No es la más popular ni la más influyente ni la más habitual en TV3 a pesar de haber sido consejera autonómica de Justicia entre 1995 y 2001 y presidenta del Parlamento entre 2010 y 2015, pero si hay que escoger un nombre que personifique los principales rasgos de carácter del nacionalismo catalán, ese es el de Núria de Gispert. Su obsesión con Inés Arrimadas, a la que ha dedicado insultos, memes, tuits y comentarios barnizados con una lograda mezcla de xenofobia, machismo y clasismo, es un ejemplo de libro de la ola de resentimiento generada en Cataluña por la aparición en el oasis catalán de ese elemento reactivo llamado Ciudadanos.
Vista desde la perspectiva actual, es difícil de creer que Núria de Gispert fuera considerada alguna vez como una nacionalista moderada. Pero lo fue. Hija de un destacado abogado catalán que llegó a decano del Colegio de Abogados de Barcelona durante el franquismo y a consejero de Justicia autonómico con Jordi Pujol entre 1980 y 1982, Núria de Gispert rechazó votar en la consulta separatista de 2011 y ha reconocido siempre hablar en español en su casa.
Casada y madre de cuatro hijos, hablante de un catalán justo en el mejor de los casos y malo en el más realista de ellos, resulta difícil imaginar a Núria de Gispert en cualquier otro entorno social que no sea el de la alta burguesía catalana. Esa que se enriqueció, o mantuvo su fortuna sin problemas, durante el franquismo. Pero que ejerce de nacionalista con la fe del converso y que siempre, con Francisco Franco, con Jordi Pujol, con Artur Mas o con Carles Puigdemont, ha estado siempre al servicio del poder.
En algún momento, sin embargo, algo hizo 'clic' en la cabeza de Núria de Gispert y lo que antes era pausa, tiquitaca y distancia crítica con el separatismo radical se convirtió en ferviente adhesión a la causa. Y lo que provocó ese 'clic' fue, es ocioso señalarlo, la aparición de Ciudadanos en el ecosistema catalán. Es decir, la del primer partido no nacionalista nacido en Cataluña, de la mano de catalanes y de ámbito, al menos durante sus primeros años, estrictamente catalán. Y el oasis, y Núria de Gispert, nunca volvieron a ser los mismos.
Desde ese momento, y muy especialmente desde la elección de Inés Arrimadas como líder del partido naranja en Cataluña, la deriva de Gispert hacia la radicalidad ha sorprendido incluso entre los más radicales de un movimiento de por sí radical como el secesionismo catalán. En 2017, mandó de vuelta a Cádiz a Inés Arrimadas. Pocos días antes había acusado a José María Barrientos, presidente del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, de ser "un sin raíces".
De Josep Antoni Duran i Lleida, con el que no acabó bien tras su salida de UDC, heredó su desprecio por los andaluces. Si Duran i Lleida dijo que los andaluces "reciben el PER por ir al bar del pueblo", Núria de Gispert afirmó que el subsidio lo recibe "gente que no trabaja" y que "cobra de los recursos de los catalanes". En otra ocasión calificó de "terrorista de la información" a Gonzalo Bernardos, colaborador de Crónica Global.
Esta semana volvió a largar de Cataluña a cajas destempladas a Inés Arrimadas; la mandó a leer el Hola!, el Pronto y el Telva; la acusó de fracasada; y luego llamó cerdos a Juan Carlos Girauta, Enric Millo, Dolors Montserrat y la misma Arrimadas, que no se va a la cama ningún día sin su tuit dedicado por Núria de Gispert. Nada extraño en alguien que, desde su espantada de UDC, ha cargado con insólita crueldad contra sus propios excompañeros de partido, a los que ahora considera unos traidores a la causa del separatismo.
La Asociación Catalana de Productores de Porcino, cuya imagen utilizó Núria de Gispert para insultar a Arrimadas, Girauta, Millo y Montserrat, se ha desmarcado de la expresidente del Parlamento calificando sus insultos de "gamberrada". En su perfil de Twitter, la asociación ha anunciado también que pedirá a TV3 que deje de utilizar su logo en las noticias que aludan a la polémica generada por Núria de Gispert.
Pero quizá la más dañina de sus salidas de tono, y casualmente de la que menos se ha hablado en los medios catalanes, fue la de aquella ocasión en la que reveló públicamente el nombre del colegio en el que estudia la hija de Albert Rivera. Un detalle especialmente sensible en una región en la que no son anecdóticos los casos de acoso, de señalamiento, de marginación e incluso de agresiones y represalias contra aquellos a los que se marca con el estigma de "españoles".
Dice Ramón de España que, gracias a Carme Forcadell, Núria de Gispert no será recordada como "la presidenta más servil y sectaria del Parlamento catalán, aunque hizo méritos para ello". En el momento de escribir este texto, el presidente regional Quim Torra ha confirmado que no retirará la Cruz de Sant Jordi a Núria de Gispert y ha dado por zanjada la polémica. Es posible que, en la cabeza de Torra, la expresidenta del Parlamento catalán sea el molde para el catalán del futuro y un ejemplo de compromiso con la causa.