"¡Ojalá Oriol Junqueras fuera jesuita!", me responde un televisivo y a pesar de ello brillante periodista de El Mundo cuando le digo que el testimonio del líder de ERC me ha parecido un sermón jesuita en un marco incomparable: el Salón de Plenos del Tribunal Supremo.
Junqueras, es cierto, ha trascendido hoy su estadio jesuita y presentado su candidatura a cinturón negro del martirio. Si toda su defensa va a consistir en ese "yo no he hecho nada malo" que ha repetido al menos una docena de veces y con énfasis cada vez mayores, no tendrá dificultades para conseguirlo.
Si mis notas no me fallan, el exvicepresidente de la Generalidad ha calificado al movimiento independentista, y se ha calificado también a sí mismo, de 1) buenas personas, 2) simpáticos, 3) originales diseñando manifestaciones, 4) pacíficos y 5) exquisitamente educados a la hora de tratar con los agentes de las fuerzas y cuerpos de seguridad españoles. Quede constancia de que, para el líder de ERC, de Pol Pot para abajo, todos santos.
Ante la imposibilidad de llamar a declarar como testigo a su abuela, el señor Junqueras se ha visto en la necesidad de reiterar frente a los magistrados del Tribunal Supremo aquello que todo catalán separatista, y más si es tertuliano de TV3, sabe: que él es un humanista cristiano y que no ha hecho nada malo. Y no sólo porque no lo haya hecho, sino porque, de acuerdo a su punto de vista, los delitos de los que se le acusa no son delito. Y si lo son, no deberían serlo. Acabáramos.
Golpistas pero honrados
"Mi partido tiene 88 años de historia y ni un solo caso de corrupción", ha dicho de ERC Oriol Junqueras, obviando el golpe de Estado de 1934 contra la misma república que él dice defender, los 8.000 asesinados en Cataluña del periodo 1936-39 bajo el gobierno de Lluís Companys o el golpe de Estado por el que está siendo juzgado en la actualidad. "Nos alzamos contra la democracia una vez por siglo, pero no robamos" podría convertirse sin problemas en el nuevo lema oficial del partido.
En la película Cadena perpetua, el personaje interpretado por Tim Robbins es encarcelado y tutelado por un preso veterano interpretado por Morgan Freeman. Cuando éste le pregunta cuál ha sido su crimen, Robbins le responde que él no ha hecho nada. "¡Ja! ¡Encajarás muy bien aquí!", replica Freeman. Si es finalmente condenado por el Tribunal Supremo, Junqueras encajará al 100% con el resto de presos de Lledoners. Ellos tampoco han hecho nada.
Junqueras es la ley
A la vista de la rapidez con la que Manuel Marchena, el presidente del Tribunal Supremo, ha cortado de cuajo cualquier asomo de reiteración o de insistencia de las acusaciones en las mismas preguntas durante el interrogatorio de Joaquim Forn, sorprende la benevolencia con la que el tribunal ha tolerado sin embargo el mitin redundante, falaz, mesiánico y sin conexión alguna con los hechos juzgados de Oriol Junqueras.
Durante dicho mitin, el líder de ERC se ha calificado de "preso político". También ha sostenido ser "buena persona antes que demócrata, demócrata antes que republicano y republicano antes que independentista". El mitin no estaba destinado al tribunal o a su abogado, sino a aquellos que no estaban hoy en el Salón de Plenos: los votantes de ERC y los medios de prensa extranjeros. Al menos, el tribunal no le ha reído los chistes a Junqueras. Tampoco le ha pedido que se abstenga de ellos. Ni siquiera cuando ha dicho, después de que Marchena anunciara un receso, "lástima porque iba lanzado".
Tampoco le ha interrumpido Marchena cuando ha hablado de una fantasmal mesa de diálogo "en cuya silla de enfrente no ha habido nunca nadie", o cuando ha defendido la conveniente tesis de que la democracia es lo que diga él de acuerdo a su libre interpretación de los textos legales que él considera relevantes, siempre internacionales, y con flagrante olvido de los que él considera irrelevantes. Entre ellos las resoluciones del Tribunal Constitucional o la misma Constitución.
