En la manifestación del Día del Trabajador ocurre casi de todo. Es la vida misma, previsible: honrados y conseguidores, cabales y chalados, idealistas y resignados, silenciosos y chillones… Pero la profusión de banderas y lemas alumbrados por los que, de repente, ven la oportunidad de salir en la tele también gesta una suerte de esperpento, alimentado por situaciones insospechadas. Una "cara B" que pulula alrededor de legítimas reivindicaciones como la revalorización de las pensiones o la subida del salario mínimo.
Uno esperaba encontrar escudos de PSOE y Podemos, de los sindicatos… Y se topó con “La vida de Brian” despojada de toda ficción. La marabunta cerca de la cabecera era incompatible con la libreta, pero las pancartas rezaban algo tal que así: “Partido Democrático de los Trabajadores”, “Partido de los Trabajadores Demócratas”, “Partido Comunista de los Pueblos de España”, “Partido Comunista de los Trabajadores de España”…
El Paseo del Prado, o el Prado de los Paseos de España, quedaba inundado al mediodía por el rojo, las banderas republicanas, la hoz y el martillo. Porque se trata -la culpa la tiene el desacuerdo político- del “Día del Trabajador de Izquierdas”. Parece que “las tres derechas”, por emplear la jerga de la convención, no trabajan. Quizá sea más sencillo: no comparten las peticiones sindicales.
Los presentes, de forma religiosa y a cada paso, clamaban por un Gobierno de PSOE y Podemos. Criticaban a la CEOE por pedir el abrazo entre Sánchez y Rivera. Recriminaban a la Confederación su “falta de neutralidad”, como si los hilos sindicales permanecieran inertes y no trabajaran en el sentido contrario. El sindicato, esta mañana y el resto del año, se erige como defensor de “todos los trabajadores”, pero apuesta por gobiernos de un solo signo.
Una señora vendía retratos en madera de Lenin, Stalin, Lorca, Machado… Artesanales, de una calidad intachable. “Los hago yo”, celebraba promocionalmente. La mezcla de ídolos, quedó patente en esa mesa, puede cometer terribles injusticias históricas. Cualquier coctelera explotaría si batiera en su interior el “Juan de Mairena” de don Antonio junto a los gulags del siniestro Josef.
El “Día del Trabajador” es un oxímoron a la altura de las elecciones generales. Este 1 de mayo, el trabajo se celebra dejando de trabajar. Salvo los políticos de la izquierda, que atendían a los periodistas cerca de la cabecera para salir en el telediario. El 28 de abril, los ciudadanos eligieron para dejar de elegir. Ya lo dijo Churchill: la democracia es tan sólo el sistema menos malo de los conocidos.
Franco... el del PSOE
“¡Franco! ¡Franco! Qué grande eres”. Más de uno giró su cabeza sobresaltado, temiendo una contramanifestación auspiciada por los reaccionarios. Un periodista se volvió alarmado y esperanzado a partes iguales, esperando encontrar la noticia antes de que empezara la marcha y así poder irse a casa. Decepción. Eran tres o cuatro miembros de Comisiones Obreras, que saludaban así a José Manuel Franco, secretario general del PSOE en Madrid, muy querido por las bases.
Las atenciones a los medios por parte de los políticos culminaron a orillas de la Plaza de Neptuno el realismo mágico que se venía cocinando desde la estación de Atocha. El primero en hablar fue José Luis Ábalos, mano derecha del presidente Sánchez. Siempre lo hace en bajo, aunque el ruido de fondo sea aterrador. Le gritaban “no a un acuerdo con Ciudadanos” y el seguía susurrando a los periodistas, como si ese sigilo le alejara de un pacto con Podemos y los nacionalistas ante los espectadores que se asomaban a través de las cámaras.
Ángel Gabilondo, don Ángel, sudaba porque había acudido con el gabán de invierno. Cuando habla el profesor de Metafísica, todo acuerdo parece posible. Suele fabricar una especie de homilías políticas que ni siquiera los de Vox son capaces de desdeñar. Pepu, al que el aparato lleva en una urna, le miraba extasiado.
Puso la guinda Pablo Iglesias, que fue apartado de la cabecera por los sindicalistas. Es verídico. Resulta que el líder de Podemos era el último en charlar con la prensa. Como sus antecesores, congregó a una masa de cámaras y micrófonos que entorpecía la manifestación. Era la hora y los sindicatos le exigían que se apartase. “¡Echaros a un lado! ¡Esto va a empezar! ¡Así no podemos avanzar!”, le gritaba un sindicalista visiblemente alterado. Pero Iglesias seguía erre que erre: que si “gobierno progresista”, que “nada de pactar con Ciudadanos”… “¡Oigan! ¡Salgan al lateral! ¡Fuera, por favor!”. Entonces Iglesias se giró, dijo que sí, que ya se iba. Y se fue.