Janice acaba de aterrizar en Madrid, a las 4.00 de la mañana. Son las 9.30 horas y ya está, con maletas y todo, sentada bajo una carpa en el patio de la comisaría central de extranjería de Aluche. Hace cuatro meses que le rajaron las tripas a su marido en San Carlos, Honduras, y lo cuenta sonriendo aunque sorprenda. Porque está feliz mirando a sus enanos, Wesley y Sneider, de 5 y 3 años. Juntos, como el jugador holandés. "Quiero que sean futbolistas, si yo agarro un buen trabajo aquí en España les voy a dar la oportunidad, ése es el futuro que quiero para ellos".
Hace frío y corre un aire racheado y húmedo aquí, en el sur de Madrid. Han pasado cuatro décadas de democracia con gobiernos municipales de todo pelaje, pero Aluche sigue siendo lo que era en muchos sentidos: grandes avenidas, señales destartaladas, pocos árboles y muchos descampados. No hay nada que pare el frío viento cortante del otoño madrileño, que corre libre. Es viernes y Manuela Carmena ha cerrado el centro de Madrid. Todos los medios abren sus noticieros con los guardias informando y las rayas rojas en la calzada de lo de Madrid Central.
Una de esas entradas -por así llamarlas- a la almendra cerrada de la capital está en la plaza de Cibeles, la sede del Ayuntamiento. Hace tiempo que de su fachada ya no cuelga el "Refugees Welcome". El edificio donde ejerce la alcaldesa y Madrid entera parecen haberse olvidado de aquella urgencia. Salimos de la crisis económica, y no sólo el Consistorio se fija en cosas burguesas como el tráfico del centro, también el Ministerio del Interior socialista practica las antes denostadas devoluciones en caliente en Ceuta o despide a 94 funcionarios interinos de la Oficina de Asilo y Refugio (OAR).
Despidos en la Oficina de Asilo y Refugio
Son 65.000 expedientes los que se acumulan en los armarios de la OAR, 65.000 historias como la de Janice, o la de su hermano Kelvin, cinco años en España y todavía provisional, "con esa tarjeta roja que me dieron en 2013", explica. Kelvin ha ido a recoger a su hermana y los sobrinos al aeropuerto, han venido directos a Aluche, "a ver dónde se pueden alojar", confían. Pasadas las horas sabrán que de allí sólo se llevarán un papelito.
Si en el verano de 2015 se convocaron manifestaciones, se colgaron pancartas y arreciaron las críticas políticas al Ejecutivo -entonces del PP- ¿qué ha cambiado desde entonces?, ¿qué ha mejorado? En realidad, nada. Entonces, de urgencia, se convocaron esas casi 100 plazas de expertos en migraciones y gestión pública para la OAR porque el cajón rebosaba al pasar de 5.000 a 15.000 los expedientes acumulados. Hoy esos 65.000 serán 70.000 al acabar el año, según fuentes de la AOR. Pero las cartas de despido ya han empezado a llegar a los funcionarios, se van este 8 de diciembre.
El Sindicato Unificado de la Policía (SUP) y CCOO se han hecho eco de las noticias publicadas por EL ESPAÑOL. Al tiempo, Ione Belarra, portavoz de Unidos Podemos en el Congreso lamenta que "el ministro Marlaska no atienda a razones". En declaraciones a este periódico, Belarra denuncia que, después de presentar una Proposición No de Ley el pasado lunes, "le hemos pedido una reunión pero aún no ha contestado".
"A veces, logro juntar 10 días de trabajo al mes"
Janice no sabe nada de todo esto y sus pequeñajos se suben y bajan de pie de los bancos bajo la carpa, tirándose el zumo encima del abrigo. "En Honduras no se puede vivir, la policía está corrupta y hay muchas maras [bandas juveniles]", cuenta torciendo el gesto, "hemos venido aquí para quedarnos, como mi hermano". Kelvin cuenta que lleva cinco años, que trajo a su mujer y sus hijas a los dos de vivir en Madrid. Que a veces junta diez jornadas de trabajo en un mes, poniendo pladur, y que espera que el abogado le diga cuándo se arreglan del todo los papeles.
Aún les queda un buen rato para que a su hermana y a los los atienda niños el policía que hace la primera gestión, quizá dos horas. Puede que tres.
Mariana, de alta ejecutiva a huir de Venezuela
Ese agente, asignado a esta carpa de las cuatro o cinco que se ven en este patio -hay otro patio al otro lado-, acaba de desearle buenos días a una mujer rubia, de unos cuarentaytantos, guapa y con una gabardina de buena presencia. Parece la abogada del chico al que acompaña, muy moreno, muy alto, aterido y encorvado de frío.
Antes de salir para rodear el Centro de Intrernamiento de Extranjeros (CIE) que, contiguo, ejerce de fantasma amenazador, se paran a hablar con el periodista. Y no, ella no es abogada, es una alta ejecutiva con décadas de experiencia en transnacionales. Sólo que ahora no: "Hace año y medio tuve que vender mi carro", explica, "un caucho cuesta 80 dólares en Venezuela y, ¿sabes cuál es el sueldo mínimo? Dieciséis dólares... No podía mantenerlo".