Diferentes estrategias
Javier Melero Merino, abogado de Joaquim Forn, ha optado por una defensa jurídica, y no política, de su cliente. El éxito de la estrategia está por ver, pero Melero ya ha conseguido por el momento el "sí" del tribunal al testimonio del exministro del Interior Juan Ignacio Zoido. La defensa de Forn, en definitiva, ha optado por jugar según las reglas, por entrar al trapo de las acusaciones y por no fiarlo todo al Tribunal de Estrasburgo. Flota en el ambiente la sensación de que Forn va por libre y que esa puede ser la estrategia correcta.
Entrando en materia concreta, Forn ha dicho dos cosas interesantes entre los habituales "eso no lo recuerdo" y "de eso no tengo constancia". La primera, que todos los hechos descritos por las acusaciones ocurrieron sin lugar a dudas, pero que él no tuvo nada que ver con ellos porque no tenía mano en el diseño de operativos policiales concretos. Y eso a pesar de ser el máximo responsable de la Consejería de Interior.
La segunda, que es posible ontológicamente desobedecer, como miembro de un Gobierno independentista, las órdenes del Tribunal Constitucional que prohíben la celebración de un referéndum ilegal al mismo tiempo que el departamento que uno encabeza ejecuta, en teoría de forma impecable, las órdenes destinadas a evitar ese referéndum. El truco consiste en desdoblar a Joaquim Forn en dos: el consejero de Interior que trata de impedir el referéndum obedeciendo a los tribunales y el político que lo promueve desobedeciendo las órdenes de esos mismos tribunales.
Las ventajas de la estrategia de Forn son obvias. Pero también lo son sus peligros. Pincelada a pincelada, los actos de Joaquim Forn, como los del resto de los acusados, parecen moverse siempre al filo de la legalidad. "Siempre un milímetro por dentro del margen legal", como dice Rafa Latorre en El Mundo. "O por fuera", añado yo. El debate, en cualquier caso, no tiene mucho recorrido: el espectador atento sólo tiene que dar dos o tres pasos hacia atrás y ver, desde la distancia, como esas docenas y docenas de pinceladas se agrupan para conformar un cuadro muy concreto. El de un golpe de Estado.
VAR para 'The Times'
Graham Keeley, corresponsal de The Times con el que conversé el martes acerca del polémico editorial de su diario sobre el juicio a los líderes del procés, opina que le he hecho una putada al citarle como fuente sin haber sido advertido previamente de ello, lo que confirma mi idea de que el periodismo siempre deja víctimas, aunque sean involuntarias. Pero Graham tiene parte de razón, incluso aunque sus opiniones sean relevantes como representativas de una visión muy común entre la prensa extranjera sobre este proceso y sobre el conflicto catalán en general.
Es de justicia, sin embargo, que le ofrezca a mi fuente la opción del VAR. Es decir, la de puntualizar como desee sus comentarios. Y esto es lo que dice Graham: "Parafraseando a C.P. Scott, el mejor director de The Guardian, 'las conversaciones privadas son privadas, las entrevistas no lo son'. Después de una agradable charla en el frío fuera del Tribunal Supremo, encontré mis pensamientos privados sobre Cataluña para que el mundo los leyera en El Español, un sitio web que admiro. No fue una entrevista, nunca la pidieron. Peor aún, fui mal citado. Dije que pensaba que si la derecha ganaba una elección general y volvía con el artículo 155, sólo podría reclutar más partidarios para la causa separatista. El editorial de The Times titulado La Inquisición española ha provocado enojo. No lo escribí, pero sugerí que se trataba de una broma (de mal gusto) o una referencia al juicio que tiene lugar. Ciertamente, no ha sido divertido para mí. Dudo que sea marciano, pero sí sé que mi acento español es una acción de risa".
Dicho queda.
El juicio continuará el martes a las 10:00. La semana que viene se sabrá si el resto de procesados siguen la estrategia de Junqueras, es decir la de utilizar el Salón de Plenos del Tribunal Supremo como escenario para sus proclamas políticas, o si optan por la de Forn. Léase la de defenderse con argumentos jurídicos de las acusaciones de la Fiscalía, la Abogacía del Estado y los letrados de Vox.