Como hice noche muy cerca de Sevilla, aproveché para visitar la fundación Jiménez Becerril antes de viajar hacia Ugao-Miraballes, el pueblo natal de Josu Ternera. Me regalaron dos libros: Memorias de la violencia y Vidas rotas. Ambos sobre las víctimas de ETA. Fue uno de esos obsequios del azar. Me deshice de algunas cosas que ya no iba a utilizar en campaña y los metí en la maleta. Sentí que debía llevarlos conmigo.
Cogimos un avión a Bilbao, me preparé mentalmente. El día anterior había dado un mitin en clave municipal, en Utrera, con aceituna gordal y una garrafa de aceite de oliva sobre la mesa. Fui repasando, leyendo... A la vez, veía las noticias que nos enviaban desde Ugao. Una asamblea había trazado una estrategia con el objetivo de estigmatizarnos.
En el aeropuerto, nos recogió un compañero de Ciudadanos, que nos acercó a un punto de encuentro, donde también acudieron Albert, Villegas, Mesquida, Edmundo Bal... Inmersos en un cordón policial, llegamos a Ugao. No sentía miedo. Quizá nervios. En realidad, se trataba de ese sentido de la responsabilidad que a una le asalta cuando representa al prójimo en una situación delicada.
Fuimos para hacer frente a ese odio que se esconde en algunas personas... que ni siquiera saben que lo tienen. Se trata de esa identidad excluyente, la de aquellos que no entienden ideas distintas a las suyas. Se sublevan cuando se les expone el mensaje de un modo que no esperan.
En Ugao, como en tantos otros lugares de Euskadi, existen unos tabús, unos códigos implantados por el nacionalismo, que desencadenan la exclusión para todo el que no se somete a ellos. Por eso se enfadan cuando vamos. Hacemos visibles sus prejuicios.
Esa misma mañana había leído en El Correo una entrevista a Pernando Barrena, candidato de EH Bildu al Parlamento Europeo. Mostraba su intención de actuar como lobista de los presos de ETA. En ese momento decidí regalarle los libros. Así lo hicimos luego. Localizamos su dirección y se los enviamos.
Cuando comenzamos el paseo camino del frontón, donde estaba el micrófono, nos topamos con su escenificación. La asamblea abertzale había llamado a cerrar todos los comercios. Me tranquilizó ver que no lo habían conseguido. Había bares abiertos. Es un signo de normalidad.
"Fascistas, hijos de puta"
Los artífices de la performance nos daban la espalda y guardaban silencio. Algunos espontáneos nos insultaban. Nos llamaban "fascistas, hijos de puta". Los más airados y violentos trataron, sin éxito, de saltarse el cordón. Esos mismos que intentaban silenciarnos consideran a Josu Ternera un héroe honorable. Esa indignación hacia los que no hemos matado a nadie es difícil de comprender.
ETA ha dejado de asesinar, pero su entorno no ha asumido responsabilidades. No condenan el pasado, siguen contaminando los espacios comunes y la política vasca en general.
Una vez, en la universidad de San Sebastián, intentaron lincharme. Les guiaban esas mismas emociones. Allí sí sufrí un riesgo físico. Estaba embarazada de pocos meses, todavía no se me notaba. Quizá guiada por ese instinto maternal, por la vida, me acerqué a los hostigadores, que iban pertrechados de palos y banderas. Alguien me sacó de allí.
Debía de ser el año 2000. Tras trabajar con Fernando Buesa, me aficioné al Derecho. Por eso iba a estudiar por las tardes. Me gustaba. Tras su asesinato, me pusieron escolta. Cuando mataron a mi hermano Joxeba, ya no pude seguir yendo.
Todas esas cosas se me pasaban por la cabeza. Ya en el escenario, pedí en euskera y castellano, mis lenguas maternas, un minuto de silencio por las víctimas de ETA. La pitada y las sirenas no cesaron. Intentaban desconcentrarnos, extender una especie de alarma por nuestra llegada. Es el mundo al revés. Los valores, también del revés.
Dicho esto, la normalidad ambiental en pueblos como Ugao-Miraballes es mayor, pero las aguas mansas llevan veneno. Los herederos de ETA no han afrontado el pasado con valentía y verdad. El nacionalismo se conforma con una versión edulcorada. Todo eso deja heridas sin cerrar. Debemos visibilizarlo. Entiendo que es muy difícil para quienes, entre comillas, quieren la fiesta en paz. Pero lo contrario al terrorismo no es la calma, sino la libertad.