El CIS lo dejó claro, más allá de puntos arriba y abajo, el PSOE no podrá formar gobierno por sí solo en ninguna de las Comunidades Autónomas. Es cierto que el mapa de España será esencialmente rojo el próximo 26-M, con una victoria socialista en todas las CCAA que se someten a elecciones salvo en Cantabria y Navarra. Pero no habrá una sola mayoría absoluta si las encuestas aciertan, lo que convierte a Podemos -en sus diversos nombres electorales- en imprescindible.

Y ésa es la baza que quiere jugar Pablo Iglesias, aprovechando el interregno que se ha abierto en la política nacional tras la cita con las urnas del 28-A. En su visita a la Moncloa del martes pasado, el secretario general de Podemos se entrevistó con Pedro Sánchez durante más de dos horas.

El presidente en funciones le dedicó más tiempo que a ningún otro de los líderes a los que había citado en su primera ronda de contactos. Y a la salida, ante la prensa, Iglesias dijo que ambos habían llegado al "acuerdo de que hay que ponerse de acuerdo".

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Los dos se saben necesarios el uno para el otro. Sánchez precisa de los votos de Unidas Podemos para sacar adelante su investidura. E Iglesias es consciente de que sin tocar algo de poder no habrá cortina con la que tapar el efectivo descalabro electoral que le ha hecho perder un tercio de sus diputados. Lo que busca es pasar de necesario a imprescindible, acumulando fuerza autonómica.

Fuentes de la dirección niegan la sensación de fracaso, a pesar de todo, tras cosechar sólo 42 diputados frente a los 69 de la anterior legislatura. "La interpretación es otra", explican, "en el partido pensamos que hemos hecho la mejor campaña posible y que Pablo ha demostrado que es el mejor candidato". Poco menos que menos mal que lo tenemos...

Pagar el precio

Ahora, la estrategia de silencio impuesta en la dirección de Podemos sirve para aguardar a la maduración de las posiciones de unos y otros. Cuantos más días pasen sin que Sánchez dé respuesta al rechazo de Iglesias al gobierno monocolor y a su reclamo de entrar en el Ejecutivo más claro va a quedar que deberá pagar el precio para asegurarse la investidura. "Y más tras el 26-M", se comenta en los pasillos de la sede de Princesa. 

La satisfacción con lo leído en los datos de José Félix Tezanos sirve de comfirmación dentro del partido morado para la estrategia. "El silencio, la falta de respuesta del PSOE, abona nuestra tesis", explican en Podemos. "Votadnos, dadnos poder, para lograr que de verdad el PSOE haga políticas de izquierdas". Y eso vale tanto para la Moncloa como para los palacios presidenciales autonómicos.

La experiencia de Castilla-La Mancha es la que mejor define lo que busca Podemos. Un gobierno de coalición con el PSOE, en el que haya consejerías sociales y económicas en manos de representantes morados, "con capacidad de decisión y ejecución". Aunque hay que tener en cuenta que esa idea primigenia, en Podemos, no hay quien la controle.

Si ya dijo Pablo Iglesias en su último Consejo Ciudadano, a modo de advertencia a Sánchez, que "en Podemos no decidimos los comités, sino los inscritos", lo mismo pasa en los territorios. El presidente en funciones debe sopesar mucho lo que ofrece a su socio preferente porque, con el peso de 200.000 votantes avalando la posición de fuerza que Iglesias podría adoptar, es más fácil forzar una negociación. Y en Podemos todos el mundo sabe que Iglesias no ha perdido una sola votación.

Lo mismo ocurre en cada CCAA. Ni la dirección nacional puede dictar órdenes ni los inscritos autonómicos se quedarán sin voz. Así que, con esos matices -como ya ocurrió en Aragón hace cuatro años, cuando Pablo Echenique prefirió darle el gobierno a Javier Lambán para evitar a la popular Luisa Fernanda Rudi, pese a que el socialista no aceptó el Ejecutivo de coalición-, la idea de Iglesias es la de hacer un pack de gobiernos para sentarse en posición de fuerza ente el PSOE.