El problema del PP: "10 Feijóos por cada Cayetana"
Los intereses locales han fagocitado los intereses nacionales: veremos cómo lidia Casado con el morlaco del provincianismo en su propio partido.
"Qué buena número dos por Madrid habría sido Cayetana Álvarez de Toledo", me responde alguien cercano a la cúpula del PP cuando alabo el discurso con el que la cabeza de lista por Barcelona abrió el acto en el que los populares presentaron su programa electoral de diez puntos para las elecciones de próximo 28 de abril. Lo que descodificado quiere decir: "Qué error ha sido colocar a Cayetana Álvarez de Toledo de número uno por Barcelona".
Y no por Cayetana, claro, sino por Barcelona. Una ciudad en la que ahora mismo no sacaría escaño ni el mismo Winston Churchill a no ser que se colgara un lazo amarillo de la guayabera y apareciera en TV3 choteándose, mientras se rasca el ombligo a dos manos como un Jesús Gil cualquiera de la Cataluña profunda, del riñón que Enric Millo le donó a su mujer para salvarle la vida.
No hay en toda Cayetana Álvarez de Toledo un solo gramo de la podredumbre moral que exige ahora mismo la Barcelona nacionalista para obtener un escaño por la provincia. Y eso dignifica a Cayetana, pero es cicuta electoral para el PP. Sólo Ciudadanos aguanta firme en nombre del constitucionalismo en Cataluña, pero hasta a ellos se les pronostica un resultado peor que el obtenido en las elecciones autonómicas de 2017. De ello se beneficiará un PSC que sólo se diferencia hoy de ERC en que su líder no está en prisión.
@cayetanaAT: "El plan del PSOE y de Pedro Sánchez es debilitar el constitucionalismo en Cataluña. Su plan es más nacionalismo y menos democracia". #ProgramaParaEspaña pic.twitter.com/6KN38Otwyx
— Partido Popular (@populares) 8 de abril de 2019
Imaginen cómo debe de andar el Vietnam de las encuestas internas en el PP para que los populares teman incluso por el escaño de Cayetana. En 2016 sacaron cuatro sólo en Barcelona. En 2011, siete. "Y en las elecciones municipales será aún peor. Prevemos un buen resultado en Badalona y quizá, sólo quizá, en Castelldefels. Pero eso es todo" me decían en el partido sólo 24 horas antes.
RDC: Rescate Democrático de Cataluña
La buena noticia es que Cayetana Álvarez de Toledo ha vuelto al PP con la misma contundencia con la que se fue de él. En 2015 se despidió de Mariano Rajoy con una carta que era un diagnóstico avant la lettre de todas las miserias, las perezas, las desganas y las cobardías que conducirían al partido al punto exacto en el que se encuentra ahora y de las que Pablo Casado es rehén demoscópico.
Cayetana ha vuelto al PP en 2019 con un diagnóstico tan preclaro como aquel: "Hoy no presentamos sólo un programa para España. Presentamos una estrategia a largo plazo que encara de frente lo más urgente y lo más importante: el rescate democrático de Cataluña". Las "manos manchadas de sangre" con las que Pablo Casado arremetió contra Pedro Sánchez se llevaron el premio al meme de la jornada, pero la carga de profundidad política del día fue esta.
A Cayetana se le transparentaba la sorpresa por la celeridad con la que algunos pretenden liquidar la Constitución del 78 y dar por finiquitada la Transición cuando aún queda en España una comunidad por democratizar: Cataluña. "Lo que vamos a hacer es empoderar a los demócratas de Cataluña" dijo Cayetana, moviendo el marco del debate sobre el nacionalismo desde el eje separatismo-constitucionalismo hasta el mucho más correcto eje franquismo-democracia.
Es la misma tesis que ha defendido también varias veces el columnista Montano en EL ESPAÑOL: el único rastro de franquismo que queda aún hoy en España es el de la Cataluña nacionalista.
El problema de los Feijóos
Como aún me quedaban halagos para el discurso de Cayetana, mi interlocutor me dio de nuevo la razón, pero añadió un detalle revelador. "Es un buen discurso, pero el problema del PP no ha sido nunca la falta de un discurso, sino su falta de coherencia con él. El verdadero problema del PP es que por cada Cayetana hay diez Feijóos".