Se llama Mariana, llegó hace 15 días de Valencia, Venezuela, y ha venido con su hijo, Vincenzo a recoger su cita. "Mira lo que te dan después de esperar, este papelito". Es cierto, es un papelito, de no más de cinco centímetros de largo por dos de ancho. "Sin sello de nadie, sin membrete de nada... te dan una fecha, eso te dan". Mariana, que confiesa 51 años, tendrá que ir a una oficina a mediados de marzo de 2019. ¿A qué? "A ver si mi expediente empieza". Es decir, cuatro meses de limbo. Ya es un avance: hace una semana, las citas eran para otoño de 2020.
"Ok", concede con sonrisa cansada a la observación del reportero, "pero ¿y mientras?".
Eso es lo que uno viene a averiguar. Mientras ni sí ni no, ni Mariana puede trabajar ni la van a echar, porque consta que está "en trámites", le ha dicho el policía, no sin antes advertirle que ésa es la teoría. Porque ese papel "no le da derecho a nada ni le protege de nada". Vincenzo, 27 años, mira la conversación, e interviene cuando su madre entra en detalles sobre su otra hija, de 14, que se ha quedado en Valencia, lejos, "sin comida, sin medicinas, muriendo de hambre o de un resfriado, porque si allí te enfermas mueres... salvo que tengas con qué pagar en el mercado negro". Vincenzo dice que bueno, que a lo mejor en Italia...
Él tiene nacionalidad italiana, y no quiere que uno le hable de Salvini, y de que las puertas se han cerrado en el país de origen de su padre, al que no llegó a conocer. "Murió cuando yo estaba embarazada", tercia Mariana. "Pero yo tengo pasaporte italiano, algo podremos hacer, allí es más fácil que en España".
"España se ha olvidado"
Mariana está agradecida, explica, pero triste. "Mucha gente es generosa en España, pero no entiendo por qué el país, el país en sí, se ha olvidado". Ella sabe de lo que habla. Si Vincenzo es italiano es porque a Venezuela llegaron muchos europeos cuando a este lado del charco no había de dónde sacar. "Y Venezuela era un país rico, que acogió a españoles, italianos... ¿Por qué ahora se han olvidado tanto, tan pronto?".
Si antes Janice sonreía mientras confesaba el asesinato de su marido, porque estaba feliz pisando suelo español -"no quiero volver nunca a Honduras, el futuro de mis niños es España"-, Mariana relata el horror de los esbirros de Maduro como si contara una película que vio anoche.
Sin ansiedad pese a los hechos, relata cómo los encañonaron los del Sebin -el Servicio Secreto del régimen chavista- en las marchas de protesta del año pasado. "A mi hijo y a mí nos apuntaron así", y hace el gesto de sujetar un subfusil desde lo alto hacia abajo. Y uno la imagina de rodillas en el suelo viendo la boca oscura del arma, pero ella no tuerce el gesto. "Mi país se está vaciando, salimos todos", y mira a los ojos, "sólo quedan los que se contentan con esa bolsa de comida gratis, que está podrida y con animalitos dentro, y los que viven del régimen".
Luego explica que están viendo si sacar a su hija por Colombia, porque los chavistas no le quieren dar el pasaporte a la chica. "La gente sale descalza por Cúcuta, días y días de marcha desesperada, pero traerla por allí es mucho más caro... veremos".
No ayuda que vaya a tardar hasta marzo para empezar a saber de su situación legal, tampoco lo de Salvini, aunque de eso eviten hablar. "Iremos al consulado a ver, aunque allí no nos dan cita", interviene Vincenzo.
Colas nocturnas en Aluche
Hace unas semanas que saltaron a los medios las imágenes de las colas nocturnas de cientos de personas en Aluche. Familias enteras, como la de Janice, como la de Mariana, echando horas para coger un papelito. Su situación es tan precaria que todos pidieron no ser fotografiados para este reportaje.
Tras el escándalo, la Policía ya ha logrado que desaparezcan las colas, poniendo más agentes... y entorpeciendo la labor del periodista, al que prohíben hablar con los solicitantes de asilo dentro del patio y hacer fotos fuera de él.
¿Y ahora? "Ahora iremos a casa", responde Mariana, explicando que una amiga -"bueno, una conocida, pero que se está portando muy bien"- la tiene alojada estos días en Madrid. "Iremos a casa y seguiremos moviéndonos para buscar soluciones, porque de aquí a marzo... Huí de Venezuela porque aquello es el infierno, este desalmado ha destrozado el país en cuatro años, y en vez de recibir amparo recibo un papelito".
Cuando se despiden, Janice sigue en la carpa. Aún no la han atendido. Ya no sonríe tanto, pero insiste en que está feliz, y acaricia a los enanos, que ya están inquietos y gimotean de puro cansancio. "Ese papel significa que tenemos futuro", dice. Y da las gracias mientras su hermano Kelvin pone gesto de pereza. Ya sabe lo que viene. Él lleva cinco años esperando.