En política, las adhesiones y las complicidades pueden medirse en minutos. Basta con comparar el tiempo que Pablo Casado abrazó a José María Aznar con el que dedicó a Mariano Rajoy tan sólo un día antes. El contraste gana en importancia colocado en el espejo del último Gobierno del Partido Popular: por aquel entonces ministros y dirigentes de la formación conservadora hacían malabarismos para alegar problemas de agenda en todo lo que tuviera que ver con Aznar. Este sábado, Casado ha propiciado un vuelco. Ha echado por tierra el "marianismo" y ha recuperado a su mentor como referente histórico del nuevo PP.
Como prueba, un instante: Esteban González Pons, eurodiputado, interrumpió su discurso para anunciar la entrada de Aznar en el recinto ferial. El público, en pie. Enardecido. Los responsables de la seguridad, desbordados, habilitaron las escaleras como lugar de asiento.
La imagen encuentra su reverso en el Congreso de Valencia, hace once años. Mariano Rajoy, candidato único, fue reelegido presidente del PP, pero su desplante a los gerifaltes del aznarismo le costó el mayor porcentaje de votos en blanco conocido hasta entonces. También la frialdad de su predecesor, que no le miró a los ojos cuando le estrechó la mano.
Por eso no hubo menciones al cónclave valenciano ni el viernes ni el sábado. Por eso Aznar reivindicó el Congreso de Sevilla (1990) como sendero a transitar. El hasta hoy denostado José María Aznar caminó con lentitud hacia el escenario, consciente de que no recibía el abrazo de la masa desde que cediera el testigo a Rajoy.
El carácter tecnócrata del registrador terminó por soliviantar a Aznar, que recriminó en multitud de entrevistas a su otrora compañero la falta de alma en su gestión. Unas palabras que abrieron un abismo y laminaron su relación. El hoy resucitado no visitó Moncloa en las pasadas legislaturas y nunca se le consultó acerca de la crisis de Cataluña o los desafíos encarnados en Ciudadanos y Vox.
Justo lo contrario de lo que comprometió Pablo Casado este sábado. El actual presidente del partido aplaudió con efusividad el discurso de Aznar y se lanzó a abrazarle tras la clausura a modo de agradecimiento. Hacía muchos años que el hombre que derribó a Felipe González no pedía explícitamente el voto para el PP.
Para apuntalar esa nueva realidad, Aznar avisó a la dirección del PP: discurso político desde el atril. Rajoy, en cambio, garantizó su asistencia a cambio de una entrevista guionizada y descafeinada con Ana Pastor. El primero, cual panadero, amasó la harina de la actualidad. El segundo pasó de puntillas, habló de los Reyes Católicos, celebró la inauguración del teléfono y la luz eléctrica... y se fue.
El rostro de Aznar enrojeció de furia cuando retóricamente preguntó: "¿Hasta cuándo vamos a tener que aguantar lo que ocurre en Cataluña?". Un grito que le valió otra ovación atronadora, similar a la que se le brindó cuando entró en Ifema.
"No voy a dar lugar a las interpretaciones". Con esa frase, Aznar anticipó la clave de su discurso: ensanchar el PP desde el centro hasta la derecha para convertirlo en esa "casa común" que comenzó a construir en los noventa. "Los votos que España necesita para responder con éxito al desafío contra su continuidad histórica y contra su futuro son los votos que deben ir al Partido Popular y que desde ahora pido para el Partido Popular". Clara llamada a los emigrantes que cogieron las autopistas verdes y naranjas.
Aznar se despidió con unas palabras dirigidas directamente al artífice de su retorno: comparó a Casado consigo mismo. "El joven de hoy es mucho más listo y sabe mucho más de política. Ninguno de tus antecesores lo tuvimos tan difícil. Por eso quiero que sepas, y que lo sepan todos, que tienes mi confianza. Vas a saber responder a este gran compromiso. Tenemos un gran líder, un líder como un castillo, sin tutelas ni tutías".