Y mi interlocutor tiene razón. Sólo hace falta desplegar las antenas en uno cualquiera de sus actos de campaña, como por ejemplo el de este lunes, para constatar que muchos populares sospechan que la rehabilitación del partido tras varias recaídas en la socialdemocracia puede haber acabado, esta vez sí, con la paciencia de una buena parte de sus votantes. Quizá cuando menos motivos hay para la desesperanza con ese yonqui de la inferioridad moral respecto a la izquierda que fue el PP de Rajoy. ¿O no es Cayetana una garantía de lealtad a esa España de libres e iguales con la que suele concluir sus discursos?
Tras Cayetana apareció una Andrea Levy a la que sólo cabe recomendarle, desde el respeto, bajar el volumen y adoptar un tono menos youtuber, que para eso ya está Ada Colau. Luego subió al estrado Alejandro Fernández, que habló corto, claro y español, cosa que se agradeció, y que cedió en cuanto pudo el testigo a un Pablo Casado que demostró por qué Pedro Sánchez rehúsa enfrentarse a él en un cara a cara: porque lo trituraría.
Lo mejor que se puede decir del programa que presentó Casado es que se parece bastante al que cualquier simpatizante popular esperaría del PP. "Es menos liberal y ambicioso que el de 2011", me dijo alguien. "Bien", le respondí, "eso quiere decir que es más creíble. Sólo con que Casado cumpla un 10%, ya habrá cumplido mucho más que Mariano Rajoy entre 2011 y 2018".
Un programa polémico… dentro del PP
El programa del PP está en su web y ya ha sido detallado en EL ESPAÑOL. Pero es seguro que algunas de sus medidas (las relativas a una recentralización del Estado, por ejemplo) chocarán con sus barones regionales. Y a la cabeza de ellos Alberto Núñez Feijóo y Juan Vicente Herrera. Pero esa es una de las afecciones crónicas de la democracia española: los intereses locales de unos pocos, puramente folclóricos, han solido fagocitar los intereses nacionales de todos los ciudadanos españoles. Veremos cómo lidia Casado con el morlaco del provincianismo en su propio partido si llega a la Moncloa.
Otras de las medidas parecen meramente estéticas, pero buscan detener el clima de degradación democrática tolerada durante los últimos años por PP y PSOE. Como la de obligar a un correcto cumplimiento de la jura o promesa de la Constitución, ese ritual convertido desde la irrupción de los partidos de populistas en una ceremonia circense en la que los cargos electos nacionalistas y de extrema izquierda suelen competir por el premio al salivazo con más tirabuzones a los ciudadanos a los que pretenden representar.
Casado pretende con esta medida, y otras como la Ley de Símbolos Nacionales, aplicar la teoría de la ventana rota a la política española: "Si evitamos que escupan sobre la Constitución quizá evitemos que escupan a los ministros en el Congreso de los Diputados", parecía decir el líder popular.
Anuncio que exigiremos por ley que los cargos electos acaten mediante juramento o promesa la Constitución; sin mítines, soflamas o ultrajes. Su incumplimiento supondrá la pérdida de la condición de parlamentario. pic.twitter.com/VS5XuwiXdD
— Pablo Casado Blanco (@pablocasado_) 8 de abril de 2019
El resto son medidas de cajón en un partido liberal y conservador como el PP. Eliminación de los impuestos de sucesiones y patrimonio, rebaja de la presión fiscal, derogación de una Ley de Memoria Histórica concebida desde el guerracivilismo, la aplicación del 155 en una Cataluña definitivamente desconectada de cualquier traza de lealtad al Estado, defensa del derecho a estudiar en español en toda España (otro morlaco), Ley de Apoyo a la Maternidad, prohibición de indultos a golpistas y refuerzo de la presencia del Estado en todo el Estado.
Casado, en fin, empieza la carrera electoral sobre suelo firme y resulta difícil imaginar algún motivo por el que un votante del PP pudiera estar decepcionado con el programa electoral presentado en Barcelona. Está por ver, eso sí, que el electorado popular vaya a confiar de nuevo en esa promesa de rehabilitación tantas veces oída de boca de sus líderes. Casado, en cualquier caso, tiene un proyecto para España. Amanece en el PP, que no es poco.