En la recta final de la campaña electoral y en apenas 48 horas se han celebrado dos debates claves para las aspiraciones de cuatro de los cinco partidos políticos que se disputarán el gobierno de España el próximo domingo. Pero realmente no ha habido dos debates, sino uno en dos tiempos, el que se jugaba una campaña entera.
Pedro Sánchez no necesitaba salir como ganador; le bastaba nadar y guardar la ropa. Eso sí, los platós le obligaban a salir, en contra de su voluntad, de su zona de confort. Por el contrario, sus rivales tenían que aprovechar la ocasión. Albert Rivera y Pablo Casado tenían que pelar por convertirse en el líder del centroderecha. Pero también, junto a Pablo Iglesias, tenían que intentar derribar la fiabilidad de Sánchez en esta campaña electoral, que le ha colocado arriba en todas las encuestas.
Los debates han resultado ser muy distintos, y ha sido así como consecuencia de los formatos escogidos. El de RTVE mucho más institucional, con los tiempos tasados y menos margen para la improvisación. El de Atresmedia más espontáneo y con mayor espacio para la confrontación.
Los resultados de los debates también resultaron dispares. En el primero Rivera fue el gran protagonista: duro en sus ataques a Sánchez y superando en agresividad al líder el PP. El candidato de Ciudadanos aprovechó ese estado de inmunidad que ofrece no contar con cargas del pasado.
El impacto de los debates puede ser mayor en estas elecciones: hay más partidos en liza y las distancias entre ellos son cortas
Pablo Iglesias, más moderado de lo acostumbrado, se dedicó simplemente a transmitir un mensaje eficaz tanto para sus votantes como para los indecisos del bloque de la izquierda. Pedro Sánchez apostó por quedarse en un segundo plano para superar su primer combate, limitándose a tratar de no cometer errores. Pablo Casado se centró en proyectar su cara más institucional, exponiendo medidas de gobierno, pero pecando de excesiva prudencia.
El segundo debate fue mucho más tenso y crispado. Un debate sin un ganador claro, donde Rivera y Casado dejaron salir vivo al presidente del Gobierno por dedicar más esfuerzos a pugnar por el liderazgo del centroderecha. Una oportunidad perdida, pese a la cierta recuperación de Casado. En la confrontación salió beneficiado Pablo Iglesias, que logró consolidar su pacto con los socialistas y, además, reforzar su candidatura con una imagen más sólida.
Ahora los medios tratan de analizar hasta qué punto los resultados de los debates pueden llegar a producir un cambio en el voto de los electores, o si llegarán a decantar la balanza del 30% de indecisos hacia uno lado u otro. Si nos atenemos a los estudios existentes, habría que decir que los debates electorales influyen en menor medida de lo que en principio pudiera creerse. Si se toma como referencia la investigación realizada por Robert Erikson y Christopher Wlezein sobre los debates presidenciales de EEUU entre 1960 y 2008, se puede concluir que el efecto es poco relevante. Las encuestas del CIS también han venido a corroborar ese hecho.
Pero también es verdad que, en este momento, el impacto puede ser mayor. Primero, porque hay más partidos que se disputan el poder. Segundo, porque las distancias entre ellos no son muy grandes. Tercero, porque resulta fácil dudar entre aquellas opciones políticas que guardan ciertas similitudes. Y cuarto, porque las posibles alianzas postelectorales pueden condicionar el voto de muchos electores. En todo caso, serán las urnas las que den el veredicto final, si se consolida la victoria del bloque de izquierdas o, por el contrario, se recupera el bloque del centro y la derecha.
*** Gema Sánchez Medero es profesora de Ciencia Política y de la Administración en la Universidad Complutense de Madrid.