“Con noticias del particular de Cataluña”, incluyó en el título de uno de sus libros don Ramón Lázaro de Dou, primer presidente de las Cortes a principios del XIX. A la sala del Congreso que lleva su nombre debían llegar Oriol Junqueras, Jordi Sànchez, Jordi Turull y Josep Rull a eso de las diez de la mañana.
Un remolino de cámaras pretendía engullir “ese particular”, pero el chófer que ha conducido a los políticos presos ha resultado el MVP de la jornada. Los teleobjetivos amurallaban el patio de la Cámara por el lado del barrio de las Salesas... y los coches, en contra de lo previsto, han entrado por el parking de la Carrera de San Jerónimo. El periodismo a dos velas. Y los galácticos del procés, también; porque la sonrisa juguetona de Junqueras pedía salseo.
Tras pasar el filtro de la comisaría, los cuatro han montado en el ascensor y, previa ovación de los diputados separatistas sin causas pendientes, han alcanzado el salón donde los parlamentarios primerizos suelen sonreír maletín de cuero en mano.
La habitación, como si fuera una ventanilla de Correos, abre de 10h a 18h. A partir de ahí, cada uno se lo guisa como quiere. Rafael Catalá, ministro de Justicia con Rajoy, ha coincidido con ellos dentro. Cualquiera de los reporteros fuerapuertas habría pagado unas cuantas cervezas por mirar a través de sus ojos.
Cada vez que se abría el telón, los cámaras, como en el encierro sanferminero, gritaban: “¡Eh, eh, que vienen!”. La nota del Tribunal Supremo había pronosticado de que no habría teatrillo, pero en estos berenjenales siempre cae algo.
Y así ha sido. Tras salir de ese salón redondo, que incluye banderón de España y sillas de madera acolchadas en verde, Junqueras ha mirado hacia el cordón mediático y ha esbozado una sonrisa hollywoodiense, fabricada única y exclusivamente para el flash. Era el gesto de quien había burlado las pautas judiciales mediante la difusión de un vídeo. Gabriel Rufián, detrás, arrojaba un gesto sombrío, quizá de recién levantado.
“¡Esto parece el camarote de los hermanos Marx!”, ha discurrido un periodista. Y Alberto Garzón, de Izquierda Unida, ha acudido presto al llamado de su dios, el otro Marx. Sus paseos adentro y afuera de la sala eran ese cebo incómodo que suscitaba los gritos cada vez que se abría la puerta. “Ah, no, no, que es Garzón”.
Sin don Ramón levantara la cabeza
Capdevila, un diputado de Esquerra, incluso mandaba besos a la prensa, como en agradecimiento a la cobertura brindada a los “libertadores de la patria”.
La visita de los presos del procés ha sumido al Congreso en un guirigay más que considerable. Generalmente, una tarjeta colgada del pecho basta para zascandilear sobre las alfombras. Este lunes, un perímetro ha convertido los pasillos en el laberinto del fauno. Se han quedado encerrados hasta los dirigentes de Podemos. Rafa Mayoral y Noelia Verá decían incrédulos: “No se puede pasar”.
En ese momento ha ocupado el photocall Jordi Sànchez, que ha levantado el pulgar y se ha postrado ante las cámaras durante varios segundos. La prensa, complacida por fin ante una fotografía que no ha requerido de técnicas belicistas, se lo ha agradecido: “Gracias, hombre, gracias”. Joan Baldoví, de Compromís, se partía de risa e incluso amagaba: “Vamos, vamos, ahora”.
El diputado, tras recoger el maletín y presentar la credencial, debe cambiar de sala para hacerse con lo que se conoce como “el kit del parlamentario”. “Oiga, ¿pero eso no incluía un IPad? ¿Se lo van a poder llevar?”. No, no han podido. Les han dado la cartera marrón, según fuentes consultadas, pero no han podido llevársela. De tecnología, nada; tarjeta de taxis, tampoco.
Don Ramón Lázaro de Dou, catalán de nacimiento, también escribió sobre “las reglas de Gobierno en cualquier Estado”. Si hubiese podido hablar esta mañana a través de su retrato...