Jaume Duch (Barcelona, 1962) no se mete en política. Mejor dicho, no se mete en las políticas. Porque sin duda su labor es política. Es el director general de Comunicación y portavoz del Parlamento Europeo. Y en este día histórico se deja caer por EL ESPAÑOL para que se le lea entre líneas. Después de 30 años en la Eurocámara, siempre en puestos relacionados con darlo a conocer, vale más por lo que se le entiende que por lo que dice. Y -que nos perdone- destilando su discurso, uno deduce que la estrategia de la casa de la soberanía popular en la UE pasa por que en el Consejo siga calando la idea de que está estancado.
Duch lleva más de dos años trabajando en la campaña de comunicación para estimular el voto en las elecciones europeas de este domingo. Y, convencido europeísta, ha arriesgado buscando el provecho de la digitalización en tiempos de miedo a las fake news. Y se ha puesto en manos de los ciudadanos.
El éxito ha sido indudable: sus tácticas han duplicado la presencia mediática del 26-M, el vídeo de la campaña institucional lleva más de 130 millones de reproducciones, ha reclutado a 300.000 inscritos en la plataforma #ThisTimeImVoting -25.000 de ellos, activistas voluntarios-, más de 300 ONG y entidades privadas han colaborado con la institución, y todas las grandes compañías se han implicado: desde empresas de patinetes eléctricos que ofrecerán alquileres gratis el día de voto a plataformas de contactos que promocionan las elecciones llamando a sus usuarios a que elijan "pareja para los próximos cinco años"... Este funcionario español está "razonablemente satisfecho", dice... pero se le entiende que, en realidad, es mucho.
El portavoz del Europarlamento pone el peso en "la importancia de las elecciones europeas", más allá de que el votante sea o no europeísta. Que la Cámara de Estrasburgo es cada vez más relevante en competencias y en capacidad de llevarlas adelante. Pero al tiempo ocurre que los gobiernos de cada Estado están cada vez menos en manos de las grandes fuerzas de consenso: populares, socialdemócratas y liberales. Así que esas minorías de bloqueo abonan la necesidad de que haya "menos catálogo de decisiones que tomar por unanimidad, y más por mayoría cualificada".
Eso es el estancamiento del Consejo, y la solución pasa por más Parlamento.
Una Eurocámara imparable
Porque ahí esta el doblez, por llamarlo así. "En todo lo que se decide por unanimidad, el Parlamento tiene muy poco juego", explica Duch cuando se le pregunta qué reformas pueden seguir acercando la UE a los ciudadanos. "Pero lo que se decide por mayoría cualificada implica una verdadera colegislación entre el Parlamento y el Consejo". Y ahí se queda; no dice más. Aunque si uno hila estas frases con otras de la conversación mantenida con este periódico, se concluye que el avance de la Eurocámara es imparable.
En la última legislatura, que se cierra con las urnas este domingo, el Parlamento Europeo ha sido verdaderamente colegislador con el Consejo. Suyas han sido iniciativas tan importantes como el la nueva normativa de copyright o tan palpables en el día a día como el fin del roaming. Fue la Eurocámara la que forzó las sanciones a jerarcas de la tiranía venezolana y el reconocimiento de Juan Guaidó como presidente encargado. Y de no ser por la firmeza exhibida por unos eurodiputados más comprometidos con sus electores que con los intereses particulares de sus gobiernos o partidos políticos, no se habría sustanciado una posición tan firme de la UE frente al brexit.
Dice Duch que "la estructura lógica de la UE es ésta, bicameral", dando por bueno que el Parlamento "es la cámara de los ciudadanos" y el Consejo, "la de los territorios, o de los estados, para entendernos". Pero el Consejo es, claro, un foro de 28 jefes de Gobierno con deseos de reelección en casa. Es decir, con intereses particulares.
Paradójicamente, hasta hace poco se decía que el Europarlamento era un gasto inútil, por inoperante, y en estos últimos cinco años desde las elecciones de 2014, la tortilla se ha dado la vuelta y el brío ha estado en los escaños, no en la moqueta de colores de la sala del Consejo.
"Si España quiere ganar peso, puede hacerlo"
"Una Europa a 28", o a 27 en breve -aunque evita decirlo-, "necesita del motor francoalemán para liderar, pero Berlín y París solos no están pudiendo", explica el alto funcionario español. Y ésa es la razón por la que cada vez más voces están pidiendo reducir el catálogo de asuntos que se deciden por unanimidad y pasarlos a la mayoría cualificada.
Eso, además de empoderar a la Eurocámara como hemos visto más arriba, permitiría soslayar los estancamientos que sí se dan en el Consejo. "Aquí no hay minorías de bloqueo, se trabaja por acuerdos y se forman mayorías negociando cada iniciativa", explica Duch para diferenciar el trabajo de cada ámbito decisorio.
¿Y puede España ganar peso en este contexto? ¿Es creíble el brío que exhibe Pedro Sánchez cuando presume de que es el jefe de Gobierno socialdemócrata con más peso en la UE?
"Yo no sé si España va a ganar peso", apunta el director de Comunicación de la Eurocámara, "lo que sí sé es que si lo quiere ganar, lo puede ganar". En la UE, es cierto, aparte de Alemania y Francia, falta al menos otro grande en el engranaje. Con Reino Unido de retirada, Italia gobernada por populistas, Polonia bañada en su propio nacionalismo y sus intereses particulares, "todo eso a España le abre un campo muy grande. Que lo vaya a saber aprovechar o no, lo iremos viendo, pero claro que España puede convertirse en el tercero".
Para eso, las voces sordas de Europa dan por hecho que habrá batalla pero que Josep Borrell huele a Alto Representante Exterior de la UE, en sustitución de la italiana Federica Mogherini. Ese puesto, con rango de vicepresidente de la Comisión, sería una de las picas para lo que Duch llama "tener a gente en los puestos de influencia y visibilidad".
Aunque el secreto está en lo que -de nuevo- sugiere sin afirmar: que España vuelva a Europa. "Que si hay una discusión, España ponga su papel encima de la mesa; y que si no hay esa discusión, España la provoque llevado su papel a la mesa". Es así como lo hacen los países que influyen.
Y es que todos los expertos europeos coinciden en que desde el fin del mandato de José María Aznar, nuestro país ha ido teniendo una voz cada vez menos clara y proactiva en Bruselas. Insistiendo, se le arranca a este hombre prudente que sí, que "estuvimos más presentes en la primera época de la integración europea que después". Éste es el momento, quiere decir el director de Comunicación de la Eurocámara. O eso entendemos.