El nombramiento por parte del Papa Francisco de Joan Planellas como nuevo arzobispo de Tarragona no ha pasado desapercibido en ámbitos políticos. Porque Planellas no era conocido en Cataluña por ser el sacerdote de la diócesis de Gerona y decano de la Facultad de Teología de Cataluña, sino por tratarse de uno de los curas más radicalmente separatistas del sector más nacionalista de la Iglesia catalana. ¿Ha querido el Vaticano, que no suele dar puntada sin hilo en materia de nombramientos, posicionarse a favor del movimiento separatista catalán? Esa es la pregunta hoy en Cataluña y no son pocos en ámbitos eclesiásticos los que creen que la respuesta es sí.
Planellas es un viejo conocido de los medios catalanes a raíz de su enfrentamiento en 2013 con Albert Boadella y su mujer, la pintora Dolors Caminal. Planellas, como párroco de Jafre, el pueblo gerundense de cuatrocientos habitantes en el que viven Boadella y Caminal, había logrado convertir por aquel entonces la iglesia local de Sant Martí en una plataforma de propaganda secesionista. Del campanario colgaba una estelada y las campanas sonaban cómo y cuándo le convenía a los nacionalistas.
Dolors Caminal escribió entonces una carta de protesta al obispo de Gerona, que este respondió de forma lacónica y tratando de minimizar el uso de la iglesia de Sant Martí como arma arrojadiza del nacionalismo contra los vecinos que no comparten sus postulados. "Estos señores no son de la parroquia", respondió Planellas cuando el diario ABC quiso conocer su opinión al respecto. Y tras expulsar a los Boadella de la casa de Dios, añadió: "La estelada se puso porque el pueblo la pidió. Y yo no puedo ir contra el pueblo. Jafre es un pueblo que vive en paz. Ellos se quejan porque les gusta la polémica. Que se pongan la bandera española en su casa, si quieren".
La división de la Iglesia catalana
La división en el seno de la Iglesia catalana es un hecho. Como lo es la discrepancia radical entre la Conferencia Episcopal Española y los sectores más nacionalistas de la Iglesia catalana, encabezados por el abad de Montserrat Josep Maria Soler y enfrentados a los sectores neutrales, encabezados por el cardenal de Barcelona Juan José Omella.
Fue Josep Maria Soler, precisamente, el que en mayo de 2017, poco antes del golpe catalanista contra la democracia de septiembre y octubre de ese mismo año, insinuó que el Papa se posicionaría a favor de la independencia de Cataluña reconociendo una hipotética secesión unilateral por parte de los líderes separatistas: "El Vaticano reconoce normalmente todos los nuevos Estados que se crean, y una Cataluña independiente, yo creo que también", dijo Soler. Y poco después añadió: "Cataluña es una nación y tiene derecho a decidir".
Los que no reconocieron la breve república independiente catalana fueron los obispos de la Conferencia Episcopal Española, que, tras unas primeras semanas de dudas en las que fueron incluso acusados de equidistantes, vieron como Ricardo Blázquez, cardenal arzobispo de Valladolid, clamaba el 20 de noviembre de 2017 contra el proceso separatista y a favor de la aplicación del 155 con estas palabras: "La declaración de ruptura es un hecho grave y perturbador de la convivencia, que va más allá de las discrepancias entre las formaciones políticas. Apoyamos el restablecimiento del orden constitucional, porque es un bien común".
Queremos obispos catalanes… y nacionalistas
La Iglesia catalana ha considerado siempre el nombramiento por parte del Vaticano de obispos valencianos y aragoneses, catalanohablantes pero no nacionalistas, como una manera sutil de frenar la expansión del nacionalismo en la Iglesia catalana. Es una queja recurrente desde los años sesenta del siglo pasado y germen de la campaña "Queremos obispos catalanes".
El ejemplo más reciente de activismo en favor del nombramiento de obispos catalanes, que en el lenguaje separatista quiere decir nacionalistas, ha sido precisamente el de Joan Planellas. Porque Planellas no era el favorito para el puesto y, aun así, ha acabado siendo el escogido después de una poderosa campaña a su favor.
Dicha campaña empezó cuando se filtró el nombre del posible sustituto de Jaume Pujol, acosado por el escándalo de los casos de abusos a menores y la destitución de dos rectores en Tarragona, al frente del Arzobispado de Tarragona. El favorito para el puesto resultó ser el obispo de Barbastro y Monzón, Ángel Pérez Pueyo, con experiencia de cinco años en el Seminario Menor de Tarragona y que mantenía buenas relaciones con Pujol.
Pero el nombramiento de un arzobispo no catalán amenazaba con romper el equilibrio entre catalanes y no catalanes al frente de las diócesis catalanas. Tal y como cita el diario El Mundo, la plataforma Queremos buenos obispos catalanes se mostró radicalmente en contra del nombramiento de Pueyo con estas palabras: "En los años sesenta el franquismo ya intentaba diluir el catalanismo, pero ahora lo hacen de una forma más sibilina. Actualmente cinco de los diez obispos de las diócesis catalanas no son catalanes; si el sustituto del arzobispo Pujol también es de fuera, ya serán mayoría". A ese proceso, los sectores nacionalistas de la Iglesia catalana lo llaman "castellanización eclesial".
Una guerra civil eclesial
En realidad, la Iglesia catalana se muestra frente a sus acólitos en dos formatos: separatista y equidistante. Siempre, eso sí, dentro del marco del nacionalismo. El término equidistante es, además, el adecuado para definir a los arzobispos no separatistas puesto que incluso cuando estos se han posicionado en contra del procés lo han hecho con palabras muy medidas y también muy alejadas de la contundencia con la que ha hablado en ocasiones la Conferencia Episcopal Española.
Es un rumor a voces en Cataluña que muchas de las urnas del 1-O se escondieron en iglesias. Al frente de los más beligerantes en favor del procés separatista figura el obispo de Solsona, Xavier Nonell, que ha llegado a afirmar que el derecho a la independencia "está por encima de la unidad de España". Conocidos por sus posiciones independentistas son también el arzobispo de la Seu d'Urgell Joan Enric Vives, el ya mencionado Jaume Pujol, ahora sustituido por Planellas, y el arzobispo de Gerona, Francesc Pardo.
Frente a ellos se posicionan un puñado de obispos no independentistas, pero sí radicalmente nacionalistas. Aunque no tanto como esos cuatrocientos sacerdotes y curas catalanes que firmaron, poco antes del referéndum del 1-O, un manifiesto a favor de la consulta en el que invitaban a "reflexionar sobre la importancia de los actuales acontecimientos y a votar en conciencia en ejercicio del derecho fundamental que tiene cualquier persona a expresar libremente sus posiciones". El manifiesto, que provocó un profundo malestar en el Gobierno, obligó a la protesta de este frente al Vaticano. No pareció servir de mucho, a la vista del nombramiento, un año y medio después, de Planellas.