La declaración del coronel Diego Pérez de los Cobos será recordada dentro de muchos años como el punto de inflexión del juicio al procés. Su relato de los hechos, sereno, fluido, preciso y recto –quizá porque Pérez de los Cobos, a diferencia de otros testigos que han comparecido frente al Tribunal Supremo durante los últimos días, tuvo la cortesía de recordar lo ocurrido durante los días del referéndum– fue demoledor para los acusados, para el Gobierno y para el mayor de los Mossos Josep Lluís Trapero.
Las palabras del encargado de la coordinación del dispositivo contra el referéndum del 1-O fueron el cierre de una trilogía devastadora para la teoría de que el procés no fue más que una iniciativa pacífica y democrática de la ciudadanía catalana que los líderes políticos secesionistas no tuvieron más remedio que canalizar políticamente de la mejor manera posible.
Una trilogía cuya primera entrega fue firmada el lunes por José Antonio Nieto, exsecretario de Estado de Seguridad. Cuyo segundo capítulo, plagado de detalles no conocidos hasta ahora, como el vertido de jabón frente a los colegios para provocar las caídas de policías y guardias civiles, corrió a cargo durante la mañana de este martes del exdelegado del Gobierno Enric Millo. Y cuya conclusión no es otra que la de que el procés no fue un inevitable histórico, sino un plan diseñado, financiado y ejecutado por los líderes políticos y civiles catalanistas para la secesión de Cataluña. Un plan, además, del que la violencia no era un efecto colateral impensable, sino parte esencial del mismo.
Peor que el peor de los escenarios previstos
Pérez de los Cobos reveló durante su declaración que el mayor Trapero no reconoció nunca su autoridad como máximo responsable del dispositivo de seguridad del 1-O. Que todos los esfuerzos de los Mossos fueron destinados a facilitar la celebración del referéndum. Que las cifras de votantes fueron burdamente manipuladas por los líderes secesionistas. Que los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado se encontraron con una situación mucho peor que el peor de los escenarios previstos. Es decir, el de una deslealtad masiva de los Mossos d'Esquadra. Un cuerpo de cuya lealtad, no ya a las órdenes judiciales, sino a la Democracia, es legítimo dudar a partir de hoy.
También dijo el coronel Pérez de los Cobos -que en ningún momento de su declaración delegó responsabilidad alguna en sus subordinados como sí hicieron algunos de los políticos citados como testigos- que el dispositivo diseñado por los Mossos fue "una estafa". Que los agentes de la Policía autonómica espiaron y siguieron a policías y guardias civiles. Que esos agentes avisaron de su llegada a los concentrados frente a los colegios. Que no hubo cargas policiales como tales y sí una violencia inesperada y "virulenta" por parte de los concentrados frente a los colegios contra los agentes que trataban de impedir el referéndum. Que los separatistas utilizaron a niños y ancianos como escudos humanos frente a la Policía. Uno de ellos, de apenas cuatro años.
Tan apabullante fue la declaración de Pérez de los Cobos que ni siquiera el mejor abogado de las defensas, Javier Melero, fue capaz de hacer la más mínima mella en su relato. Tampoco cuando intentó convencer al testigo de que la asunción de la causa por parte de la magistrada Mercedes Armas dejaba "sin vigencia" las instrucciones dadas por la Fiscalía.
"No, que cesaran las actuaciones de la Fiscalía no quiere decir que cesara la vigencia de sus órdenes", corrigió a Melero, con precisión, el coronel Pérez de los Cobos, transmutado en catedrático de Derecho Judicial frente al único de los abogados defensores capaz de defender a sus defendidos con argumentos exclusivamente jurídicos y no políticos. Se cuenta que Melero es el único de los abogados defensores que no simpatiza con el nacionalismo y quizá sea esa la clave de su excelente labor.
Trapero, un rebelde al mando de 17.000 agentes
Uno de los principales damnificados por las declaraciones del coronel Pérez de los Cobos, más allá de los propios acusados, es el mayor Trapero, que fue descrito por el testigo como un hombre arrogante, iracundo, desleal, plenamente comprometido con la causa de la secesión y que, como el resto de líderes del procés, se agarró como un clavo ardiendo a la literalidad de las palabras más convenientes para sus intereses de las órdenes de la Fiscalía. Un hombre en rebeldía, -que ni siquiera se presentaba a las reuniones a las que era citado- al mando de 17.000 hombres armados.
"Los Mossos avisaron de cuándo irían a los colegios y en qué condiciones tendrían difícil actuar", dijo Pérez de los Cobos. Y añadió: "Es lo nunca visto, que se avise de cuándo se va a actuar contra una actuación ilegal. Se activó un contingente insuficiente, se permitieron libranzas, permisos y vacaciones. Ese contingente se distribuyó de forma diseminada y atomizada con esos binomios [de agentes] que no tenían ninguna efectividad para impedir el referéndum y que (…) daban la sensación de normalidad institucional en lo que era una actividad ilegal".
El segundo damnificado por la declaración de Pérez de los Cobos es Mariano Rajoy y el Gobierno del PP. Porque si algo ha quedado claro tras las declaraciones del lunes y del martes es que el fracaso del golpe a la democracia de los líderes secesionistas no se debió a la actuación de los líderes políticos madrileños y catalanes sino a la de unos cuantos miles de funcionarios de la Fiscalía, de la Judicatura y de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, comandados por algunos pocos hombres buenos. Entre ellos la magistrada Armas, el juez Pablo Llarena y el fiscal José Manuel Maza.
Luego llegaron el Rey, el 3 de octubre, y los catalanes constitucionalistas, el 8 de octubre. Pero el Estado ya había desarrollado anticuerpos unas semanas antes. Uno de esos anticuerpos declaró este martes frente al Tribunal Supremo y sentó las bases para la condena por rebelión de los acusados. El verdadero juicio al procés, en fin, ha empezado. Y de eso no cupo duda alguna entre los que seguimos la sesión.