será esa ciudad patriótica que vende el nacionalismo". Pero Maragall da para mucho más. Los ensayos urgentes sobre el otoño catalán lo han pasado por alto, algo que Latorre no comparte.
Con el ex alcalde de Barcelona y ex presidente de la Generalitat ocurre que el tiempo acaba por descubrir sus contradicciones. De ahí que Latorre lo considere el "primer tabarnés": "Sin Maragall es imposible entender el fenómeno Ciudadanos; Ciudadanos es la respuesta a la deriva nociva que introduce Maragall impugnándose a sí mismo. Como presidente de la Generalitat, refuta la labor que hizo como alcalde de Barcelona". El segundo Maragall acabó por devorar a aquel alcalde de los Juegos Olímpicos del 92 que vendió "la idea de una Barcelona libre, cosmopolita… sorda a los cantos de sirena del nacionalismo".
El Estatuto, origen del 'procés'
Argumenta Latorre que Maragall inicia el procés con el Estatut, "un cheque en blanco que le otorga Zapatero". Es cuando el PSC "pierde el control de la ponencia del Estatut y todos descarrilan". El resto se explica por lo que Rafa Latorre llama "la pulsión de poder", que afecta a Puigdemont y también ahora al propio Pedro Sánchez, sostenido por quienes desafían la Constitución. "Todo, por esa ambición desmedida y sin freno" que hace que cualquiera "pueda convertirse en una persona temeraria".
Latorre dedica especial atención a "la batalla del lenguaje". "Los nacionalistas han sembrado el lenguaje común de una serie de minas con muy mala intención", subraya. Baste señalar todo un glosario, a lo Xenius, con el que el periodista salpimenta las páginas de su libro. Palabros como "judialización" -un término "perverso"- o esa metáfora "tan manida como idiota" que es la del "choque de trenes", que el periodista rastrea en la Historia y la Etimología. También está esa despreciable imagen de España como "la del maltratador que trata de mantener consigo a su pareja".
Más allá de los protagonistas del golpe y sus vicisitudes, Latorre es honrado en su crónica. Hubiera querido relatar el procés "como si fuera una novela", pero no podía ejercer de narrador omnisciente: nadie puede saberlo todo de aquellos días "ridículos y críticos" en los que hasta Rajoy acabó haciendo "algo que aborrece: tomar decisiones".
Latorre no tiene la receta contra el separatismo -tampoco la busca- y es consciente de que libro ni hará cambiar de religión a los independentistas ni podrá resucitar los cadáveres morales que se han quedado en el camino. Pero tiene claro que una vez que el procés se ha estrellado, "el nacionalismo puede olvidarse de cualquier intentona unilateral por mucho tiempo".